Nuevas derechas, neofascismos y contrainsurgencia
Las respuestas del capital frente a las crisis del capitalismo
A contramano de diversas modas que circulan en las ciencias sociales, comenzamos por una pregunta que nos ubica en la perspectiva de un gran angular. Nada de recortes “micro” ni decoraciones minimalistas, que pretenden eludir o desconocer la historia y el contexto de los debates. Nos interrogamos por la época en que (sobre)vivimos poniendo en abierta discusión la tan mentada, promocionada y completamente falsa “crisis de las grandes narrativas”1.
Como supuesto de este trabajo, sostenemos que la emergencia contemporánea de las “nuevas derechas” no pertenece al alma humana, no es “constitutiva de nuestra especie” ni responde a un insondable carácter maligno o cruel de la humanidad. Sospechamos de los supuestos “pecados originales” y de cualquier otro tipo de esencias metafísicas. El auge de los neofascismos es consustancial a la crisis histórica del sistema capitalista mundial.
Es verdad que “el desorden” planetario no es absolutamente espontáneo. Lo fomentan, cultivan y alientan las grandes corporaciones capitalistas y sus estrategas contrainsurgentes, renombrados por allí como “los ingenieros del caos”. Pero esa ingeniería del control social (big data, lawfare, fake news, guerras híbridas, etc.) no se aplica por mero aburrimiento. No se trata de una forma más, inocua e inocente, de ocupar los ratos libres. Se implementa a partir de una urgencia social: la necesidad de enfrentar la crisis del capitalismo mundial.
Nuestra época está marcada a fuego por una multiplicidad coexistente de diversas contradicciones antagónicas, dentro del orden social capitalista, convergiendo en el horizonte de una crisis estructural de largo aliento. Crisis que asume un carácter muchísimo más agudo y explosivo que las de 1929, 1973-1974 y 2007-2008.
Asistimos no sólo a la crisis de la economía capitalista mundial en los ámbitos productivo, comercial y financiero. También padecemos una crisis del medioambiente y el ecosistema, una crisis demográfica, una crisis alimentaria, una crisis sanitaria, una crisis de las formas históricas de la subjetividad posmoderna y la cultura mercantilizada que la gestó y posibilitó, una crisis geopolítica del mundo unipolar, entre muchas otras aristas del complejo mundo que nos toca vivir.
Para defenderse y poder afrontar semejante crisis estructural y multidimensional, las fuerzas del imperialismo y el capital intentan pegar desesperados y agresivos manotazos de ahogado. Persiguiendo esa finalidad no dudan en llevar a la humanidad hasta el borde del precipicio, arrastrándonos incluso al riesgo de una (cada vez más cercana) tercera guerra mundial.
1 Lyotard, Jean-François [1979] (1993): La condición posmoderna. Informe sobre el saber. Barcelona, Planeta-Agostini. p.9-10.
Ante cada crisis estructural el sistema capitalista ha intentado desplegar diversas respuestas, apuntando siempre a garantizar su supervivencia: la reproducción del sistema. Esas respuestas asumen modalidades económicas, políticas, culturales e incluso político militares.
La notoria emergencia de “nuevas derechas”, furiosas y extremas, forma parte de un conjunto mayor: el intento contrarrevolucionario de moderar la crisis, ralentizar el declive del imperialismo occidental, euro-norte-americano, y disminuir todo lo que sea posible la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, a escala global.
En otras palabras: la aparición y el desarrollo de “nuevas derechas” forma parte de un intento de contrarrevolución a escala mundial que no obedece a la “maldad” o a la “locura” de tres o cuatro individuos con mucho poder o poseedores de grandes fortunas. Por el contrario, las “nuevas derechas” constituyen el intento de conformar una respuesta
capitalista a la crisis. Esa respuesta asume modulaciones distintas, siempre dentro del arco de las “nuevas derechas”: fascismo y neofascismo, contrainsurgencia y neocolonialismo.
Discutiendo las categorías
Antes de abordar la contrarrevolución capitalista en el siglo XX y lo que va del XXI, detengámonos brevemente en el ámbito categorial.
Entre tantas otras vacas sagradas y nombres prestigiosos de las ciencias sociales, destacamos, por ejemplo, el de Chantal Mouffe. Esta escritora afirma, con total liviandad que: “sostengo que las categorías como «fascismo» y «extrema derecha» o las comparaciones con los años treinta no son adecuadas […]”2. Para reemplazarlas, esta ensayista de tanto renombre académico nos invita a utilizar el término resbaladizo de “populismo”, sobre el cual ella incursionó junto con Ernesto Laclau. ¿Pueden acaso ser caracterizados como “populistas” el experimento ultra derechista de Javier Milei en Argentina —adoptado en los últimos tiempos como ejemplo a seguir por diversos extremistas a nivel mundial—; o el régimen de Benjamin Netanyahu en Oriente próximo? La respuesta negativa a esta pregunta resulta más que obvia.
