El espíritu de Sankara: de la revolución de 1983 a las luchas contemporáneas del Sahel

0
3a

Líder visionario, pionero de la justicia social y la emancipación africana, cuyo pensamiento sigue vigente en los movimientos actuales.

Thomas Sankara (1949-1987) no fue solo un líder de Burkina Faso, sino un símbolo del panafricanismo y de la revolución social en África. Su visión combinaba justicia social, soberanía económica, emancipación cultural y defensa del medio ambiente, en un proyecto integral de liberación frente a los legados coloniales y la dependencia internacional. En cuatro años de gobierno, Sankara transformó la política, la economía y la cultura de su país, dejando un ejemplo de coherencia, ética y compromiso que sigue inspirando movimientos y líderes en el Sahel y más allá.

De la infancia al liderazgo revolucionario

Thomas Isidore Noël Sankara nació el 21 de diciembre de 1949 en Yako, una pequeña localidad del entonces Alto Volta, bajo el dominio colonial francés. Provenía de una familia modesta: su padre, un gendarme voltés que había servido en el ejército colonial, y su madre, campesina de profundas convicciones religiosas. Esa mezcla de disciplina y humildad marcó su carácter. Desde joven se destacó por su inteligencia, su sentido de la justicia y una curiosidad incesante por comprender el mundo.

Durante su infancia y adolescencia, la estructura colonial pesaba todavía sobre la vida cotidiana: el francés era la lengua de la escuela y de la administración, los productos básicos provenían de la metrópoli, y la economía estaba orientada a la exportación de materias primas como el algodón y el maní, sin desarrollo industrial ni autonomía financiera. Alto Volta figuraba entre los países más pobres del planeta: en 1960, año de su independencia formal, el PIB per cápita apenas superaba los 80 dólares anuales, y más del 90% de la población era analfabeta (Banco Mundial, 1961).

Ese contexto de pobreza estructural, unido a la continuidad del dominio político francés a través de las élites locales, generó en Sankara una profunda desconfianza hacia las independencias “falsas”, controladas desde París mediante el franco CFA y acuerdos militares y económicos asimétricos. La independencia de 1960, decía, “no fue más que un cambio de amo, no una liberación del pueblo”.

Su ingreso a la Academia Militar de Kadiogo, en 1966, coincidió con la ola de golpes militares que sacudían África occidental. Allí conoció a jóvenes oficiales como Blaise Compaoré, Henry Zongo y Jean-Baptiste Boukary Lingani, con quienes formaría una generación marcada por la búsqueda de un nuevo camino africano. En ese espacio, Sankara encontró no solo instrucción militar sino también la posibilidad de formarse políticamente.

Durante su estancia en Madagascar, a principios de los años setenta, asistió a las movilizaciones estudiantiles y obreras que sacudieron al gobierno de Philibert Tsiranana. Aquella experiencia fue decisiva: lo confrontó con la dimensión social de la lucha política. “Comprendí —diría años después— que la miseria no era una fatalidad, sino una consecuencia del orden impuesto por el hombre”.

Fue también en esos años cuando se sumergió en la lectura de Marx, Lenin, Mao, Fanon, Cabral y Nkrumah, y comenzó a articular su pensamiento con la tradición revolucionaria africana. Sankara entendía el panafricanismo no solo como unidad política, sino como una ética de responsabilidad colectiva frente a la historia. De Frantz Fanon retomó la idea de que la liberación debía ser total: económica, cultural y mental. De Amílcar Cabral, la noción de “reafricanizar los espíritus” como paso previo a la emancipación material.

A comienzos de los años ochenta, cuando Alto Volta atravesaba una nueva crisis política y social, con sucesivos golpes y gobiernos corruptos subordinados al capital extranjero, Sankara ya era un joven capitán conocido por su honestidad, su austeridad y su discurso radical. Su paso como secretario de Estado de Información (1981) y luego como primer ministro (1983) lo colocó en el centro de la escena. Desde esos cargos denunció abiertamente la corrupción de las élites, la dependencia de la ayuda internacional y la presencia militar francesa. “Nos han enseñado a estirar la mano en nombre de la cooperación. Pero quien alimenta a otro impone su voluntad”, declaró en una de sus primeras conferencias públicas, anticipando el núcleo de su pensamiento político.

El 4 de agosto de 1983, un grupo de jóvenes oficiales encabezados por Thomas Sankara, Blaise Compaoré, Henri Zongo y Jean-Baptiste Boukary Lingani tomó el poder mediante un golpe de Estado que derrocó al régimen de Jean-Baptiste Ouédraogo. Al día siguiente, el país dejó atrás su nombre colonial —Haute-Volta— para renacer como Burkina Faso, “la patria de los hombres íntegros”.

Revolución social, económica y cultural

En los cuatro años que duró su gobierno (1983–1987), Burkina Faso se convirtió en uno de los laboratorios revolucionarios más audaces del África contemporánea. Las reformas fueron profundas y multifacéticas, orientadas a la autosuficiencia económica, la participación popular y la descolonización cultural. Sankara impulsó una reforma agraria inédita: se nacionalizaron las tierras y se entregaron directamente a los campesinos organizados en Comités de Defensa de la Revolución (CDR), estructuras locales que funcionaban como núcleos de poder popular. La producción agrícola, especialmente la de cereales básicos como el mijo y el sorgo, creció un 75% entre 1983 y 1986, alcanzando la autosuficiencia alimentaria según datos de la FAO.

