La cumbre de Alaska y el reordenamiento del poder global

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La reunión entre Donald Trump y Vladimir Putin en Alaska representa un momento de inflexión geopolítica que trasciende la mera discusión sobre el conflicto ucraniano.

En este encuentro de tres horas, sin acuerdos concretos, pero con “gran progreso” según Trump, se evidencian las transformaciones profundas del orden internacional y la emergencia de un nuevo equilibrio multipolar.

Mientras Trump declaró estar “hablando con su contraparte ucraniana y líderes europeos sobre los próximos pasos para intentar terminar la guerra de Rusia en Ucrania”, la realidad geopolítica sugiere que Ucrania fue apenas el punto de entrada a discusiones mucho más amplias sobre el reordenamiento global. La ausencia de Zelensky en Alaska no fue accidental sino estructural: las grandes potencias estaban negociando principios de coexistencia que trascienden cualquier conflicto particular.

La mención de Putin sobre que “vemos que la cooperación ártica también es muy posible” una vez que se logre la paz en Ucrania, incluyendo el fortalecimiento de lazos entre el extremo oriente ruso y el territorio más occidental de América, revela la verdadera dimensión de las conversaciones. La elección de Alaska como sede tampoco es casual. Este territorio, adquirido de Rusia en 1867, simboliza tanto la expansión imperial estadounidense como la retirada rusa del continente americano. El regreso de Putin a Alaska, 158 años después, constituye una declaración de que Moscú ha recuperado la capacidad de proyectar poder global y desafiar a Estados Unidos incluso en su propio territorio.

La videoconferencia previa del 13 de agosto entre Trump, Zelensky y algunos líderes europeos reveló fisuras significativas en el bloque occidental. Allí Trump aseguró que “solo Zelenski decidirá sobre cesiones territoriales”, la mera formulación de esta premisa indica que la integridad territorial ucraniana ya no se considera un principio inviolable, sino una variable de negociación. Este giro discursivo marca el fin de la retórica maximalista occidental y el reconocimiento tácito de que las pretensiones de restauración total de las fronteras de 1991 son inviables.

La presencia de líderes europeos como Macron y Merz en esa videoconferencia expuso las limitaciones de Europa como actor autónomo. La necesidad de “respaldar las garantías” del presidente estadounidense evidencia la persistente dependencia estratégica europea respecto a Washington, incluso cuando los intereses divergen. Europa se encuentra en una posición subordinada en un conflicto que tiene lugar en su periferia inmediata, confirmando su estatus de “poder intermedio” en el nuevo orden global. La discusión sobre la integración ucraniana a la OTAN ya quedó sepultada.

La puesta en escena de la cumbre revela una compleja dinámica de poder donde cada gesto constituye una declaración geopolítica calculada. La llegada de Sergei Lavrov a Alaska vistiendo una sudadera con las siglas “CCCP” trasciende la mera provocación simbólica para convertirse en una reivindicación del legado de superpotencia soviética. En territorio que fue ruso hasta 1867, esta vestimenta declara que Moscú se percibe como heredero legítimo del poder global que ejerció primero la Rusia zarista y luego la URSS, rechazando el relato occidental de Rusia como Estado post-soviético debilitado.

Putin calificó las negociaciones como “sustanciales y útiles” y pidió a la Unión Europea que no busque sabotearlas, posicionándose no como parte subordinada sino como actor que establece condiciones a terceros. Esta cumbre representa la consolidación del ascenso ruso desde la condición de potencia regional post-soviética hacia un estatus de actor global capaz de negociar de igual a igual con Estados Unidos.

El formato de la cumbre, con delegaciones paritarias encabezadas por los dos presidentes, simboliza el reconocimiento estadounidense de Rusia como interlocutor indispensable para el ordenamiento global. Esta evolución contrasta marcadamente con el período 1991-2014, cuando Moscú era tratada como socio junior en el sistema occidental. Solo faltó Xi Jinping para completar el triunvirato que realmente define y es capaz de determinar conductas sobre otros Estados.

Las tres horas de conversaciones privadas probablemente incluyeron discusiones detalladas que fueron mucho más allá de Ucrania. No deben menospreciarse las conversaciones de Putin con Xi Jimping del 8 de agosto ni con otros lideres de zonas conflictivas previas a la cumbre y de cara a la cumbre.

En Asia occidental Rusia ha estado posicionándose como un mediador razonable que tiene el oído tanto de Israel como de Hamas y Palestina, aprovechando que Trump prometió como candidato terminar tanto la guerra de Ucrania como la de Gaza, pero ahora, más de seis meses después de su presidencia, la paz en ambos frentes parece más lejana que nunca. La oferta rusa de mediación en Gaza, mencionada horas antes de la cumbre, no fue casual. Representa una estrategia coordinada donde Moscú se presenta como gestor de crisis globales, no solo como parte en un conflicto regional.

Georgia y Armenia, países en la órbita rusa que enfrentan presiones occidentales, requieren estabilización de fronteras mediante acuerdos tácitos sobre límites de influencia. El corredor zangezur de Azerbaiyán hacia Europa y la posición iraní en el equilibrio regional son temas que afectan tanto los intereses rusos como estadounidenses. Las repúblicas del espacio post soviético de Asia Central, ricas en energía, representan un área donde la competencia sino-rusa-estadounidense requiere marcos de coexistencia.

Putin cree que una victoria en la guerra proxy ucraniana iniciaría el proceso de desmantelamiento de un orden internacional que ha ignorado los intereses nacionales de Rusia y menospreciado su posición global. Sin embargo, la verdadera reconfiguración global no puede ocurrir sin considerar a China. La ausencia física de Xi Jinping en Alaska puede haber sido compensada por su presencia conceptual. Las conversaciones Trump-Putin probablemente abordaron la coordinación en el Mar de China Meridional, cómo la presión naval estadounidense sobre China afecta el equilibrio global que Rusia busca mantener, la interdependencia tecnológica sino-rusa versus las restricciones occidentales, y los mercados asiáticos como válvula de escape para la energía rusa bajo sanciones.

La cumbre de Alaska ilustra la transición hacia un orden multipolar donde Estados Unidos mantiene preeminencia pero debe compartir espacios de influencia con otras potencias. El hecho de que Trump deba negociar directamente con Putin sobre el futuro de Ucrania, sin participación ucraniana en esta fase, demuestra cómo las grandes potencias gestionan crisis en sus respectivas esferas de influencia.

Tras tres horas de conversaciones, no hubo anuncio de alto el fuego, solo promesas vagas y una cita pendiente en Moscú. La ausencia de resultados inmediatos no debe interpretarse como fracaso, sino como evidencia de que ambas potencias reconocen la complejidad de redefinir equilibrios globales. La mención de una futura reunión en Moscú sugiere la institucionalización de este diálogo bilateral como mecanismo de gestión de crisis. Mientras Rusia sigue avanzando en Ucrania.

Para el Sur Global, la cumbre de Alaska representa una oportunidad: la competencia entre grandes potencias crea espacios de maniobra que no existían en el orden unipolar. Países como India, Brasil, Turquiye y las naciones del Golfo pueden aprovechar estas dinámicas para maximizar su autonomía estratégica.

Lo que emergió de Alaska no fue un acuerdo específico sino un marco de entendimiento sobre cómo las grandes potencias gestionarán crisis futuras. Los principios implícitos incluyen esferas de influencia reconocidas aunque no formalizadas, mecanismos para prevenir que conflictos regionales escalen a confrontaciones globales, y un modelo donde la rivalidad coexiste con la cooperación en áreas de interés mutuo.

La cumbre de Alaska confirma la tesis del declive de la hegemonía unipolar estadounidense. El hecho de que Washington deba negociar con Moscú desde posiciones de relativa paridad, en lugar de imponer condiciones, evidencia los límites del poder estadounidense en un mundo cada vez más fragmentado. Esta evolución no implica el colapso del poder estadounidense, sino su adaptación a un contexto donde debe compartir influencia global.

La comparación con Yalta resulta apropiada no por sus resultados específicos, sino por representar un momento de redefinición de esferas de influencia entre grandes potencias. En 1945, Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Soviética dividieron Europa; en 2025, Estados Unidos y Rusia negocian sobre Ucrania mientras China observa desde una posición de fortaleza creciente.

La abrupta salida de Trump y Putin del escenario, dejando a los periodistas sorprendidos, simboliza la nueva realidad geopolítica: las grandes potencias ya no sienten la necesidad de explicar sus decisiones al resto del mundo. La cumbre marca el inicio de una nueva fase en las relaciones internacionales caracterizada por la gestión multilateral de crisis entre potencias reconocidas como pares estratégicos. Europa queda relegada a una posición subordinada, obligada a aceptar decisiones tomadas por otros, mientras que el Sur Global observa con interés la erosión creciente del orden occidental.

La cumbre de Alaska marca el fin definitivo del “momento unipolar” estadounidense y el probable inicio de una era de gestión trilateral del orden global entre Estados Unidos, Rusia y China. El verdadero legado de Alaska no será medido por la resolución del conflicto ucraniano, sino por haber establecido los precedentes institucionales para la gestión de crisis en un mundo multipolar. En este nuevo orden, la estabilidad no dependerá de la hegemonía de una sola potencia, sino de la capacidad de las grandes potencias para coordinar sus rivalidades sin destruir el sistema internacional.

La próxima reunión en Moscú, mencionada por Putin, no será sobre Ucrania, que de seguro seguirá siendo la excusa, sino sobre la consolidación de esta nueva arquitectura global. El mundo que emerge de Alaska será más complejo, más competitivo, pero potencialmente podrá sostener un equilibrio inestable frente al guerrerismo desenfrenado del orden unipolar en descomposición.

Fuente: PIA Global/Fernando Esteche

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