Lamentablemente la ambigüedad conceptual no es exclusiva propiedad privada de Chantal Mouffe. Otro afamado ensayista hoy a la moda, como Enzo Traverso, se tropieza y patina en varios escalones, cuando intenta subir la pendiente teórica para captar la especificidad del extremismo derechista contemporáneo. Si “populismo” resulta una categoría demasiado laxa, indeterminada y polisémica, Traverso no se le ocurre mejor idea que reemplazarla por la de “posfascismo” que no sólo no explica nada (salvo que los fenómenos político-culturales de los últimos tiempos están teniendo lugar varias décadas después de los regímenes de Mussolini, Hitler, Franco y Salazar) sino que además constituye una capitulación completamente innecesaria frente a las modas “post” (postestructuralismo, posmodernismo, posmarxismo, postobrerismo, estudios poscoloniales, etc.) a la que ahora se agregaría… el “posfascismo”. En el caso de Traverso, además, la indefinición y el eclecticismo teórico se agrava cuando pretende oponer, frente al supuesto “posfascismo”, nada menos que… “la democracia” (sic), así, en general, sin nombre ni apellido, es decir, sin determinaciones sociales3.
2 Mouffe, Chantal (2017): “Herederos de la globalización neoliberal”. En Chomsky, Noam et al (2017). Neofascismo. De Trump a la extrema derecha europea. Buenos Aires, Le Monde Diplomatic-Capital Intelectual. p. 19.
3 Traverso, Enzo (2018): Las nuevas caras de la derecha. Buenos Aires, Editorial Siglo XXI. pp. 13,131-132.
Abonando aún más la confusión ideológica y alimentando el eclecticismo teórico que parece reinar en el campo que se autopercibe como “emancipador” o “progresista”, Jean-Yves Camus y Nicolas Lebourg se explayan largamente apelando a este menjunje mixturado de categorías, con la única salvedad que estos dos ensayistas al menos amagan con distinguir mínimamente la constitución de la coordinación de las nuevas derechas, diferenciando dentro de ellas las que se inclinan hacia “un populismo radical, de corte neoliberal, incluso libertario” de las que se nutren y cultivan “un nacional-populismo autoritario”4.
¿Aceptamos entonces las limitaciones de este tipo de definiciones puramente nominales, sin anclaje en determinaciones socio-económicas e históricas ni problematización teórica alguna?
Para evitar caer en semejantes equívocos, ambigüedades e imprecisiones conceptuales, banalmente cultivadas por la ensayística posmoderna (y sus derivados “post”), conviene ponernos previamente de acuerdo sobre el contenido preciso y el significado específico de las categorías centrales aquí empleadas: “contrarrevolución”, “fascismo” y “contrainsurgencia”.
El fenómeno social de la contrarrevolución constituye aquel tipo de reacción del capital contra la fuerza de trabajo y los pueblos oprimidos que se produce cuando el sistema capitalista mundial atraviesa y padece una crisis aguda y las clases subalternas se indisciplinan y no aceptan subordinarse pasivamente al orden “normal” de la hegemonía capitalista ni a la subsunción formal y real impuesta por las grandes firmas y empresas multinacionales contra las masas populares. Este tipo de reacción contrarrevolucionaria consiste en la respuesta del capital frente a una amenaza de fondo, donde se pone en riesgo su modo histórico de producción, reproducción y dominación. Sus formas de manifestarse son diversas y amplias, dentro de una perspectiva integradora que, aunque abarca múltiples modalidades, están unidas por un denominador común y un mismo contenido: la ofensiva contrarrevolucionaria del capitalismo y el imperialismo en su conjunto guiada por una defensa estratégica del sistema.
No se trata de una “revolución pasiva”, tal como Antonio Gramsci denomina a las reformas parciales realizadas “desde arriba”, que modifican molecularmente la relación de fuerza entre las clases realizando algunos cambios y concesiones bajo control del capital con el objetivo de poder conservar y reproducir el orden sociopolítico previo, neutralizando a sus enemigos e incluso arrebatándole sus banderas y reivindicaciones. A diferencia de ese tipo de procesos que coexisten y muchas veces conviven con la contrarrevolución, esta última asume un carácter mucho más radical, generalizado, violento y estratégico, caracterizado por una perspectiva “de choque”, un impulso global en toda la línea enfrentando en diversos terrenos (económico, social, cultural y político, incluso político-policial-militar) a la fuerza de trabajo y a todo pueblo rebelde que no obedezca mansamente los dictados despóticos del capital.
Ante cada crisis profunda del sistema de dominación del capital sobre la fuerza de trabajo se produce una respuesta capitalista (no estamos pensando en las crisis coyunturales, cíclicas y periódicas, de sobreproducción de capitales y mercancías o de estancamiento y subconsumo popular —que incluso pueden periodizarse, calcularse y medirse con la teoría de las ondas largas y sus fases intermedias—, sino en las crisis estructurales de largo plazo y alcance mundial, en las cuales las estabilidades sociales
4 Camus, Jean-Yves y Lebourg, Nicolas (2020): La extrema derecha en Europa. Nacionalismo, xenofobia, odio. Buenos Aires, Le Monde Diplomatic-Capital Intelectual. p.65.
previas estallan por sus contradicciones múltiples y antagónicas). Lo que se persigue es reordenar la sociedad, generando rupturas sociales, es decir, separar y fracturar para volver a reunir (reactualizando y recreando los procesos de violencia extrema que caracterizan la llamada “acumulación originaria” del capital), recomponiendo y reforzando la dominación capitalista.