El programa de reforestación plantó más de 10 millones de árboles para frenar la desertificación, mientras se promovían cooperativas rurales y se limitaba el consumo suntuario. La salud pública fue otra prioridad: en menos de dos años, más de 2,5 millones de niños fueron vacunados contra la meningitis, la fiebre amarilla y el sarampión, reduciendo la mortalidad infantil de 208 por mil en 1983 a 145 por mil en 1986 (OMS, 1987). En educación, la alfabetización aumentó del 13% al 22%.

Una de las transformaciones más profundas del proceso sankarista fue la lucha por la liberación de las mujeres. Sankara consideraba que “la revolución y la liberación de la mujer van de la mano”. Bajo su gobierno se prohibieron los matrimonios forzados, la mutilación genital femenina y la poligamia en el funcionariado público, y se alentó a las mujeres a ocupar espacios de poder. Se crearon cooperativas femeninas y campañas contra la violencia doméstica.

Culturalmente, Sankara promovió el uso de lenguas africanas en la administración y la educación, la vestimenta tradicional y la música local. Bajo su gobierno, Burkina Faso se convirtió en un centro cultural emergente: en 1983 se fundó el FESPACO, que hasta hoy es el principal festival cinematográfico del continente.

Panafricanismo y antiimperialismo

Sankara entendió desde el inicio que la revolución en Burkina Faso solo tendría sentido si estaba inscrita en un proyecto continental de emancipación. Su visión de panafricanismo buscaba la unidad política, económica y militar de África frente al neocolonialismo. Criticó abiertamente la deuda externa, afirmando: “No podemos pagar la deuda porque no somos responsables de ella. Fue impuesta por las potencias coloniales para mantenernos esclavos. Si Burkina Faso se levanta solo, no estaré en la próxima reunión. Pero si todos nos levantamos juntos, no podrán cobrarnos.”

Mantuvo relaciones estrechas con líderes como Fidel Castro, quien destacó la dignidad de su revolución, y Muamar Gadafi, que lo consideró un hermano africano. La cooperación con Ghana bajo Jerry Rawlings y con otros gobiernos progresistas de África buscaba crear un bloque regional capaz de resistir la presión política y económica externa. Sankara promovió la idea de un eje revolucionario en África Occidental, con la aspiración de federar estados que compartieran principios de soberanía, justicia social y desarrollo autóctono.

Su pensamiento no se limitaba a la retórica: promovió la producción local, la sustitución de importaciones y la creación de cooperativas regionales para fortalecer la economía interna frente a los intereses externos. Además, articuló su visión con la ecología: la defensa de los bosques y la soberanía sobre los recursos naturales eran parte integral de la emancipación continental.

El pensamiento sankarista sirvió de inspiración para movimientos posteriores de resistencia frente a la injerencia extranjera y la corrupción, influyendo en líderes y organizaciones que promueven la autonomía africana y la cooperación Sur-Sur, en línea con el espíritu de los BRICS y la Nueva Ruta de la Seda, con un enfoque africano de desarrollo soberano.

Legado y vigencia en el siglo XXI

El 15 de octubre de 1987, Thomas Sankara fue asesinado durante un golpe de Estado encabezado por Blaise Compaoré. Sin embargo, su legado perduró en la memoria popular y en los movimientos políticos africanos. Su ética de liderazgo, su coherencia moral y su visión de emancipación continúan inspirando la política contemporánea en el Sahel y más allá.

Movimientos revolucionarios actuales en Burkina Faso, Malí y Níger retoman sus principios: la lucha contra la corrupción, la soberanía frente a potencias externas, la emancipación económica y la participación popular. Ibrahim Traoré en Burkina Faso, Assimi Goïta en Malí y Abdourahamane Tiani en Níger han citado explícitamente la influencia de Sankara en sus políticas y estrategias de gobierno.

Además, su enfoque en la liberación de las mujeres, la educación, la salud pública y la protección del medio ambiente sigue siendo un referente para los movimientos juveniles y feministas africanos. Instituciones como la Universidad de Ouagadougou, el Memorial Thomas Sankara y la revitalización del FESPACO continúan promoviendo su legado cultural y político.

La creación de la Alianza de Estados del Sahel (AES) y la Confederación del Sahel refleja, en términos institucionales, la vigencia de su sueño de unidad africana y soberanía regional. En el siglo XXI, su pensamiento sirve como marco para la cooperación estratégica africana, la resistencia frente a la presión económica internacional y la reafirmación del orgullo y la identidad africanos.

Treinta y ocho años después de su asesinato, Thomas Sankara sigue siendo un símbolo vivo de la lucha por la dignidad, la justicia y la soberanía en África, demostrando que las ideas revolucionarias pueden trascender generaciones y geopolíticas, inspirando movimientos de transformación en el continente y más allá.

El legado de Thomas Sankara trasciende las fronteras de Burkina Faso y el tiempo: su pensamiento continúa influyendo en las revoluciones africanas actuales, la lucha contra la corrupción y la defensa de la soberanía de los pueblos. Sankara nos recuerda que la emancipación de África requiere acción, visión y coherencia, y que las ideas revolucionarias pueden ser tan poderosas como los movimientos que las llevan a la práctica. Hoy, su voz sigue viva, invitando a nuevas generaciones a soñar y construir un continente libre, justo y unido.

Fuente: PIA Global/Beto Cremonte

Spread the love

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *