Nuevas derechas, neofascismos y contrainsurgencia

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Las respuestas del capital frente a las crisis del capitalismo  

A contramano de diversas modas que circulan en las ciencias sociales,  comenzamos por una pregunta que nos ubica en la perspectiva de un gran angular. Nada  de recortes “micro” ni decoraciones minimalistas, que pretenden eludir o desconocer la  historia y el contexto de los debates. Nos interrogamos por la época en que (sobre)vivimos  poniendo en abierta discusión la tan mentada, promocionada y completamente falsa  “crisis de las grandes narrativas”1.

Como supuesto de este trabajo, sostenemos que la emergencia contemporánea de  las “nuevas derechas” no pertenece al alma humana, no es “constitutiva de nuestra  especie” ni responde a un insondable carácter maligno o cruel de la humanidad.  Sospechamos de los supuestos “pecados originales” y de cualquier otro tipo de esencias  metafísicas. El auge de los neofascismos es consustancial a la crisis histórica del sistema  capitalista mundial.

Es verdad que “el desorden” planetario no es absolutamente espontáneo. Lo  fomentan, cultivan y alientan las grandes corporaciones capitalistas y sus estrategas  contrainsurgentes, renombrados por allí como “los ingenieros del caos”. Pero esa  ingeniería del control social (big data, lawfare, fake news, guerras híbridas, etc.) no se  aplica por mero aburrimiento. No se trata de una forma más, inocua e inocente, de ocupar  los ratos libres. Se implementa a partir de una urgencia social: la necesidad de enfrentar  la crisis del capitalismo mundial.

Nuestra época está marcada a fuego por una multiplicidad coexistente de diversas  contradicciones antagónicas, dentro del orden social capitalista, convergiendo en el  horizonte de una crisis estructural de largo aliento. Crisis que asume un carácter  muchísimo más agudo y explosivo que las de 1929, 1973-1974 y 2007-2008.

Asistimos no sólo a la crisis de la economía capitalista mundial en los ámbitos  productivo, comercial y financiero. También padecemos una crisis del medioambiente y  el ecosistema, una crisis demográfica, una crisis alimentaria, una crisis sanitaria, una  crisis de las formas históricas de la subjetividad posmoderna y la cultura mercantilizada  que la gestó y posibilitó, una crisis geopolítica del mundo unipolar, entre muchas otras  aristas del complejo mundo que nos toca vivir.

Para defenderse y poder afrontar semejante crisis estructural y multidimensional,  las fuerzas del imperialismo y el capital intentan pegar desesperados y agresivos  manotazos de ahogado. Persiguiendo esa finalidad no dudan en llevar a la humanidad  hasta el borde del precipicio, arrastrándonos incluso al riesgo de una (cada vez más  cercana) tercera guerra mundial.

1 Lyotard, Jean-François [1979] (1993): La condición posmoderna. Informe sobre el  saber. Barcelona, Planeta-Agostini. p.9-10.

Ante cada crisis estructural el sistema capitalista ha intentado desplegar diversas  respuestas, apuntando siempre a garantizar su supervivencia: la reproducción del sistema.  Esas respuestas asumen modalidades económicas, políticas, culturales e incluso político militares.

La notoria emergencia de “nuevas derechas”, furiosas y extremas, forma parte de  un conjunto mayor: el intento contrarrevolucionario de moderar la crisis, ralentizar el  declive del imperialismo occidental, euro-norte-americano, y disminuir todo lo que sea  posible la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, a escala global.

En otras palabras: la aparición y el desarrollo de “nuevas derechas” forma parte  de un intento de contrarrevolución a escala mundial que no obedece a la “maldad” o a la  “locura” de tres o cuatro individuos con mucho poder o poseedores de grandes fortunas.  Por el contrario, las “nuevas derechas” constituyen el intento de conformar una respuesta

capitalista a la crisis. Esa respuesta asume modulaciones distintas, siempre dentro del  arco de las “nuevas derechas”: fascismo y neofascismo, contrainsurgencia y  neocolonialismo.

Discutiendo las categorías

Antes de abordar la contrarrevolución capitalista en el siglo XX y lo que va del  XXI, detengámonos brevemente en el ámbito categorial.

Entre tantas otras vacas sagradas y nombres prestigiosos de las ciencias sociales,  destacamos, por ejemplo, el de Chantal Mouffe. Esta escritora afirma, con total liviandad  que: “sostengo que las categorías como «fascismo» y «extrema derecha» o las  comparaciones con los años treinta no son adecuadas […]”2. Para reemplazarlas, esta  ensayista de tanto renombre académico nos invita a utilizar el término resbaladizo de  “populismo”, sobre el cual ella incursionó junto con Ernesto Laclau. ¿Pueden acaso ser  caracterizados como “populistas” el experimento ultra derechista de Javier Milei en  Argentina —adoptado en los últimos tiempos como ejemplo a seguir por diversos  extremistas a nivel mundial—; o el régimen de Benjamin Netanyahu en Oriente próximo?  La respuesta negativa a esta pregunta resulta más que obvia.

Lamentablemente la ambigüedad conceptual no es exclusiva propiedad privada  de Chantal Mouffe. Otro afamado ensayista hoy a la moda, como Enzo Traverso, se  tropieza y patina en varios escalones, cuando intenta subir la pendiente teórica para captar  la especificidad del extremismo derechista contemporáneo. Si “populismo” resulta una  categoría demasiado laxa, indeterminada y polisémica, Traverso no se le ocurre mejor  idea que reemplazarla por la de “posfascismo” que no sólo no explica nada (salvo que los  fenómenos político-culturales de los últimos tiempos están teniendo lugar varias décadas  después de los regímenes de Mussolini, Hitler, Franco y Salazar) sino que además  constituye una capitulación completamente innecesaria frente a las modas “post”  (postestructuralismo, posmodernismo, posmarxismo, postobrerismo, estudios  poscoloniales, etc.) a la que ahora se agregaría… el “posfascismo”. En el caso de  Traverso, además, la indefinición y el eclecticismo teórico se agrava cuando pretende  oponer, frente al supuesto “posfascismo”, nada menos que… “la democracia” (sic), así,  en general, sin nombre ni apellido, es decir, sin determinaciones sociales3.

2 Mouffe, Chantal (2017): “Herederos de la globalización neoliberal”. En Chomsky,  Noam et al (2017). Neofascismo. De Trump a la extrema derecha europea. Buenos Aires,  Le Monde Diplomatic-Capital Intelectual. p. 19.

3 Traverso, Enzo (2018): Las nuevas caras de la derecha. Buenos Aires, Editorial Siglo  XXI. pp. 13,131-132.

Abonando aún más la confusión ideológica y alimentando el eclecticismo teórico  que parece reinar en el campo que se autopercibe como “emancipador” o “progresista”,  Jean-Yves Camus y Nicolas Lebourg se explayan largamente apelando a este menjunje  mixturado de categorías, con la única salvedad que estos dos ensayistas al menos amagan  con distinguir mínimamente la constitución de la coordinación de las nuevas derechas,  diferenciando dentro de ellas las que se inclinan hacia “un populismo radical, de corte  neoliberal, incluso libertario” de las que se nutren y cultivan “un nacional-populismo  autoritario”4.

¿Aceptamos entonces las limitaciones de este tipo de definiciones puramente  nominales, sin anclaje en determinaciones socio-económicas e históricas ni  problematización teórica alguna?

Para evitar caer en semejantes equívocos, ambigüedades e imprecisiones  conceptuales, banalmente cultivadas por la ensayística posmoderna (y sus derivados  “post”), conviene ponernos previamente de acuerdo sobre el contenido preciso y el  significado específico de las categorías centrales aquí empleadas: “contrarrevolución”,  “fascismo” y “contrainsurgencia”.

El fenómeno social de la contrarrevolución constituye aquel tipo de reacción del  capital contra la fuerza de trabajo y los pueblos oprimidos que se produce cuando el  sistema capitalista mundial atraviesa y padece una crisis aguda y las clases subalternas se  indisciplinan y no aceptan subordinarse pasivamente al orden “normal” de la hegemonía  capitalista ni a la subsunción formal y real impuesta por las grandes firmas y empresas  multinacionales contra las masas populares. Este tipo de reacción contrarrevolucionaria consiste en la respuesta del capital frente a una amenaza de fondo, donde se pone en  riesgo su modo histórico de producción, reproducción y dominación. Sus formas de  manifestarse son diversas y amplias, dentro de una perspectiva integradora que, aunque  abarca múltiples modalidades, están unidas por un denominador común y un mismo  contenido: la ofensiva contrarrevolucionaria del capitalismo y el imperialismo en su  conjunto guiada por una defensa estratégica del sistema.

No se trata de una “revolución pasiva”, tal como Antonio Gramsci denomina a las  reformas parciales realizadas “desde arriba”, que modifican molecularmente la relación  de fuerza entre las clases realizando algunos cambios y concesiones bajo control del  capital con el objetivo de poder conservar y reproducir el orden sociopolítico previo,  neutralizando a sus enemigos e incluso arrebatándole sus banderas y reivindicaciones. A  diferencia de ese tipo de procesos que coexisten y muchas veces conviven con la  contrarrevolución, esta última asume un carácter mucho más radical, generalizado,  violento y estratégico, caracterizado por una perspectiva “de choque”, un impulso global  en toda la línea enfrentando en diversos terrenos (económico, social, cultural y político,  incluso político-policial-militar) a la fuerza de trabajo y a todo pueblo rebelde que no  obedezca mansamente los dictados despóticos del capital.

Ante cada crisis profunda del sistema de dominación del capital sobre la fuerza  de trabajo se produce una respuesta capitalista (no estamos pensando en las crisis  coyunturales, cíclicas y periódicas, de sobreproducción de capitales y mercancías o de  estancamiento y subconsumo popular —que incluso pueden periodizarse, calcularse y  medirse con la teoría de las ondas largas y sus fases intermedias—, sino en las crisis  estructurales de largo plazo y alcance mundial, en las cuales las estabilidades sociales

4 Camus, Jean-Yves y Lebourg, Nicolas (2020): La extrema derecha en Europa.  Nacionalismo, xenofobia, odio. Buenos Aires, Le Monde Diplomatic-Capital Intelectual.  p.65.

previas estallan por sus contradicciones múltiples y antagónicas). Lo que se persigue es  reordenar la sociedad, generando rupturas sociales, es decir, separar y fracturar para  volver a reunir (reactualizando y recreando los procesos de violencia extrema que  caracterizan la llamada “acumulación originaria” del capital), recomponiendo y  reforzando la dominación capitalista.

Al esbozar estas consideraciones teóricas y conceptuales, partimos de un  presupuesto, no siempre atendido ni dilucidado con suficiente énfasis. Compartiendo las  enseñanzas de Karl Marx, sintetizadas en su capítulo sexto (inédito) de El Capital,  sostenemos que el sistema mundial está basado, como tal, tanto en la extracción de  plusvalor como en la enajenación; en la explotación, dominación y sometimiento de miles  de millones de integrantes de la clase trabajadora; reproductor de mercancías, capitales y  de la misma relación social de capital. Pues bien, dicho sistema jamás se suicida. Sus  clases dominantes y dirigentes, nunca se resignan, pasiva y tranquilamente, esperando  con serenidad la llegada de la muerte, heridas en el corazón por las contradicciones  antagónicas que conducen a una caída de la tasa de ganancia y al estallido del orden social  habitualmente aceptado como “normal”.

En otras palabras: el capitalismo nunca se “derrumba” solo, por sus propias  contradicciones internas (por más peligrosas y alarmantes que éstas sean), sin  intervención política activa de sus antagonistas y enemigos históricos. ¡En ningún lugar  del mundo! Las clases dominantes siempre reaccionan e intentan contrarrestar y  morigerar los efectos de esas contradicciones antagónicas, superando las crisis “por las  buenas o por las malas”, ensayando distintas respuestas capitalistas. Dichas reacciones,  cuando las masas populares, la fuerza social rebelde del trabajo y todos los movimientos  sociales sometidos por el capital se rebelan, asume la forma de una contrarrevolución. Su  objetivo principal estratégico consiste en garantizar la reproducción ampliada del capital  y mantener “el orden normal” del sistema. La “paz” social no es más que una hegemonía  estable del capital sobre las fuerzas del trabajo. De allí que la categoría de  contrarrevolución sea la más general, la más amplia y abarcadora, para explicar estos  procesos sociales.

Ahora bien, la respuesta capitalista y contrarrevolucionaria a la crisis, puede  asumir modalidades diferentes según el momento histórico, los territorios sociales en  pugna y la relación de fuerza entre las clases sociales y los diferentes sujetos (colectivos)  en lucha. Por eso las categorías de la teoría crítica marxista poseen indefectiblemente  historicidad. A diferencia de la metafísica, su contenido no siempre es idéntico para todo  tiempo y lugar. Además, si se asume la teoría crítica desde las coordenadas del Sur  Global, los análisis y reflexiones no pueden quedar limitados a tres o cuatro experiencias  europeo-occidentales. Debemos dejar atrás el lastre del eurocentrismo en las ciencias  sociales.

En algunas sociedades las respuestas capitalistas asumen la forma de fascismo. En  otras la de nazismo. Más allá, se conoció el nombre de franquismo. Tres formas,  inicialmente europeo-occidentales, de respuesta capitalista frente a la crisis sistémica y  de reacción contra las amenazas político-sociales de su antagonista histórico.

Pero estas respuestas capitalistas no fueron exclusivas ni únicas. También el  keynesianismo significó una respuesta capitalista a la crisis del sistema (donde a cambio  de un empleo estable se disciplinó a rajatablas las organizaciones sindicales de la fuerza  de trabajo, permitiendo continuar con su domesticación y explotación “normal”); así  como también lo fue el fordismo-americanismo (con su ley seca, su represión sexual, su  “administración científica” de las energías y pulsiones populares direccionadas  unilateralmente hacia el trabajo fabril para aumentar la extracción de plusvalor; su  antisemitismo descarado —inspirador de Adolf Hitler— y su posterior macartismo). Esos

ensayos, keynesianismo, fordismo, macartismo, también fueron respuestas capitalistas para frenar la crisis y someter a la fuerza de trabajo, garantizando su obediencia a la  explotación, a la dominación y su sometimiento al orden social imperante.

Cada una de estas categorías, a su vez, ha asumido diferentes connotaciones,  atributos y características, algunas determinantes y fundamentales y otras no esenciales,  en las cuales no todos los pensadores del marxismo se han puesto de acuerdo. Tomemos,  por ejemplo, la noción más clásica —muchas veces adoptada como “arquetípica”— de  fascismo.

El fascismo y sus múltiples modalidades

Según la definición ampliamente conocida, formulada por el comunista búlgaro  Jorge Dimitrov en los informes del Séptimo Congreso de la Internacional Comunista de  1935, el fascismo consiste en “la dictadura terrorista declarada de los elementos más  reaccionarios, más nacionalistas, más imperialistas del capital financiero”5.

Otros marxistas, como el dirigente bolchevique ruso León Trotsky o el marxista  peruano José Carlos Mariátegui, han puesto de relieve que aunque el fascismo beneficia  por su carácter de clase, sin ninguna duda, al gran capital, su principal fuerza de masas y  su base de maniobra —por ejemplo en el personal de las fuerzas de choque y en los  integrantes de su agigantado aparato represivo policial-militar— es la pequeño burguesía,  ya que el fascismo beneficiaría al gran capital no directamente a través de la economía  sino a partir de una mediación política, donde la forma de represión estatal de la clase  trabajadora (sus sindicatos, sus partidos políticos, reemplazados por un orden corporativo  subordinado completamente al Estado capitalista) y sus potenciales aliados, se  independiza parcialmente de sus principales beneficiarios, asumiendo formas  “bonapartistas” (categoría que Karl Marx pergeñó para explicar el golpe de estado  contrarrevolucionario de diciembre de 1851 en la Francia agitada por una rebelión obrera  y popular que provenía de la insurrección de 1848). Por su parte el comunista italiano  Antonio Gramsci agregó, a su turno, que el fascismo, esencialmente  contrarrevolucionario, asume también formas políticas “cesaristas”, de aparente  equilibrio inestable entre las clases en disputa (persiguiendo incluso a la masonería para  reemplazar, en la administración estatal, su personal por el propio), aunque en última  instancia beneficie directamente al gran capital ya que en su óptica, la democracia  burguesa y el fascismo se dividen las tareas en su lucha contra las clases trabajadoras6.

Reducir la caracterización de “fascismo” exclusivamente a una sola realidad  nacional y a una sola experiencia histórica (por ejemplo, la italiana, entre 1922 y 1945)  presupone restringir ilegítimamente la categoría. Lo mismo sucedería si la noción de

5 Dimitrov, Jorge [1935]: “La ofensiva del fascismo y las tareas de la Internacional  Comunista en la lucha por la unidad de la clase obrera contra el fascismo”. En Dimitrov,  Jorge (1974): Fascismo y frente único. Buenos Aires, Nativa Libros. p.9; Dimitrov, Jorge  [1935]: “La ofensiva del fascismo y las tareas de la Internacional Comunista en la lucha  por la unidad de la clase obrera contra el fascismo”. En Séptimo [VII] Congreso de la  Internacional Comunista [AA.VV.] (1984): Fascismo, democracia y frente popular.  México, Pasado y Presente. p.154.

6 Gramsci, Antonio (1979): Sobre el fascismo [Antología]. México, ERA. pp.167-169;  Gramsci, Antonio [1932-1934] (2000): Cuadernos de la cárcel. México, ERA. Tomo 5.  pp.65-68

“bonapartismo” se utilizara exclusivamente para hacer referencia a Francia entre  diciembre 1851 y 1870.

Las categorías de la teoría crítica marxista no se limitan a una descripción  empírica lineal y fotográfica de una sola formación económico-social en un momento  determinado. Poseen un alcance explicativo mayor, mal que le disguste a Lyotard y sus  amistades. Hasta el mismo Dimitrov, quien fue uno de los primeros sistematizadores de  esta noción en su empleo para repensar las formas contrarrevolucionarias del capital  imperialista, aclara que “El desarrollo del fascismo y de su dictadura revisten en los  diferentes países formas diferentes [subrayado de Dimitrov. N.K.], según las condiciones  históricas, sociales y económicas; según las particularidades nacionales, y la posición  internacional del país dado”7.

Esta variedad de caracterizaciones conceptuales del fascismo se complejiza aún  más si la categoría se utiliza para explicar dictaduras civiles-militares latinoamericanas,  igualmente genocidas y promotoras de la contrarrevolución capitalista, ya no en los  centros capitalistas metropolitanos de los países imperialistas sino en las periferias  capitalistas dependientes.

Por ejemplo, en un debate desarrollado en México, cuatro décadas después de  formuladas las tesis de Jorge Dimitrov, más precisamente el 20/7/1978, en un Seminario  permanente sobre América Latina (SEPLA), titulado “Las fuentes externas del fascismo:  el fascismo latinoamericano y los intereses del imperialismo”, el investigador marxista  ecuatoriano Agustín Cueva, manteniendo fuerte simpatía por la definición de Dimitrov,  plantea que las dictaduras militares latinoamericanas de los años ’70 del siglo XX  (Pinochet, Videla, Stroessner, Somoza, etc.) asumieron formas directamente fascistas. A  dicha conceptualización, el teórico marxista brasilero Theotonio Dos Santos le responde  que si en América Latina predominó la respuesta capitalista de connotaciones fascistas frente a la emergencia de diversos procesos emancipadores y fuerzas sociales insurgentes  y revolucionarias, este fascismo asumió formas específicas, diferentes de las europeas de  los años ’30 y ’40 (las que tenía en mente Dimitrov), considerando que en Nuestra  América predominó un fascismo dependiente8.

En su respuesta a Agustín Cueva, Theotonio Dos Santos, sin haberlo leído ni  conocido, de algún modo convergía y prolongaba con su propio análisis la reflexión que  en 1938 (¡cuatro décadas antes!) había formulado el pensador marxista argentino Ernesto  Giudici. Este último, uniendo desde América latina el antifascismo (que identificaba  como enemigo principal a la Alemania nazi) con el antiimperialismo (que centraba su  estrategia en la lucha contra la dominación británica y norteamericana sobre Nuestra  América), se esfuerza por problematizar y complejizar la reflexión de Dimitrov en  diversas direcciones. Por un lado, Giudici sostiene que el fascismo no es sólo “la dictadura  terrorista del gran capital monopolista” sino también “la dictadura totalitaria, terrorista y  permanente de la burguesía dependiente del capital financiero, cualquiera sea el grado de  su desarrollo capitalista” [subrayado de N.K.]9. De esta manera, la teoría crítica marxista  podía explicar un fenómeno de alcance universal, no sólo europeo, incluyendo también  las formas contrarrevolucionarias que reaparecen periódicamente en distintas sociedades  del Tercer Mundo o Sur Global. Además Giudici, aún formando parte de la Internacional  Comunista, le reprochaba a Dimitrov el limitar su definición teórica sobredimensionando

7 Dimitrov, Jorge, en Séptimo [VII] Congreso de la Internacional Comunista [AA.VV.]  (1984): Fascismo, democracia y frente popular. Op.cit. p.155.

8 Dos Santos, Theotonio (1978): “La cuestión del fascismo en América Latina”. En  Cuadernos políticos N°18, México, Editorial ERA. p. 30

9 Giudici, Ernesto (1938): Hitler conquista América. Buenos Aires, Acento. p.145.

la dimensión económica (centrada en el capitalismo de los monopolios), agregando que  el fascismo se expresa en el plano económico, pero también en el político asumiendo  formas culturales específicas, combinando estas tres dimensiones de diverso modo según  cada formación económico-social y cada situación concreta de la lucha de clases10. Una  reflexión marxista, la de Giudici, que será sumamente útil para repensar y reflexionar  sobre las características disímiles y específicas que asume en cada sociedad la emergencia  global de la “nueva” extrema derecha contrainsurgente en nuestros días, tanto en Europa  y Estados Unidos como en América Latina.

A su turno, el teórico boliviano René Zavaleta Mercado agregaba que en Nuestra  América el fascismo y los regímenes cripto-fascistas no nacen ni se desarrollan como  fruto de un proyecto nacional, sino bajo hegemonía y dirección norteamericana11, tesis  con la que coincidirá Theotonio Dos Santos12.

Volviendo al debate de México, desarrollado durante 1978, el marxista brasilero  Ruy Mauro Marini (de militancia internacionalista, al igual que Theotonio Dos Santos,  en el Chile de la época de Salvador Allende) le agregó a las teorizaciones de Cueva y Dos  Santos una caracterización suplementaria, proponiendo comprender la contrarrevolución  capitalista de los años ’70 del siglo XX en América latina como un proceso global  destinado a instaurar a escala continental, bajo dominación imperialista norteamericana,

Estados de contrainsurgencia13.

Llegado este punto, si previamente nos esforzamos por explicitar el contenido  preciso y los atributos fundamentales de dos categorías políticas como las de  contrarrevolución y fascismo, nos encontramos entonces con las dificultades de precisar  los contenidos de una tercera, la de contrainsurgencia.

La contrainsurgencia en la época del imperialismo

Las formas de combate irregular entre fuerzas asimétricas (donde la insurgencia lucha frente a un ejército invasor o ante fuerzas notoriamente superiores en número, en  pertrechos y en recursos materiales que despliegan una lucha contrainsurgente) es muy  antigua y sin duda anterior a los siglos XX y XXI. Baste recordar, por ejemplo, la  resistencia irregular de las guerrillas españolas frente a la invasión de los ejércitos  napoleónicos en la primera década del siglo XIX, para el caso europeo. Lo mismo vale  para las guerrillas de esclavos negros y negras de Haití contra tropas francesas invasoras  (última década del siglo XVIII hasta su victoria en 1804); la insurgencia indígena  encabezada en el Alto Perú (hoy Estado Plurinacional de Bolivia) por las guerrillas de  Juana Azurduy y Manuel Ascencio Padilla contra el colonialismo español en las primeras  décadas del siglo XIX; las fuerzas irregulares de los llaneros venezolanos liderados por  Páez, Arismendi y Piar, bajo liderazgo de Simón Bolívar, así como las fuerzas guerrilleras  de Warnes, Arenales, Martín Miguel de Güemes y Juana Azurduy, combatientes de las  fuerzas anticolonialistas lideradas por San Martín, ambas durante las guerras americanas  de independencia anticolonial en la segunda década del siglo XIX. Frente a todas estas  fuerzas insurgentes, el enemigo político-militar, superior en fuerzas, sea de otra potencia

10 Giudici, Ernesto (1938): Op.cit. pp.148-150.

11 Zavaleta Mercado, René (1976): “El fascismo y la América Latina”. En AA.VV.  (1976). El fascismo en América [Antología-Número Especial]. En Revista Nueva Política N°1, México, Fondo de Cultura Económica. pp. 191-192.

12 Dos Santos, Theotonio (1978): Op.cit. p.32.

13 Marini, R.M. (1978): “La cuestión del fascismo en América Latina”. En Cuadernos  políticos N°18, México, Editorial ERA. pp. 21-29.

capitalista invasora (caso Napoleón en España), sea el colonialismo europeo (caso  guerrillas nuestro-americanas), desarrolló formas de lucha contrainsurgentes. Sin embargo, la contrainsurgencia moderna posee atributos, cualidades y  modalidades específicas que sólo alcanzarán su pleno despliegue desde finales de siglo  XIX en adelante, con el auge del capitalismo en su fase plenamente desarrollada del  imperialismo.

Una definición contemporánea de insurgencia —de ningún modo escolástica o  especulativa, sino plenamente operativa— puede encontrarse en el Manual de campo de  Contrainsurgencia N°3-24 (redactado bajo la dirección de los generales David H.Petraeus  y James F.Amos (2006). Washington, Department of the Army): “Insurgencia es una  lucha político-militar organizada, prolongada e ideada para debilitar el control y la  legitimidad de un gobierno establecido, de una fuerza ocupante o de otra autoridad  política, mientras se incrementa el control insurgente”, a lo que se agrega que “[ésta es]  típicamente una forma de guerra interna, una que ocurre primariamente dentro de un  estado, no entre estados, y una que contiene al menos ciertos elementos de guerra civil.  Contrainsurgencia son las acciones militares, paramilitares, políticas, económicas,  psicológicas y cívicas, llevadas a cabo por un gobierno para derrotar a la insurgencia”14.

Como forma político-militar de desarrollar los enfrentamientos contra las fuerzas  rebeldes, la contrainsurgencia se generalizó principalmente, a escala global, tras la  segunda guerra mundial15.

En esta fase histórica del capitalismo, donde predomina en forma notoria el  imperialismo, la categoría de contrainsurgencia tiene la ventaja de explicar y dar cuenta  de:

(a) la respuesta capitalista general frente a la crisis del sistema de acumulación y  reproducción económico-social;

(b) la forma política, también general, que asume la forma estatal cuando se independiza  parcialmente de las clases sociales económicas dominantes que pretende defender, frente  a la amenaza insurgente y rebelde de la fuerza de trabajo y el campo popular;  (c) la modalidad y el carácter específicamente político-militar, contrainsurgente, que  asume la lucha de clases cuando la contrarrevolución capitalista se propone no sólo  resolver la crisis del sistema amenazado, “restaurar el orden” social y reprimir al campo  popular sino además enfrentar y aplastar al movimiento revolucionario insurgente  (habitualmente recurriendo al aniquilamiento y al genocidio, excediendo en ambos casos  la mera represión policial).

La contrainsurgencia se vuelve genocida y adopta la decisión de aniquilar cuando  tiene enfrente una fuerza social enemiga, organizada, dispuesta moral y materialmente al  enfrentamiento, dotada de una estrategia definida que apunta a la revolución y la toma  del poder, y que sabe manejar con flexibilidad diferentes frentes y formas de lucha (legal,  semi-legal, clandestina; reivindicativa, económica, cultural, política y político-militar,  todas al mismo tiempo, dentro de un proyecto de insurgencia global).

En cambio, la contrainsurgencia se mantiene en una modalidad de tipo  preventiva, cuando su enemigo histórico ejerce la rebeldía y la indisciplina en una serie

14 Petraeus, H. y Amos, J.F., (2006): Manual de campo de Contrainsurgencia N°3-24: En  López y Rivas, Gilberto (2015): Estudiando la contrainsurgencia de Estados Unidos.  Manuales, mentalidades y uso de la antropología. San Carlos de Guatemala, Universidad  de San Carlos de Guatemala. pp.40-41.

15 Bonavena, Pablo y Nievas, Flabián (2022): “La guerra contrainsurgente de hoy”. En  Pacarina del sur. Revista de Pensamiento Crítico Latinoamericano N°49, México. p. 9.

de protestas espontáneas, sean de carácter económico-corporativo (por el empleo estable,  por el salario, por el aguinaldo, por la salud y educación, por la vivienda, etc.), sean por  sus derechos especiales como grupos sociales diferenciados (libertades sexuales,  derechos jurídicos, libertades de prensa e información, etc.). En este último caso, el de la  contrainsurgencia preventiva, el enemigo no ha logrado aún estructurarse como fuerza  beligerante a largo plazo, por debilidad política e ideológica, por fragmentación social,  por retraso en su capacidad operativa o, simplemente, por falta de una estrategia coherente  de lucha por el poder.

En ese sentido, se podría complejizar la conceptualización de Ruy Mauro Marini  diferenciando los Estados de contrainsurgencia entre aquellos en que predomina el  objetivo militar centrado principalmente en el aniquilamiento y aquellos otros donde la  contrainsurgencia se mantiene en el nivel preventivo, “de baja intensidad”, ejercida  incluso bajo formas republicanas, con elecciones periódicas, con funcionamiento  parlamentario, pero enmarcados en una estrategia de neto corte contrainsurgente.

¿Por qué habría contrainsurgencia si no existe una insurgencia político-militar  operante? Pues porque las formas del capital no esperan hasta el último minuto y el último  segundo en que “explota la guerra civil” para, recién allí, comenzar a identificar, registrar,  clasificar, vigilar, controlar y someter a su enemigo. No, de ningún modo. El  aniquilamiento se prepara con varios años de antelación en los cuales predomina, todavía,  la prevención.

Si se acepta esta complejización de las categorizaciones y una mayor delimitación  de las precisiones conceptuales previas, entonces no sólo se podría diferenciar la  contrainsurgencia en sus dos modalidades (activa-operante y preventiva). También se  podría comprender que las formas fascistas y neofascistas no siempre asumen como  características definitorias y absolutamente esenciales de su morfología la movilización  de masas. Puede haber fascismos que se apoyaron desde su inicio en la movilización de  masas (como ocurrió en Italia y Alemania hasta su derrota en la segunda guerra mundial  a manos del Ejército Rojo y los partisanos comunistas), pero también puede haber otros  donde la aplicación del terror contrarrevolucionario (con métodos copiados del nazismo,  como los campos de tortura y exterminio, el antisemitismo, etc.) se ejerció policial y  militarmente sin movilización de masas o incluso contra la movilización de masas.

Además, los movimientos y regímenes de corte fascista y neofascista no revisten  un carácter exclusivamente “político”. Son económicos, políticos, culturales y político militares. El caso arquetípico del fascismo alemán, conocido como nazismo, resulta  sumamente ilustrativo. Habitualmente, en libros, artículos, películas, documentales y  conferencias, suele reducírselo a un fenómeno puramente político y militar. Escasa  atención suele prestarse a su estructura y morfología económico-social, que permaneció  mayormente intacta tras la aplastante derrota de 1945 ante el Ejército Rojo. En  Nürnberger [Núremberg] se juzgaron prioritariamente a los genocidas de uniforme pardo.  Las empresas capitalistas que hicieron fortunas con el nazismo y que posibilitaron su  ascenso quedaron mayormente impunes (Muchnik, 1999). Por eso la mayoría siguió  operando, recicladas después de 1945 y cambiando apenas sus nombres, hasta nuestros  días.

El callejón sin salida y las capitulaciones de la escuela “anti-totalitaria”

¿Por qué resulta tan difícil, complejo y escurridizo poder conceptualizar, teorizar  y reflexionar sobre las nuevas derechas extremas y los neofascismos del siglo XXI?  Porque existe una jungla inmensa de justificaciones ideológicas que se presentan como

“anti-totalitarias” y, por lo tanto, anti fascistas, cuando en realidad son apologistas  encubiertos y disfrazados de la extrema derecha.

A la lista bochornosa de mandarines del poder imperialista, claramente  negacionista, que escriben muy sueltos de cuerpo intentando poner bajo la alfombra,  encubrir, disminuir y hasta incluso justificar las prácticas genocidas del imperialismo  nazi, debe agregarse una escuela vecina y colindante, escandalosamente próxima a los  apologistas vergonzantes del Führer alemán y sus matarifes uniformados del fascismo  italiano y el franquismo español.

Se trata de la corriente “anti-totalitaria”, tan obsesionada por combatir cualquier  posible resurgir de la revolución social y el comunismo rojo que sus integrantes,  estafadores refinados que han abandonado cualquier mínima seriedad historiográfica,  terminan siempre homologando, mediante malabarismos de circo e ilusionismos de feria,  al triunfo de la revolución bolchevique y la mera existencia de la Unión Soviética con la  Alemania de Hitler y su “solución final” (eufemismo para justificar uno de los mayores genocidios de la historia de la humanidad, sólo comparable —como alertó en 1955 Aimé  Césaire en su obra Discurso sobre el colonialismo— con lo que anteriormente habían  implementado los colonialismos europeos con los pueblos africanos y con los pueblos  originarios de Nuestra América).

En esta escuela vecina, igualmente contagiada por la rabia anticomunista de los  negacionistas pro-nazis, la fauna es variada y variopinta. En ella se encuentran desde  algunos pocos académicos que visten la toga y amagan con supuestas defensas  occidentalistas del conservadurismo “ultra-neoliberal” (a partir de cuyas coordenadas se  desviven y desvelan por minimizar las matanzas nazis intentando taparlas con el paraguas  deshilachado de la “guerra civil europea” y el anticomunismo más fanático) hasta bufones  mediáticos, menos apegados a las exigencias de las normas académicas y más atentos a  la puesta en escena de la farándula macartista.

Entre los primeros se ubica François Furet, historiador francés (en otra época  prestigioso), ex marxista converso, devenido en cruzado lastimoso contra el comunismo,  corriente de la que había formado parte entre 1949 y 1956. Decepcionado del comunismo,  como también le sucediera al epistemólogo Karl Popper, inicialmente militante del  comunismo en Austria y luego devenido gurú del neoliberalismo más fundamentalista,  Furet terminó batallando contra la bandera roja sin ningún rubor, sembrando la semilla  de lo que hoy reivindica como leit motiv la coordinación internacional de la nueva derecha  europea más extrema16.

Su patético co-piloto alemán es el historiador Ernst Nolte (de formación ultra  católica, discípulo directo y amigo de Martín Heidegger, como no podía ser de otra  manera), quien disputa con su colega franco a ver quien gana la copa europea del  anticomunismo más desquiciado17.

Furet hizo un comentario sobre el libelo de Nolte, éste respondió con una carta.  La correspondencia entre ambos, originariamente publicada en la revista Commentaire,  reunió ocho cartas en total entre 1997 y 1998 y fue publicada como libro unitario, bajo  un título que nos conduce inequívocamente a una identificación, en sí misma, disparatada  y delirante: Fascismo y comunismo18. Los dos historiadores culminaron sus carreras

16 Furet, François (1995): El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en  el siglo XX. Madrid, Fondo de Cultura Económica.

17 Nolte, Ernst (1995): Después del comunismo. Buenos Aires, Ariel. 18 Furet, François y Nolte, Ernst (1999): Fascismo y comunismo. Buenos Aires, Fondo de  Cultura Económica.

intelectuales como extremistas de derecha radical. Pero en particular Nolte, aunque asume  de forma impostada y por obvias conveniencias oportunistas de académico la apariencia  sobreactuada de un supuesto carácter “liberal”, en su correspondencia con el macartista  francés se aproxima notablemente a los revisionistas y negacionistas neonazis, poniendo  en duda la cantidad de personas aniquiladas en los campos de exterminio nazis u  otorgando el beneficio de la duda sobre las columnas de humo de los hornos crematorios  de Auschwitz, caracterizadas por los revisionistas como… “una ilusión óptica” [sic]19. La  burla a toda investigación historiográfica seria carece absolutamente de respeto  intelectual, incluso si se evaluara desde el punto de vista derechista más recalcitrante.  Siguiendo su mismo criterio: ¿los hongos de las bombas nucleares de Hiroshima y  Nagasaki habrían sido quizás los humos dispersos de un asadito de unos desorientados  turistas japoneses en algún camping veraniego? Semejante lumpen intelectual como Ernst  Nolte sólo puede darse ese lujo de tomar en solfa y con sorna degradante elementos  fundamentales y emblemáticos del genocidio nazi por la impunidad de ser alemán. Si lo  hiciera un historiador paraguayo, guatemalteco, mexicano o argentino, directamente iría  preso o lo convocarían a un programa humorístico de mal gusto y baja categoría. Nolte  le agregó a toda esta constelación extremista y contrarrevolucionaria una de las ideas  propagandísticas convertidas en mantra: la islamofobia, llegando incluso a homologar la  tradición política del Islam con el fascismo. Un disparate sin mayores pruebas, lógica ni  consistencia que, lamentablemente, es adoptado por la coordinación internacional de las  derechas extremas incluso en países gobernados otrora por ciertas socialdemocracias  procapitalistas pero tolerantes20.

Ni Nolte ni Furet están solos en sus respectivos países en esta cruzada  contrainsurgente de los caballeros templarios, mitad grotesca, mitad patética, que  persigue obsesivamente deshacerse y enterrar de una buena vez todo rastro de insurgencia  anticapitalista, marxismo y comunismo, diluyendo, disminuyendo, justificando y, cuando  se puede, directamente negando el genocidio nazi.

Nolte cuenta con la compañía, como él bien se ocupa de subrayar cada vez que  puede, de un lastimoso equipo que entra en pánico cada vez que se imagina observar, de  lejos, con largavistas y por la ventana, una pequeñita bandera roja: los insufribles Klaus  Hildebrand, Andreas Hillgruber y Michael Stürmer. Todos ellos han tirado alegremente  por la borda cualquiera de las muchas y justificadas “culpas” que hace varias décadas, en  la segunda posguerra, sentía el filósofo existencialista Karl Jaspers en nombre del pueblo  alemán por haber apoyado con entusiasmo y en forma colectiva a Hitler.

Y a Furet, pobre hombre, le tocó en suerte un coro de acompañantes todavía  mucho más frívolo, banal y superficial que los aburridos, fachos e insoportables socios  germanos de Nolte. Se trata de los altisonantes e histriónicos “Nuevos Filósofos”, que de  nuevo no tienen nada y de filósofos mucho menos. Allí revisten Maurice Clavel, Jean

Marie Benoist, André Glucksmann, Jean-Paul Dollé y Gilles Susong, entre otros  vendedores de televisores blanco y negro y promotores de rifas por un viaje a Disney en  algún pasillo de shopping. Pero el más mediático de todos es, sin duda, Bernard-Henri  Lévy, sionista fanático, propulsor de las aventuras neocoloniales de Francia en el norte  de África (por ejemplo la aventura militar del imperialismo occidental, de la OTAN y  Estados Unidos, en Libia y el asesinato de su presidente) y un gladiador cuando se trata

19 Furet, F. y Nolte, E. (1999): Op. cit. p.78.

20 Nilsen, Remi (2017): “La islamofobia se apodera de la «ejemplar» Noruega”. En  Chomsky, Noam et al (2017): Neofascismo. De Trump a la extrema derecha europea.  Buenos Aires, Le Monde Diplomatic-Capital Intelectual. pp.75-82.

de legitimar “el derecho a la injerencia” del imperialismo estadounidense en cualquier  rincón del planeta. Muchos de ellos provenían de la elite universitaria parisina y asomaron  fugazmente la nariz por las asambleas estudiantiles en 1968, por pura casualidad, el año  en que proliferaron las protestas famosas. Pero se “desencantaron” del marxismo más  rápido que lo que tardaron en cambiarse la ropa interior. En uno de los pocos escritos  honestos que pergeñó, Bernard-Henri Lévy llegó a confesar que se traicionó a sí mismo  muchas veces… ¡antes de cumplir los treinta años! Renegado completo a tan corta edad,  antes de llegar a ser un intelectual. A confesión de parte…. relevo de pruebas.

En ninguno de estos niños mimados por lo más rancio de la derecha francesa,  racista, colonialista, pro-sionista y xenófoba, híper promocionados por sus grandes  monopolios de (in)comunicación, jamás hubo décadas de militancia y, hacia la vejez,  producto de cierta “madurez” o tal vez agotamiento, se habría hecho lugar a una especie  de balance negativo y entonces se habría tomado la decisión de jubilarse del marxismo  para cruzarse hacia una vereda más sosegada y apacible. Lo cual sería, desde nuestro  punto de vista, sumamente discutible pero, ¿por qué no?, comprensible.

¡En absoluto es el caso de los autodenominados “Nuevos Filósofos”! Bernard Henri Lévy hizo turismo ideológico una brevísima temporada estival en el maoísmo de  la Gauche Proletarienne [Izquierda Proletaria] para posteriormente lucrar y vivir durante  varias décadas de su anti-marxismo desaforado y su sionismo descarado, bien pagado por  cierto. Un negocio redondo y sin riesgo alguno. Con vacaciones de por vida garantizadas  —sionismo mediante— en Israel, la punta de lanza, colonialista y genocida, del  imperialismo occidental en Medio Oriente. Si hubiera nacido latinoamericano, las  vacaciones seguramente las hubiera tenido garantizadas en Miami o en el narco-estado  contrainsurgente de Colombia, históricamente “el Israel de América Latina”.

Su paso acelerado por eso que Samir Amin denominaba con no poca ironía “el  espíritu religioso de los teóricos intelectualistas a ultranza que pasan de un extremo al  otro sin problema” (Amin, 2008: 221), se pareció mucho más a una moda pasajera de  zapatos o a un efímero corte de cabellos que a una elaboración exhaustiva de un corpus  teórico y una tradición política que hubiera examinado, conocido y evaluado en  profundidad. Quizás no resulte casual que su homólogo español, menos “chic” y más  grisáceo, el publicista de best sellers hoy admirador del generalísimo Francisco Franco,  Pío Moa, también haya pasado en sus tiempos de acné juvenil por ese singular y exótico  “maoísmo a la europea”.

La defensa a muerte de la política colonialista, racista, exclusivista, islamofóbica  y pronorteamericana del Estado de Israel, que Bernard-Henri Lévy no se cansa de rumiar,  sea en la prensa francesa, sea en el grupo Prisa del estado español del que es columnista  regular, llega hasta tal punto que al despuntar el año 2006, en una conferencia  pronunciada durante el mes de enero en el Council on Foreing Relations de New York  (institución fundada por el magnate David Rockefeller), dictaminó que “El  antiamericanismo es el nuevo antisemitismo”, homologando e identificando las críticas  hacia la política imperialista de Estados Unidos con la ideología antisemita. ¡Vaya  disparate! Según ese desvergonzado, caprichoso y forzado criterio, el pensador judío  estadounidense Noam Chomsky, que ha publicado decenas de libros cuestionando al  imperialismo norteamericano, sería… ¡un antisemita!

Si este tipo de planteos desopilantes —y su defensa desfachatada del racismo, el  neocolonialismo y el imperialismo occidentales— los gritara en una cantina un  parroquiano borrachín demasiado entrado en copas se generarían inmediatamente risas  condescendientes o burlas en voz baja. Pero quien los promueve, aplaudido por la extrema  derecha francesa y difundido por toda la sociedad oficial europea, es nada menos que el

anticomunista Bernard-Henri Lévy, quien se otorga prestigio presentándose como  alumno de… Jacques Derrida, el padre de la “deconstrucción”. ¡Oh casualidad! Por eso el viejo François Furet tuvo tan mala suerte en su carrera anticomunista,  aunque se esforzara por aliarse con su escudero alemán. Con semejantes copilotos y un  equipo de mecánicos tan poco serio, nadie va a ganar un rally, por más que cuente con  los papiros prestigiosos de las conservadoras academias de la antigua capital del siglo  XIX, como la llamaba Walter Benjamin.

En términos de historia intelectual, tanto la escuela anticomunista alemana de  Nolte y su pandilla de cómplices carentes de escrúpulos políticos, éticos y científicos,  como el elenco antimarxista de Furet, Bernard-Henri Lévy y consortes franceses, se han  nutrido de lo que habitualmente se conoce como la corriente ideológica del “anti

totalitarismo” que equipara, livianamente, comunismo y nazismo.

La exiliada en Estados Unidos Hannah Arendt publicó Los orígenes del  totalitarismo en 1951, en plena caza macartista de brujas. Cuando en Estados Unidos se  perseguía inquisitorialmente a Charles Chaplin, a Bertolt Brecht, a Howard Fast, se  hacían juicios mañosos contra toda la intelectualidad sospechosa de simple  “progresismo” y se reprimía duramente al movimiento obrero y sindical, además del  mundo cinematográfico. Una época donde se censuraron y prohibieron en Estados Unidos  más de 30.000 libros (retirándolos de bibliotecas y librerías), mientras se controlaban las  conversaciones privadas, las reuniones familiares, los encuentros de amigos… y mucha  gente que nunca había leído dos páginas de Marx y jamás había visto ni siquiera en una  librería las tapas y portadas de El Capital, terminaba encarcelada “por las dudas”. Todo  legitimado mediante juicios amañados, acusaciones falsas, delaciones forzadas y  anónimas, testimonios infundados, interrogatorios “irregulares” y secretos, coronados por  las célebres listas negras (prohibiciones con fines de persecución ideológica y control del  pensamiento). Una auténtica caza de brujas que inspiró la obra de Arthur Miller Las  brujas de Salem [1952].

Por supuesto, en el campo del racismo y el apartheid contra la población  afrodescendiente del sur de los Estados Unidos, McCarthy no innovaba nada en la década  de 1950. El Ku Klux Klan y sus herederos hacía largo tiempo que linchaban, segregaban  y perseguían población negra sin que nadie se horrorice ni se espante. En ese rubro todo  seguía y todo siguió como era (y sigue siendo) habitual y “normal” en Estados Unidos. Y  eso no es ningún invento “antiamericano”, como alertaría presurosamente Bernard-Henri  Lévy. Alguien tan insospechado de antiimperialismo como el ex presidente  estadounidense W. J. “Billy” Clinton, en abril de 1997, se vio obligado a pedir  públicamente perdón porque en su país “En los años sesenta [década de 1960, N.K.] más  de 400 hombres de color de Alabama fueron utilizados como cobayos humanos”. Se  trataba del caso en que estos cuatrocientos ciudadanos afrodescendientes, enfermos de  sífilis, no fueron curados a propósito para experimentar con ellos. Si eso sucedía una  década después del macartismo… imaginemos durante un minuto lo que sucedía durante  el sombrío reinado del senador McCarthy…

Pero ni Hannah Arendt ni la escuela del “anti-totalitarismo” que en ella se inspira  (en Estados Unidos y Europa Occidental) jamás se animaron a focalizar y profundizar sus  análisis adoptando como principal objeto de estudio las persecuciones del senador Joseph  Raymond McCarthy y sus tropelías anticomunistas, xenófobas y racistas, destinadas a  lograr el control total y absoluto de la población. Cuando Arendt lo menciona, en un  bodoque pesadísimo de 620 páginas, es tan sólo en una brevísima y microscópica nota al

pie de apenas… ¡tres renglones!21. Sencillamente: vergüenza ajena. No casualmente el  historiador de las ideas y la cultura política Doménico Losurdo ha caracterizado esta  cruzada “anti totalitaria” como un producto directo de la guerra fría y del anticomunismo,  así como desmenuzó la pretensión de homologar comunismo y nazismo como  “artificiosa”, “impostada”, “ideológica” y, como ya señalamos, “una adaptación a la  Guerra Fría”22.

Algo similar a esta impostura intelectual y su consiguiente capitulación ideológica  de Hannah Arendt le sucedió a otros intelectuales europeos exiliados en Estados Unidos.  Repentinamente se volvían “anti-totalitarios” y denunciaban “el despotismo oriental”,  concentrándose prioritariamente en la cruzada contra el comunismo (el caso menos  conocido que el de Arendt pero altamente sintomático es el del ex comunista alemán Karl  August Wittfogel, antiguo miembro de la Escuela de Francfort, ex marxista, ex militante,  cooptado y reclutado en Estados Unidos para la cruzada más fanática del anticomunismo).

En Los orígenes del totalitarismo, ese inmenso librote de 620 páginas, donde la  reflexión de Arendt sobre el antisemitismo resulta medular, no aparece ni una sola  mención a… Henry Ford, uno de los paradigmas arquetípicos de Hitler, Rosemberg,  Goebbels, Himmler, von Schirach, Baldur von Schirach y el resto de los jerarcas nazis23.

¡Ni un renglón, ni una nota al pie en 620 páginas! Silencio absoluto. Y eso que, a  esa altura, Hannah Arendt estaba escribiendo desde Estados Unidos, con todas las  bibliotecas que se le ocurriesen visitar y todas las librerías al alcance de la mano. ¿Sería tal vez muy difícil de encontrar y por lo tanto analizar la herencia de Henry Ford en la  cultura política de Estados Unidos? Sospechamos que no. Antonio Gramsci, quien nunca  pisó suelo estadounidense, no dudó un segundo en focalizar su mirada sobre Henry Ford  y el “fordismo” a la hora de identificar y reflexionar sobre el paradigma del  “americanismo”. Y eso que sus célebres Cuadernos de la cárcel fueron escritos casi dos  décadas antes que viera la luz el texto famoso de Hannah Arendt… (su cuaderno 22, sobre  “Americanismo y fordismo”, fue redactado en 1934, 17 años antes que saliera de imprenta  la obra de Arendt).

A la hora de juzgar el racismo supremacista predominante en Estados Unidos, la  esclavitud y el sometimiento de la clase trabajadora afrodescendiente junto con el  antisemitismo del que Henry Ford fue un ardiente precursor, la obra presuntamente “anti totalitaria” de Arendt deja oír… un escandaloso silencio.

Esos capítulos sorprendentemente ausentes, esas páginas vergonzosamente en  blanco, esos silencios ensordecedores, hacen crujir las sobrecargadas páginas de Los  orígenes del totalitarismo. Semejantes obstáculos epistemológicos y políticos no  responden a una supuesta “falta de información” o ausencia de familiaridad de la autora  (y su escuela) con el tema tratado. Eludamos los eufemismos: lo que se trata es, simple y  llanamente, de complicidad.

¿O Wittfogel se olvidó de repente en Estados Unidos de todo lo que había  investigado en Francfort cuando llegó a denunciar, por comunista, en plena caza de brujas  macartista, a uno de sus antiguos camaradas? ¿O Arendt no se sorprendió de que Henry  Ford, símbolo internacional de la cultura moderna e industrial norteamericana, haya sido

21 Arendt, Hannah, [1951] (1999): Los orígenes del totalitarismo. Madrid, Taurus. p.442,  nota al pie 36.

22 Losurdo, Doménico (2019): El marxismo occidental. Cómo nació, cómo murió y cómo  puede resucitar. Madrid, Trotta. pp.113-114.

23 Ford, Henry [1920] (1961): El judío internacional. Barcelona, Mateu.

adoptado explícitamente como ejemplo arquetípico e incluso haya sido galardonado por  el mismo Führer Adolf Hitler?

Lo cierto es que para intentar comprender esos tropezones y transacciones  ideológicas de Hannah Arendt podría argumentarse que no le quedaba más remedio que  “negociar” con la ideología imperante en Estados Unidos a inicios de la década de 1950.  En cambio, medio siglo después, resulta realmente insostenible continuar manteniendo la  misma línea hermenéutica, cuando ya el clima ideológico había cambiado notablemente.  Nos referimos, por ejemplo, al libro El totalitarismo. Historia de un debate de Enzo  Traverso, quien vuelve a insistir con la homología de comunismo y nazismo, haciendo  notoria y significativa abstracción de los genocidios ingleses, franceses y estadounidenses  sobre todo el mundo colonial24.

De Arendt, pasando por Wittfogel hasta llegar a Traverso, la escuela “anti totalitaria” —quizás incluso contra sus intenciones originarias— resulta acompañada por  ciertas amistades indeseadas.

No debemos olvidar que Ludwig von Mises, en su odio anticomunista y en su  oposición al “totalitarismo”… no duda ni le tiembla el pulso al reivindicar los supuestos  méritos de un régimen de violencia extrema, anticomunista, como el fascismo de Benito  Mussolini.

En uno de sus libros considerado “clásico” por sus partidarios de la “escuela  austríaca”, titulado Liberalismo (publicado en 1927 y reeditado infinidad de veces, hasta  llegar a 2015, sin modificar nunca una coma o un punto), Ludwig von Mises declara, sin  ruborizarse, lo siguiente: “No se puede negar que el fascismo y todas las tendencias  dictatoriales análogas están animados por las mejores intenciones, y que su intervención  ha salvado por el momento a la civilización europea. Los méritos adquiridos por el  fascismo permanecerán por siempre en la historia [subrayados de N.K.]”25. Tengamos  en cuenta que, en nombre del “anti totalitarismo”, el publicista austríaco formula esta  declaración enaltecedora del fascismo cinco años después de que Mussolini tomara el  poder en Italia y un año más tarde de ser apresado Antonio Gramsci.

Paradojas de la historia cultural mediante, tanto el converso francés (Furet), como  sus socios anticomunistas alemanes (encabezados por Nolte), ambos inspirados en el  “anti-totalitarismo” de la guerra fría, culminaron revolcados en el mismo lodo de los  revisionistas neonazis, sin por ello despegarse de los economistas neoclásicos, padres del  neoliberalismo, incluso en su versión “austríaca”, la más extremista. Todos de derecha  desaforada, invariablemente defensores abiertos del empresariado y el partido único del  capital imperialista, pero con leves matices entre ellos. Por su furia desbocada contra  cualquier recuerdo, real o imaginario, del comunismo y la bandera roja, sin duda Furet y  Nolte se encuentran mucho más cercanos al elenco del negacionismo neonazi de lo que  ellos mismos se imaginan, pues en no pocas obras (individuales o compartidas) han  tratado de minimizar el genocidio hitleriano, haciéndolo derivar de manera extravagante  de supuestas y delirantes “influencias asiáticas”.

Neonazismo y negacionismo

Entre los “tanques pensantes” y las clases dirigentes y dominantes de Europa  Occidental y Estados Unidos de Norteamérica, durante las últimas décadas han jugado un

24 Traverso, Enzo [2001] (2016): El totalitarismo. Historia de un debate. Buenos Aires,  EUDEBA. pp.22-30.

25 Mises, Ludwig von [1927] (2015): Liberalismo. Madrid, Unión Editorial. p. 87.

rol fundamental estrategias y prácticas geopolíticas abierta y violentamente pro  imperialistas. No es casual que estas estrategias y prácticas hayan abandonado anteriores  ademanes y poses “pacifistas”, “republicanas” y “liberales” para coquetear abiertamente  con posicionamientos neofascistas y apologéticas que intentan minimizar al nazismo  cuando no simpatizan abiertamente con esta corriente.

De ninguna manera resulta aleatorio que en los últimos años grupos nazis  tradicionales, neonazis aggiornados, falangistas, franquistas, fascistas y todo el coro  supremacista que los rodea hayan alcanzado visibilidad social, legalidad electoral,  “tolerancia” absoluta por parte de las burguesías anteriormente identificadas con el  republicanismo burgués y desfachatada promoción mediática. Tanto en Europa  Occidental, en países y repúblicas europeas de la antigua órbita soviética convertidos  fanáticamente al anticomunismo (con ingreso eufórico en la OTAN [NATO]), así como  también en el seno de Estados Unidos, el gendarme principal del imperialismo occidental,  cuna del macartismo.

Este alarmante resurgir supremacista y neonazi, justificador o inclusive defensor  abierto de políticas imperialistas, colonialistas, racistas, xenófobas y genocidas, ha sido  históricamente precedido en el caso estadounidense por las viejas teorías  fundamentalistas del “Destino Manifiesto” y la “Doctrina Monroe”, la apologética  supremacista de la raza blanca occidental y norteamericana del Judío Internacional de  Henry Ford, así como por la corriente más cercana a nuestro tiempo del negacionismo y  “revisionismo”. Estas últimas vienen intentando negar, poner en discusión y, si no queda  más remedio, justificar el feroz y brutal genocidio nazi-fascista-franquista perpetrado,  primero, durante la guerra civil española y luego, durante la Segunda Guerra Mundial.

Entre los negacionistas estrictos, encubridores y justificadores del nazismo  alemán, se destacan: Harry Elmer Barnes, David Hoggan, Austin App y Willis Carto, en  Estados Unidos; Louis Darquier de Pellepoix, Robert Faurisson y Jean-Marie y Marine  Le Pen, en Francia; David Irving, en Inglaterra, entre muchos otros estafadores  intelectuales, en su totalidad, antimarxistas fanáticos y descontrolados anticomunistas. A  todos ellos puede agregarse el español Pío Moa, exótico y patético ex izquierdista,  convertido en un vulgar escriba de literatura de shopping que ha logrado fama divulgando  hagiografías comerciales del generalísimo Francisco Franco. Negacionista a ultranza de  las masacres en el estado español, Moa constituye una versión degradada y periférica, de  segunda marca, en comparación con los negacionistas nazis.

Estos representantes literarios del paleolítico inferior son acompañados por  “estrellas” del parnaso político mediáticamente más reconocidos como Mateo Salvini en  Italia, la agrupación neofascista Vox en el estado español; la ultraderechista Frauke Petry  en Alemania; el extremista Geert Wilders en los Países Bajos; el hijo de un nazi y él  mismo neonazi Jörg Haider (ya fallecido) de Austria, entre muchos otros devotos  admiradores de la cruz svástica, el cuero negro y la camisa parda.

Si los primeros intentan perfumar y suavizar con la escritura la mugre nazi,  inocultable y pestilente aunque cerremos los ojos y tapemos la nariz, los segundos se  esfuerzan por aggiornar y actualizar las viejas formas fascistas de reordenamiento social  en el campo de la política de Estado y los grandes monopolios mediáticos. En ambos  casos —escritores y representantes políticos— el objetivo es el mismo: defender e  impulsar la contrainsurgencia para intentar, vanamente, “salvar” el sistema imperialista  del capitalismo crepuscular, ante la crisis inocultable del mundo unipolar.

La “nueva” derecha neofascista

En las publicaciones del negacionismo nazi alemán, en las del revisionismo  neofascista italiano y neofranquista españolista, así como en las del anticomunismo  militante de las distintas escuelas “anti-totalitarias” (sean francesas, alemanas,  norteamericanas, etc.), históricamente precedidas, todas ellas, por las doctrinas  proimperialistas de Monroe, del “Destino Manifiesto” de Estados Unidos así como en los  periódicos y volúmenes antisemitas de Ford, aunque delirantes y psicodélicas, las  argumentaciones de los cruzados intentan hilar un mínimo discurso “teórico” (varias  comillas). Con no poco eclecticismo y una gran abundancia de oportunismo pragmático,  el sionismo se suma a este tren fantasma, acompañado por la simpatía pro nazi de  Zelensky en Ucrania (que homenajea públicamente a Stepan Bandera, colaborador de  Hitler) y la exaltación neonazi de los croatas (que enaltecen a Ante Pavelic, otro peón del  Führer). A los tirones y de modo deshilachado, balbuceando de manera desprolija lugares  comunes y datos históricos falseados, hundiéndose hasta la rodilla en los prejuicios  atávicos más primitivos y reaccionarios, pero en todos esos casos, el sustento principal se  apoya en una ideología de la extrema derecha que busca legitimar la dominación  neocolonial de las grandes potencias occidentales y la superexplotación de la clase  trabajadora del Sur Global.

Siguiendo ese hilo nauseabundo, en la denominada “nueva Europa” del siglo XXI  emerge un conservadurismo extremista de masas, brutalmente xenófobo, islamofóbico e  inocultablemente nostálgico de la contrarrevolución fascista, nazi y franquista de la  primera mitad del siglo XX.

El “señuelo” para justificar la xenofobia y las aspiraciones supremacistas hace  referencia a que millones de africanos, árabes, musulmanes, hindúes y asiáticos  (acompañados de no pocos “sudacas” provenientes de América Latina) afluyeron en masa  a las metrópolis capitalistas occidentales huyendo del hambre, la superexplotación, las  guerras de conquista y rapiña y de diversos genocidios en sus sociedades periféricas de  origen.

No olvidemos que la “civilizada” y “democrática” ex canciller alemana Ángela  Merkel declaró a los cuatro vientos, desde Postdam, pocos días después de reunirse con  el Primer Ministro de Turquía, en octubre del año 2010, que: “A principios de los años  1960 nuestro país [República Federal Alemana. N.K.] convocaba a los trabajadores  extranjeros para venir a trabajar a Alemania y ahora viven en nuestro país […] Nos hemos  engañado a nosotros mismos. Dijimos: «No se van a quedar, en algún momento se irán».  Pero esto no es así […] Y, por supuesto, esta perspectiva de una [sociedad] multicultural,  de vivir juntos y disfrutar del otro […] ha fracasado totalmente”.

La Europa “aria” y “blanca” se sintió ofendida, descolocada, incluso social y  culturalmente invadida por esa fuerza de trabajo masiva de piel oscura que bien sirve para  limpiar el baño y pasar el escobillón, así como para afrontar el rudo trabajo fabril, pero  no para compartir la ciudadanía de la comunidad europea. En el mejor de los casos logran  alcanzar una ciudadanía de segunda. Sea con los musulmanes y africanos que llegan a  Francia, sea con los turcos y sirios que van para Alemania. La Europa oficial,  occidentalista y eurocéntrica hasta la médula, durante décadas autoconvencida que había  dejado por fin atrás la eugenesia y limpieza étnica nazi como un bochornoso “pecado de  juventud”, jamás abandonó sus pretensiones de “pureza racial”. Hoy en día lo asume  públicamente y sin grandes rubores. Se cayeron las máscaras y la impostura. Le molesta  el olor de la carne asada al estilo musulmán y ver el metro lleno de rostros oscuros, cuando  la fuerza de trabajo inmigrante se anima a dejar los suburbios de las grandes ciudades  (donde es claramente marginada) y se anima, con no poco temor, a trasladarse a un  espacio urbano tradicionalmente destinado para “blancos”. La rebeldía de la juventud  inmigrante se hace sentir socialmente de manera cíclica y las fuerzas de represión

(policiales y militares) no dudan en asumir estrategias de contención y confrontación  claramente contrainsurgentes. Todavía están demasiado frescas en la memoria el papel  de la denominada “escuela francesa” de las guerras contrainsurgentes en las colonias y la  represión feroz que sufrieron las insurgencias extraparlamentarias al interior mismo de la  Europa occidental (en Alemania, Italia, Francia, Gran Bretaña y el estado español) desde  fines de los ’60, durante todos los años ’70 y en algunos casos —particularmente en el  estado español y el sur de Francia— hasta hace escasos años.

Y entonces, de la mano de la incomodidad lingüística, religiosa y étnica frente a  la inmigración de piel oscura, o frente a rebeldías de naciones sin estado propio,  reaparece, una vez más, el fantasma omnipresente de las reacciones políticas neofascistas,  a veces presentadas con su feroz y rudimentario ropaje original y otras con aires  aggiornados de “eficiencia” mercantil y fría “modernidad” parlamentaria. No es casual  que estas fuerzas de extrema derecha que nunca desaparecieron del todo, aunque ahora  han cobrado apoyo de masas, combinen desde la violencia callejera más desmesurada y  los grupos de choque hasta la participación institucional en los regímenes parlamentarios  convencionales (como el Parlamento Europeo o el Congreso norteamericano), con el  guiño poco disimulado de las viejas formaciones parlamentarias y representaciones  políticas clásicas de la segunda posguerra.

La “Nueva derecha”: híbrido de neofascismo y neoliberalismo extremista

Sin abandonar las precisiones conceptuales y categoriales pero acercándonos en  la aproximación temporal hacia las “nuevas” derechas extremas de las últimas dos  décadas (es decir, ubicándonos ya en el corazón del siglo XXI), puede haber fascismos  contrainsurgentes que vuelven a intentar una respuesta capitalista frente a la crisis  sistémica promoviendo discursos y prácticas centrados en la xenofobia, el supremacismo  racial y el exclusivismo nacional (por ejemplo en el estado español y en Francia, donde  se mezclan la islamofobia y el antisemitismo, de manera ecléctica e incluso  contradictoria, sin mayor preocupación por la consistencia lógica o la coherencia  política); otros donde predomina una retórica localista y secesionista (por ejemplo en el  norte de Italia, donde reaparece en primer plano la xenofobia anti-inmigrante, hoy [2025]  convertida en política de estado en Italia) y algunos otros donde la propaganda neonazi  apela, por ejemplo, a un idealizado y melancólico “Nuevo Orden Europeo” (principalmente en países que anteriormente pertenecieron a la órbita soviética y  actualmente militan un anticomunismo nostálgico del Tercer Reich y sus regímenes  colaboracionistas, con la intención geopolítica de ser aceptados por el occidentalismo  europeo de la OTAN). En este último caso, se apunta a una respuesta capitalista frente a  la crisis de carácter continental, no sólo local. Siempre, por supuesto, más allá de todos  estos matices, atributos y modelos diferenciados, apoyándose en un subsuelo compartido:  la contrainsurgencia, una reacción capitalista “de choque” en contra del comunismo y la  herencia inspirada en Karl Marx, es decir, dirigiendo dicha respuesta del imperialismo  capitalista contra la fuerza de trabajo organizada y los movimientos de liberación  antiimperialistas y anticolonialistas del Sur Global.

Y si los neofascistas, los neonazis y las “nuevas derechas” extremas varían  notablemente en el tono, la retórica, el marketing, la puesta en escena y los ejes  prioritarios de su propaganda política, nada muy distinto sucede con sus proyectos  económicos. Todos tienen en común, reiteramos, un mismo eje de respuesta capitalista  a la crisis, la promoción de medidas contrainsurgentes (activas o preventivas) contra  movimientos sociales y fuerzas políticas rebeldes, así como una política “de choque”  contra los derechos históricos de la fuerza de trabajo (promocionando “reformas

laborales” patronales, destrucción planificada de las pensiones, eliminación dogmática de  todo subsidio estatal que no esté dirigido a las grandes empresas y bancos, etc.). Esta  fauna zoológica de amplia gama teje alianzas pragmáticas en torno a dicho “programa”,  tanto en Europa como Estados Unidos y en los capitalismos dependientes y periféricos.  Sin embargo, estos extremistas de la ultra derecha mantienen una flexibilidad sumamente  oportunista a la hora de discutir qué tipo específico de respuesta capitalista promover en  el plano estrictamente económico.

Algunas fuerzas de la derecha extrema apelan al confusionismo ideológico  bautizándose como “libertarios”. Cualquier persona mínimamente informada conoce que  el término “libertario” es sinónimo de anarquista, corriente primo-hermana del  comunismo con la que compartió la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT o  Primera Internacional). Sin embargo, así como los nazis alemanes utilizaban alegremente  el término “socialista” para identificarse mientras masacraban sin piedad a todos los  rojos… sin hacer mayor distinción; la “nueva” derecha extrema del siglo XXI, no tiene  ningún problema en emplear un término de origen anarquista para defender la política  patronal de las grandes empresas contra la fuerza de trabajo, promoviendo un estado  exclusivamente represivo, pero que garantiza a rajatablas la superexplotación y la  extracción salvaje y desbocada de plusvalor sin ningún tipo de ley ni códigos jurídicos.  Pura “libertad económica” (para el capital) combinada con escasa o nula libertad política  (para las mayorías populares y la fuerza de trabajo). Ahora bien, junto a los supuestos  “libertarios” (en realidad: ultra-neoliberales, defensores fundamentalistas de las  asimetrías, fetichismos e irracionalidades del Mercado), cohabitan los derechistas  extremos, presuntos “proteccionistas” (por ejemplo en el caso del ala neofascista de los  republicanos de Estados Unidos, liderados por el magnate supremacista Donald Trump;  o, para el caso francés, en el Frente Nacional, ya institucionalizado por Marine Le Pen).  En la mayoría de estos casos, ese ademán aparentemente “proteccionista”, crítico de la  globalización, encubre principalmente una geopolítica de gran potencia en disputa frente  al ascenso mundial de China, junto con la xenofobia frente a una fuerza de trabajo  superexplotada de origen latinoamericano en Estados Unidos o africana, árabe y  musulmana, en Francia.

A estas especificaciones teóricas y descripción de múltiples matices y atributos  dentro de la palestra neofascista contrainsurgente, todas de tipo “macro”, que la tradición  marxista y su teoría crítica aportan para comprender las respuestas del imperialismo  capitalista occidental a la crisis del sistema, cabe agregar también otro tipo de reflexiones  y teorizaciones complementarias, formuladas en otra escala, como las ensayadas en  Austria y Alemania, primero, y en Estados Unidos después, por el psicoanalista marxista  Wilhelm Reich sobre la estructura familiar y la política dirigida al plano del inconsciente  logrando construir personalidades sumisas y obedientes que permiten a las formas  fascistas triunfar sobre las clases trabajadoras, sus organizaciones políticas y sus  proyectos emancipadores26. Procesos histórico-sociales en los cuales las víctimas —no  leyendo racionalmente un programa lógicamente articulado de medidas puntuales sino a  través de procesos imaginarios e inconscientes— se identifican con sus victimarios (no  sólo votando y apoyando fuerzas represivas y genocidas sino incluso militando en  organizaciones que atacan con virulencia y odio a su propia clase). Lo mismo vale para  las reflexiones del filósofo y psicoanalista argentino León Rozitchner, quien se vale de  las obras más “sociales” de Sigmund Freud, así como también de los cuerpos teóricos de  Karl Marx y Karl von Clausewitz, para indagar en los pliegues subjetivos más íntimos

26 Reich, Wilhelm [1933] (1972): Psicología de masas del fascismo. Buenos Aires,  Editora Latina.

(muchas veces despreciados o ninguneados por la cultura política de la izquierda  tradicional) que permiten, no en el campo visible de los programas políticos y las  consignas explícitas sino a niveles mucho más profundos e inobservables a primera vista,  es decir inconscientes, identificarse con formas atávicas, reaccionarias, fascistas y  contrarrevolucionarias en el escenario social de la lucha de clases. A las obras de Reich  y Rozitchner, seguramente habría que agregar las investigaciones de Erich Fromm, quien  indaga en las motivaciones inconscientes que llevan a segmentos de las clases  trabajadoras a militar a favor del nazismo y el fascismo, incluso contra su propia clase,  encontrando la respuesta en las tendencias a buscar vínculos secundarios como sustituto  de los primarios que se han perdido27.

Las respuestas capitalistas a la crisis y las ofensivas contrarrevolucionarias de los  siglos XX y XXI nunca operan en abstracto, en la órbita estilizada y esquelética de clases  sociales “puras” (al estilo de los tipos ideales imaginados por Max Weber), sin anclaje  histórico en diversas formaciones sociales específicas del sistema mundial.

Aquí explicitamos otro de nuestros puntos de partida, muchas veces descuidado  por publicistas que sólo utilizan jerga y argot “marxista” sin comprender a fondo la  metodología dialéctica de Karl Marx. El régimen capitalista, desde su misma gestación  como sistema mundial, jamás ha sido plano, horizontal ni homogéneo. Se ha desplegado  históricamente a través del desarrollo desigual estructurando un sistema de asimetrías,  dominaciones y dependencias, donde algunas formaciones sociales (y sus estado-nación)  han jugado un rol catalizador del capitalismo metropolitano en su fase imperialista  mientras a otras formaciones sociales les ha tocado, desde el nacimiento mismo del  sistema mundial y su división internacional del trabajo, el lugar de periferias coloniales,  semicoloniales o dependientes, subordinadas a la dominación colonial del imperialismo  capitalista. Por lo tanto, las ofensivas contrarrevolucionarias no sólo han emprendido sus  intentos por mantener a flote el sistema mundial de explotación y opresión atacando a la  fuerza de trabajo a escala global sino que también han arremetido contra las fuerzas  sociales insurgentes de las colonias y ex colonias, así como de las sociedades  dependientes y las naciones y comunidades sojuzgadas del Sur Global.

La contrarrevolución capitalista en la fase imperialista ha tenido como adversarios  y enemigos no sólo a la fuerza de trabajo rebelde sino también a los movimientos  insurgentes de liberación nacional-anticolonial. De allí que la contrainsurgencia ha sido  acompañada invariablemente por un furioso racismo e ideologías supremacistas,  pretendidas justificaciones seudocientíficas sobre presuntos “pueblos inferiores” y  “naciones destinadas a desaparecer”, misoginia y patriarcalismo atávicos, desprecio  primitivo y parroquial por otras culturas (orientalismo, antisemitismo, islamofobia,  subestimación y humillación de pueblos originarios, indígenas y afrodescendientes) y  fundamentalismos teocráticos (protestante o católico, aunque también sionista),  revestidos con las ropas engañosas de una modernidad excluyente, occidentalista y  genocida. Justificaciones, todas ellas, de los proyectos imperialistas y colonialistas,  legitimadoras de sus guerras de clases y su etnocentrismo desbocado (frente a la piel  oscura, por ejemplo, de las masas inmigrantes que en los últimos años fluyen hacia  Estados Unidos o los países europeos, por no mencionar al masacrado pueblo palestino),  de sus prácticas genocidas y de las diversas ofensivas del capital.

¿Estas últimas connotaciones, “extras”, que han acompañado cada uno de los  intentos contrarrevolucionarios, forman parte del ADN de la contrainsurgencia  imperialista, neonazi y neofascista, o son simples accidentes fortuitos y casuísticos, es  decir, un epifenómeno accidental y prescindible? La experiencia histórica nos sugiere que

27 Fromm, Erich [1941] (1968): El miedo a la libertad. Buenos Aires, Paidos.

su reiterada y sistemática reaparición y reproducción, en cada una de las respuestas  capitalistas a la crisis y en las diferentes ofensivas mundiales de la contrarrevolución del  capital imperialista, constituye parte consustancial de la forma social que conocemos  como régimen capitalista. Ni los genocidios, ni el racismo, ni la misoginia ni la apología  occidentalista de la desquiciada y delirante “supremacía blanca” constituyen “accidentes  fortuitos” ni “anomalías singulares e irrepetibles”.

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Fuente: Néstor Kohan

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