Al esbozar estas consideraciones teóricas y conceptuales, partimos de un presupuesto, no siempre atendido ni dilucidado con suficiente énfasis. Compartiendo las enseñanzas de Karl Marx, sintetizadas en su capítulo sexto (inédito) de El Capital, sostenemos que el sistema mundial está basado, como tal, tanto en la extracción de plusvalor como en la enajenación; en la explotación, dominación y sometimiento de miles de millones de integrantes de la clase trabajadora; reproductor de mercancías, capitales y de la misma relación social de capital. Pues bien, dicho sistema jamás se suicida. Sus clases dominantes y dirigentes, nunca se resignan, pasiva y tranquilamente, esperando con serenidad la llegada de la muerte, heridas en el corazón por las contradicciones antagónicas que conducen a una caída de la tasa de ganancia y al estallido del orden social habitualmente aceptado como “normal”.
En otras palabras: el capitalismo nunca se “derrumba” solo, por sus propias contradicciones internas (por más peligrosas y alarmantes que éstas sean), sin intervención política activa de sus antagonistas y enemigos históricos. ¡En ningún lugar del mundo! Las clases dominantes siempre reaccionan e intentan contrarrestar y morigerar los efectos de esas contradicciones antagónicas, superando las crisis “por las buenas o por las malas”, ensayando distintas respuestas capitalistas. Dichas reacciones, cuando las masas populares, la fuerza social rebelde del trabajo y todos los movimientos sociales sometidos por el capital se rebelan, asume la forma de una contrarrevolución. Su objetivo principal estratégico consiste en garantizar la reproducción ampliada del capital y mantener “el orden normal” del sistema. La “paz” social no es más que una hegemonía estable del capital sobre las fuerzas del trabajo. De allí que la categoría de contrarrevolución sea la más general, la más amplia y abarcadora, para explicar estos procesos sociales.
Ahora bien, la respuesta capitalista y contrarrevolucionaria a la crisis, puede asumir modalidades diferentes según el momento histórico, los territorios sociales en pugna y la relación de fuerza entre las clases sociales y los diferentes sujetos (colectivos) en lucha. Por eso las categorías de la teoría crítica marxista poseen indefectiblemente historicidad. A diferencia de la metafísica, su contenido no siempre es idéntico para todo tiempo y lugar. Además, si se asume la teoría crítica desde las coordenadas del Sur Global, los análisis y reflexiones no pueden quedar limitados a tres o cuatro experiencias europeo-occidentales. Debemos dejar atrás el lastre del eurocentrismo en las ciencias sociales.
En algunas sociedades las respuestas capitalistas asumen la forma de fascismo. En otras la de nazismo. Más allá, se conoció el nombre de franquismo. Tres formas, inicialmente europeo-occidentales, de respuesta capitalista frente a la crisis sistémica y de reacción contra las amenazas político-sociales de su antagonista histórico.
Pero estas respuestas capitalistas no fueron exclusivas ni únicas. También el keynesianismo significó una respuesta capitalista a la crisis del sistema (donde a cambio de un empleo estable se disciplinó a rajatablas las organizaciones sindicales de la fuerza de trabajo, permitiendo continuar con su domesticación y explotación “normal”); así como también lo fue el fordismo-americanismo (con su ley seca, su represión sexual, su “administración científica” de las energías y pulsiones populares direccionadas unilateralmente hacia el trabajo fabril para aumentar la extracción de plusvalor; su antisemitismo descarado —inspirador de Adolf Hitler— y su posterior macartismo). Esos
ensayos, keynesianismo, fordismo, macartismo, también fueron respuestas capitalistas para frenar la crisis y someter a la fuerza de trabajo, garantizando su obediencia a la explotación, a la dominación y su sometimiento al orden social imperante.
Cada una de estas categorías, a su vez, ha asumido diferentes connotaciones, atributos y características, algunas determinantes y fundamentales y otras no esenciales, en las cuales no todos los pensadores del marxismo se han puesto de acuerdo. Tomemos, por ejemplo, la noción más clásica —muchas veces adoptada como “arquetípica”— de fascismo.
El fascismo y sus múltiples modalidades
Según la definición ampliamente conocida, formulada por el comunista búlgaro Jorge Dimitrov en los informes del Séptimo Congreso de la Internacional Comunista de 1935, el fascismo consiste en “la dictadura terrorista declarada de los elementos más reaccionarios, más nacionalistas, más imperialistas del capital financiero”5.
Otros marxistas, como el dirigente bolchevique ruso León Trotsky o el marxista peruano José Carlos Mariátegui, han puesto de relieve que aunque el fascismo beneficia por su carácter de clase, sin ninguna duda, al gran capital, su principal fuerza de masas y su base de maniobra —por ejemplo en el personal de las fuerzas de choque y en los integrantes de su agigantado aparato represivo policial-militar— es la pequeño burguesía, ya que el fascismo beneficiaría al gran capital no directamente a través de la economía sino a partir de una mediación política, donde la forma de represión estatal de la clase trabajadora (sus sindicatos, sus partidos políticos, reemplazados por un orden corporativo subordinado completamente al Estado capitalista) y sus potenciales aliados, se independiza parcialmente de sus principales beneficiarios, asumiendo formas “bonapartistas” (categoría que Karl Marx pergeñó para explicar el golpe de estado contrarrevolucionario de diciembre de 1851 en la Francia agitada por una rebelión obrera y popular que provenía de la insurrección de 1848). Por su parte el comunista italiano Antonio Gramsci agregó, a su turno, que el fascismo, esencialmente contrarrevolucionario, asume también formas políticas “cesaristas”, de aparente equilibrio inestable entre las clases en disputa (persiguiendo incluso a la masonería para reemplazar, en la administración estatal, su personal por el propio), aunque en última instancia beneficie directamente al gran capital ya que en su óptica, la democracia burguesa y el fascismo se dividen las tareas en su lucha contra las clases trabajadoras6.
Reducir la caracterización de “fascismo” exclusivamente a una sola realidad nacional y a una sola experiencia histórica (por ejemplo, la italiana, entre 1922 y 1945) presupone restringir ilegítimamente la categoría. Lo mismo sucedería si la noción de
5 Dimitrov, Jorge [1935]: “La ofensiva del fascismo y las tareas de la Internacional Comunista en la lucha por la unidad de la clase obrera contra el fascismo”. En Dimitrov, Jorge (1974): Fascismo y frente único. Buenos Aires, Nativa Libros. p.9; Dimitrov, Jorge [1935]: “La ofensiva del fascismo y las tareas de la Internacional Comunista en la lucha por la unidad de la clase obrera contra el fascismo”. En Séptimo [VII] Congreso de la Internacional Comunista [AA.VV.] (1984): Fascismo, democracia y frente popular. México, Pasado y Presente. p.154.
6 Gramsci, Antonio (1979): Sobre el fascismo [Antología]. México, ERA. pp.167-169; Gramsci, Antonio [1932-1934] (2000): Cuadernos de la cárcel. México, ERA. Tomo 5. pp.65-68
“bonapartismo” se utilizara exclusivamente para hacer referencia a Francia entre diciembre 1851 y 1870.
Las categorías de la teoría crítica marxista no se limitan a una descripción empírica lineal y fotográfica de una sola formación económico-social en un momento determinado. Poseen un alcance explicativo mayor, mal que le disguste a Lyotard y sus amistades. Hasta el mismo Dimitrov, quien fue uno de los primeros sistematizadores de esta noción en su empleo para repensar las formas contrarrevolucionarias del capital imperialista, aclara que “El desarrollo del fascismo y de su dictadura revisten en los diferentes países formas diferentes [subrayado de Dimitrov. N.K.], según las condiciones históricas, sociales y económicas; según las particularidades nacionales, y la posición internacional del país dado”7.
Esta variedad de caracterizaciones conceptuales del fascismo se complejiza aún más si la categoría se utiliza para explicar dictaduras civiles-militares latinoamericanas, igualmente genocidas y promotoras de la contrarrevolución capitalista, ya no en los centros capitalistas metropolitanos de los países imperialistas sino en las periferias capitalistas dependientes.
Por ejemplo, en un debate desarrollado en México, cuatro décadas después de formuladas las tesis de Jorge Dimitrov, más precisamente el 20/7/1978, en un Seminario permanente sobre América Latina (SEPLA), titulado “Las fuentes externas del fascismo: el fascismo latinoamericano y los intereses del imperialismo”, el investigador marxista ecuatoriano Agustín Cueva, manteniendo fuerte simpatía por la definición de Dimitrov, plantea que las dictaduras militares latinoamericanas de los años ’70 del siglo XX (Pinochet, Videla, Stroessner, Somoza, etc.) asumieron formas directamente fascistas. A dicha conceptualización, el teórico marxista brasilero Theotonio Dos Santos le responde que si en América Latina predominó la respuesta capitalista de connotaciones fascistas frente a la emergencia de diversos procesos emancipadores y fuerzas sociales insurgentes y revolucionarias, este fascismo asumió formas específicas, diferentes de las europeas de los años ’30 y ’40 (las que tenía en mente Dimitrov), considerando que en Nuestra América predominó un fascismo dependiente8.
En su respuesta a Agustín Cueva, Theotonio Dos Santos, sin haberlo leído ni conocido, de algún modo convergía y prolongaba con su propio análisis la reflexión que en 1938 (¡cuatro décadas antes!) había formulado el pensador marxista argentino Ernesto Giudici. Este último, uniendo desde América latina el antifascismo (que identificaba como enemigo principal a la Alemania nazi) con el antiimperialismo (que centraba su estrategia en la lucha contra la dominación británica y norteamericana sobre Nuestra América), se esfuerza por problematizar y complejizar la reflexión de Dimitrov en diversas direcciones. Por un lado, Giudici sostiene que el fascismo no es sólo “la dictadura terrorista del gran capital monopolista” sino también “la dictadura totalitaria, terrorista y permanente de la burguesía dependiente del capital financiero, cualquiera sea el grado de su desarrollo capitalista” [subrayado de N.K.]9. De esta manera, la teoría crítica marxista podía explicar un fenómeno de alcance universal, no sólo europeo, incluyendo también las formas contrarrevolucionarias que reaparecen periódicamente en distintas sociedades del Tercer Mundo o Sur Global. Además Giudici, aún formando parte de la Internacional Comunista, le reprochaba a Dimitrov el limitar su definición teórica sobredimensionando
7 Dimitrov, Jorge, en Séptimo [VII] Congreso de la Internacional Comunista [AA.VV.] (1984): Fascismo, democracia y frente popular. Op.cit. p.155.
8 Dos Santos, Theotonio (1978): “La cuestión del fascismo en América Latina”. En Cuadernos políticos N°18, México, Editorial ERA. p. 30
9 Giudici, Ernesto (1938): Hitler conquista América. Buenos Aires, Acento. p.145.
la dimensión económica (centrada en el capitalismo de los monopolios), agregando que el fascismo se expresa en el plano económico, pero también en el político asumiendo formas culturales específicas, combinando estas tres dimensiones de diverso modo según cada formación económico-social y cada situación concreta de la lucha de clases10. Una reflexión marxista, la de Giudici, que será sumamente útil para repensar y reflexionar sobre las características disímiles y específicas que asume en cada sociedad la emergencia global de la “nueva” extrema derecha contrainsurgente en nuestros días, tanto en Europa y Estados Unidos como en América Latina.
A su turno, el teórico boliviano René Zavaleta Mercado agregaba que en Nuestra América el fascismo y los regímenes cripto-fascistas no nacen ni se desarrollan como fruto de un proyecto nacional, sino bajo hegemonía y dirección norteamericana11, tesis con la que coincidirá Theotonio Dos Santos12.
Volviendo al debate de México, desarrollado durante 1978, el marxista brasilero Ruy Mauro Marini (de militancia internacionalista, al igual que Theotonio Dos Santos, en el Chile de la época de Salvador Allende) le agregó a las teorizaciones de Cueva y Dos Santos una caracterización suplementaria, proponiendo comprender la contrarrevolución capitalista de los años ’70 del siglo XX en América latina como un proceso global destinado a instaurar a escala continental, bajo dominación imperialista norteamericana,
Estados de contrainsurgencia13.
Llegado este punto, si previamente nos esforzamos por explicitar el contenido preciso y los atributos fundamentales de dos categorías políticas como las de contrarrevolución y fascismo, nos encontramos entonces con las dificultades de precisar los contenidos de una tercera, la de contrainsurgencia.
La contrainsurgencia en la época del imperialismo
Las formas de combate irregular entre fuerzas asimétricas (donde la insurgencia lucha frente a un ejército invasor o ante fuerzas notoriamente superiores en número, en pertrechos y en recursos materiales que despliegan una lucha contrainsurgente) es muy antigua y sin duda anterior a los siglos XX y XXI. Baste recordar, por ejemplo, la resistencia irregular de las guerrillas españolas frente a la invasión de los ejércitos napoleónicos en la primera década del siglo XIX, para el caso europeo. Lo mismo vale para las guerrillas de esclavos negros y negras de Haití contra tropas francesas invasoras (última década del siglo XVIII hasta su victoria en 1804); la insurgencia indígena encabezada en el Alto Perú (hoy Estado Plurinacional de Bolivia) por las guerrillas de Juana Azurduy y Manuel Ascencio Padilla contra el colonialismo español en las primeras décadas del siglo XIX; las fuerzas irregulares de los llaneros venezolanos liderados por Páez, Arismendi y Piar, bajo liderazgo de Simón Bolívar, así como las fuerzas guerrilleras de Warnes, Arenales, Martín Miguel de Güemes y Juana Azurduy, combatientes de las fuerzas anticolonialistas lideradas por San Martín, ambas durante las guerras americanas de independencia anticolonial en la segunda década del siglo XIX. Frente a todas estas fuerzas insurgentes, el enemigo político-militar, superior en fuerzas, sea de otra potencia
10 Giudici, Ernesto (1938): Op.cit. pp.148-150.
11 Zavaleta Mercado, René (1976): “El fascismo y la América Latina”. En AA.VV. (1976). El fascismo en América [Antología-Número Especial]. En Revista Nueva Política N°1, México, Fondo de Cultura Económica. pp. 191-192.
12 Dos Santos, Theotonio (1978): Op.cit. p.32.
13 Marini, R.M. (1978): “La cuestión del fascismo en América Latina”. En Cuadernos políticos N°18, México, Editorial ERA. pp. 21-29.
capitalista invasora (caso Napoleón en España), sea el colonialismo europeo (caso guerrillas nuestro-americanas), desarrolló formas de lucha contrainsurgentes. Sin embargo, la contrainsurgencia moderna posee atributos, cualidades y modalidades específicas que sólo alcanzarán su pleno despliegue desde finales de siglo XIX en adelante, con el auge del capitalismo en su fase plenamente desarrollada del imperialismo.
Una definición contemporánea de insurgencia —de ningún modo escolástica o especulativa, sino plenamente operativa— puede encontrarse en el Manual de campo de Contrainsurgencia N°3-24 (redactado bajo la dirección de los generales David H.Petraeus y James F.Amos (2006). Washington, Department of the Army): “Insurgencia es una lucha político-militar organizada, prolongada e ideada para debilitar el control y la legitimidad de un gobierno establecido, de una fuerza ocupante o de otra autoridad política, mientras se incrementa el control insurgente”, a lo que se agrega que “[ésta es] típicamente una forma de guerra interna, una que ocurre primariamente dentro de un estado, no entre estados, y una que contiene al menos ciertos elementos de guerra civil. Contrainsurgencia son las acciones militares, paramilitares, políticas, económicas, psicológicas y cívicas, llevadas a cabo por un gobierno para derrotar a la insurgencia”14.
Como forma político-militar de desarrollar los enfrentamientos contra las fuerzas rebeldes, la contrainsurgencia se generalizó principalmente, a escala global, tras la segunda guerra mundial15.
En esta fase histórica del capitalismo, donde predomina en forma notoria el imperialismo, la categoría de contrainsurgencia tiene la ventaja de explicar y dar cuenta de:
(a) la respuesta capitalista general frente a la crisis del sistema de acumulación y reproducción económico-social;
(b) la forma política, también general, que asume la forma estatal cuando se independiza parcialmente de las clases sociales económicas dominantes que pretende defender, frente a la amenaza insurgente y rebelde de la fuerza de trabajo y el campo popular; (c) la modalidad y el carácter específicamente político-militar, contrainsurgente, que asume la lucha de clases cuando la contrarrevolución capitalista se propone no sólo resolver la crisis del sistema amenazado, “restaurar el orden” social y reprimir al campo popular sino además enfrentar y aplastar al movimiento revolucionario insurgente (habitualmente recurriendo al aniquilamiento y al genocidio, excediendo en ambos casos la mera represión policial).
La contrainsurgencia se vuelve genocida y adopta la decisión de aniquilar cuando tiene enfrente una fuerza social enemiga, organizada, dispuesta moral y materialmente al enfrentamiento, dotada de una estrategia definida que apunta a la revolución y la toma del poder, y que sabe manejar con flexibilidad diferentes frentes y formas de lucha (legal, semi-legal, clandestina; reivindicativa, económica, cultural, política y político-militar, todas al mismo tiempo, dentro de un proyecto de insurgencia global).
En cambio, la contrainsurgencia se mantiene en una modalidad de tipo preventiva, cuando su enemigo histórico ejerce la rebeldía y la indisciplina en una serie
14 Petraeus, H. y Amos, J.F., (2006): Manual de campo de Contrainsurgencia N°3-24: En López y Rivas, Gilberto (2015): Estudiando la contrainsurgencia de Estados Unidos. Manuales, mentalidades y uso de la antropología. San Carlos de Guatemala, Universidad de San Carlos de Guatemala. pp.40-41.
15 Bonavena, Pablo y Nievas, Flabián (2022): “La guerra contrainsurgente de hoy”. En Pacarina del sur. Revista de Pensamiento Crítico Latinoamericano N°49, México. p. 9.
de protestas espontáneas, sean de carácter económico-corporativo (por el empleo estable, por el salario, por el aguinaldo, por la salud y educación, por la vivienda, etc.), sean por sus derechos especiales como grupos sociales diferenciados (libertades sexuales, derechos jurídicos, libertades de prensa e información, etc.). En este último caso, el de la contrainsurgencia preventiva, el enemigo no ha logrado aún estructurarse como fuerza beligerante a largo plazo, por debilidad política e ideológica, por fragmentación social, por retraso en su capacidad operativa o, simplemente, por falta de una estrategia coherente de lucha por el poder.
En ese sentido, se podría complejizar la conceptualización de Ruy Mauro Marini diferenciando los Estados de contrainsurgencia entre aquellos en que predomina el objetivo militar centrado principalmente en el aniquilamiento y aquellos otros donde la contrainsurgencia se mantiene en el nivel preventivo, “de baja intensidad”, ejercida incluso bajo formas republicanas, con elecciones periódicas, con funcionamiento parlamentario, pero enmarcados en una estrategia de neto corte contrainsurgente.
¿Por qué habría contrainsurgencia si no existe una insurgencia político-militar operante? Pues porque las formas del capital no esperan hasta el último minuto y el último segundo en que “explota la guerra civil” para, recién allí, comenzar a identificar, registrar, clasificar, vigilar, controlar y someter a su enemigo. No, de ningún modo. El aniquilamiento se prepara con varios años de antelación en los cuales predomina, todavía, la prevención.
Si se acepta esta complejización de las categorizaciones y una mayor delimitación de las precisiones conceptuales previas, entonces no sólo se podría diferenciar la contrainsurgencia en sus dos modalidades (activa-operante y preventiva). También se podría comprender que las formas fascistas y neofascistas no siempre asumen como características definitorias y absolutamente esenciales de su morfología la movilización de masas. Puede haber fascismos que se apoyaron desde su inicio en la movilización de masas (como ocurrió en Italia y Alemania hasta su derrota en la segunda guerra mundial a manos del Ejército Rojo y los partisanos comunistas), pero también puede haber otros donde la aplicación del terror contrarrevolucionario (con métodos copiados del nazismo, como los campos de tortura y exterminio, el antisemitismo, etc.) se ejerció policial y militarmente sin movilización de masas o incluso contra la movilización de masas.
Además, los movimientos y regímenes de corte fascista y neofascista no revisten un carácter exclusivamente “político”. Son económicos, políticos, culturales y político militares. El caso arquetípico del fascismo alemán, conocido como nazismo, resulta sumamente ilustrativo. Habitualmente, en libros, artículos, películas, documentales y conferencias, suele reducírselo a un fenómeno puramente político y militar. Escasa atención suele prestarse a su estructura y morfología económico-social, que permaneció mayormente intacta tras la aplastante derrota de 1945 ante el Ejército Rojo. En Nürnberger [Núremberg] se juzgaron prioritariamente a los genocidas de uniforme pardo. Las empresas capitalistas que hicieron fortunas con el nazismo y que posibilitaron su ascenso quedaron mayormente impunes (Muchnik, 1999). Por eso la mayoría siguió operando, recicladas después de 1945 y cambiando apenas sus nombres, hasta nuestros días.
El callejón sin salida y las capitulaciones de la escuela “anti-totalitaria”
¿Por qué resulta tan difícil, complejo y escurridizo poder conceptualizar, teorizar y reflexionar sobre las nuevas derechas extremas y los neofascismos del siglo XXI? Porque existe una jungla inmensa de justificaciones ideológicas que se presentan como
“anti-totalitarias” y, por lo tanto, anti fascistas, cuando en realidad son apologistas encubiertos y disfrazados de la extrema derecha.
A la lista bochornosa de mandarines del poder imperialista, claramente negacionista, que escriben muy sueltos de cuerpo intentando poner bajo la alfombra, encubrir, disminuir y hasta incluso justificar las prácticas genocidas del imperialismo nazi, debe agregarse una escuela vecina y colindante, escandalosamente próxima a los apologistas vergonzantes del Führer alemán y sus matarifes uniformados del fascismo italiano y el franquismo español.
Se trata de la corriente “anti-totalitaria”, tan obsesionada por combatir cualquier posible resurgir de la revolución social y el comunismo rojo que sus integrantes, estafadores refinados que han abandonado cualquier mínima seriedad historiográfica, terminan siempre homologando, mediante malabarismos de circo e ilusionismos de feria, al triunfo de la revolución bolchevique y la mera existencia de la Unión Soviética con la Alemania de Hitler y su “solución final” (eufemismo para justificar uno de los mayores genocidios de la historia de la humanidad, sólo comparable —como alertó en 1955 Aimé Césaire en su obra Discurso sobre el colonialismo— con lo que anteriormente habían implementado los colonialismos europeos con los pueblos africanos y con los pueblos originarios de Nuestra América).
En esta escuela vecina, igualmente contagiada por la rabia anticomunista de los negacionistas pro-nazis, la fauna es variada y variopinta. En ella se encuentran desde algunos pocos académicos que visten la toga y amagan con supuestas defensas occidentalistas del conservadurismo “ultra-neoliberal” (a partir de cuyas coordenadas se desviven y desvelan por minimizar las matanzas nazis intentando taparlas con el paraguas deshilachado de la “guerra civil europea” y el anticomunismo más fanático) hasta bufones mediáticos, menos apegados a las exigencias de las normas académicas y más atentos a la puesta en escena de la farándula macartista.
Entre los primeros se ubica François Furet, historiador francés (en otra época prestigioso), ex marxista converso, devenido en cruzado lastimoso contra el comunismo, corriente de la que había formado parte entre 1949 y 1956. Decepcionado del comunismo, como también le sucediera al epistemólogo Karl Popper, inicialmente militante del comunismo en Austria y luego devenido gurú del neoliberalismo más fundamentalista, Furet terminó batallando contra la bandera roja sin ningún rubor, sembrando la semilla de lo que hoy reivindica como leit motiv la coordinación internacional de la nueva derecha europea más extrema16.
Su patético co-piloto alemán es el historiador Ernst Nolte (de formación ultra católica, discípulo directo y amigo de Martín Heidegger, como no podía ser de otra manera), quien disputa con su colega franco a ver quien gana la copa europea del anticomunismo más desquiciado17.
Furet hizo un comentario sobre el libelo de Nolte, éste respondió con una carta. La correspondencia entre ambos, originariamente publicada en la revista Commentaire, reunió ocho cartas en total entre 1997 y 1998 y fue publicada como libro unitario, bajo un título que nos conduce inequívocamente a una identificación, en sí misma, disparatada y delirante: Fascismo y comunismo18. Los dos historiadores culminaron sus carreras
16 Furet, François (1995): El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX. Madrid, Fondo de Cultura Económica.
17 Nolte, Ernst (1995): Después del comunismo. Buenos Aires, Ariel. 18 Furet, François y Nolte, Ernst (1999): Fascismo y comunismo. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
intelectuales como extremistas de derecha radical. Pero en particular Nolte, aunque asume de forma impostada y por obvias conveniencias oportunistas de académico la apariencia sobreactuada de un supuesto carácter “liberal”, en su correspondencia con el macartista francés se aproxima notablemente a los revisionistas y negacionistas neonazis, poniendo en duda la cantidad de personas aniquiladas en los campos de exterminio nazis u otorgando el beneficio de la duda sobre las columnas de humo de los hornos crematorios de Auschwitz, caracterizadas por los revisionistas como… “una ilusión óptica” [sic]19. La burla a toda investigación historiográfica seria carece absolutamente de respeto intelectual, incluso si se evaluara desde el punto de vista derechista más recalcitrante. Siguiendo su mismo criterio: ¿los hongos de las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki habrían sido quizás los humos dispersos de un asadito de unos desorientados turistas japoneses en algún camping veraniego? Semejante lumpen intelectual como Ernst Nolte sólo puede darse ese lujo de tomar en solfa y con sorna degradante elementos fundamentales y emblemáticos del genocidio nazi por la impunidad de ser alemán. Si lo hiciera un historiador paraguayo, guatemalteco, mexicano o argentino, directamente iría preso o lo convocarían a un programa humorístico de mal gusto y baja categoría. Nolte le agregó a toda esta constelación extremista y contrarrevolucionaria una de las ideas propagandísticas convertidas en mantra: la islamofobia, llegando incluso a homologar la tradición política del Islam con el fascismo. Un disparate sin mayores pruebas, lógica ni consistencia que, lamentablemente, es adoptado por la coordinación internacional de las derechas extremas incluso en países gobernados otrora por ciertas socialdemocracias procapitalistas pero tolerantes20.
Ni Nolte ni Furet están solos en sus respectivos países en esta cruzada contrainsurgente de los caballeros templarios, mitad grotesca, mitad patética, que persigue obsesivamente deshacerse y enterrar de una buena vez todo rastro de insurgencia anticapitalista, marxismo y comunismo, diluyendo, disminuyendo, justificando y, cuando se puede, directamente negando el genocidio nazi.
Nolte cuenta con la compañía, como él bien se ocupa de subrayar cada vez que puede, de un lastimoso equipo que entra en pánico cada vez que se imagina observar, de lejos, con largavistas y por la ventana, una pequeñita bandera roja: los insufribles Klaus Hildebrand, Andreas Hillgruber y Michael Stürmer. Todos ellos han tirado alegremente por la borda cualquiera de las muchas y justificadas “culpas” que hace varias décadas, en la segunda posguerra, sentía el filósofo existencialista Karl Jaspers en nombre del pueblo alemán por haber apoyado con entusiasmo y en forma colectiva a Hitler.
Y a Furet, pobre hombre, le tocó en suerte un coro de acompañantes todavía mucho más frívolo, banal y superficial que los aburridos, fachos e insoportables socios germanos de Nolte. Se trata de los altisonantes e histriónicos “Nuevos Filósofos”, que de nuevo no tienen nada y de filósofos mucho menos. Allí revisten Maurice Clavel, Jean
Marie Benoist, André Glucksmann, Jean-Paul Dollé y Gilles Susong, entre otros vendedores de televisores blanco y negro y promotores de rifas por un viaje a Disney en algún pasillo de shopping. Pero el más mediático de todos es, sin duda, Bernard-Henri Lévy, sionista fanático, propulsor de las aventuras neocoloniales de Francia en el norte de África (por ejemplo la aventura militar del imperialismo occidental, de la OTAN y Estados Unidos, en Libia y el asesinato de su presidente) y un gladiador cuando se trata
19 Furet, F. y Nolte, E. (1999): Op. cit. p.78.
20 Nilsen, Remi (2017): “La islamofobia se apodera de la «ejemplar» Noruega”. En Chomsky, Noam et al (2017): Neofascismo. De Trump a la extrema derecha europea. Buenos Aires, Le Monde Diplomatic-Capital Intelectual. pp.75-82.
de legitimar “el derecho a la injerencia” del imperialismo estadounidense en cualquier rincón del planeta. Muchos de ellos provenían de la elite universitaria parisina y asomaron fugazmente la nariz por las asambleas estudiantiles en 1968, por pura casualidad, el año en que proliferaron las protestas famosas. Pero se “desencantaron” del marxismo más rápido que lo que tardaron en cambiarse la ropa interior. En uno de los pocos escritos honestos que pergeñó, Bernard-Henri Lévy llegó a confesar que se traicionó a sí mismo muchas veces… ¡antes de cumplir los treinta años! Renegado completo a tan corta edad, antes de llegar a ser un intelectual. A confesión de parte…. relevo de pruebas.
En ninguno de estos niños mimados por lo más rancio de la derecha francesa, racista, colonialista, pro-sionista y xenófoba, híper promocionados por sus grandes monopolios de (in)comunicación, jamás hubo décadas de militancia y, hacia la vejez, producto de cierta “madurez” o tal vez agotamiento, se habría hecho lugar a una especie de balance negativo y entonces se habría tomado la decisión de jubilarse del marxismo para cruzarse hacia una vereda más sosegada y apacible. Lo cual sería, desde nuestro punto de vista, sumamente discutible pero, ¿por qué no?, comprensible.
¡En absoluto es el caso de los autodenominados “Nuevos Filósofos”! Bernard Henri Lévy hizo turismo ideológico una brevísima temporada estival en el maoísmo de la Gauche Proletarienne [Izquierda Proletaria] para posteriormente lucrar y vivir durante varias décadas de su anti-marxismo desaforado y su sionismo descarado, bien pagado por cierto. Un negocio redondo y sin riesgo alguno. Con vacaciones de por vida garantizadas —sionismo mediante— en Israel, la punta de lanza, colonialista y genocida, del imperialismo occidental en Medio Oriente. Si hubiera nacido latinoamericano, las vacaciones seguramente las hubiera tenido garantizadas en Miami o en el narco-estado contrainsurgente de Colombia, históricamente “el Israel de América Latina”.
Su paso acelerado por eso que Samir Amin denominaba con no poca ironía “el espíritu religioso de los teóricos intelectualistas a ultranza que pasan de un extremo al otro sin problema” (Amin, 2008: 221), se pareció mucho más a una moda pasajera de zapatos o a un efímero corte de cabellos que a una elaboración exhaustiva de un corpus teórico y una tradición política que hubiera examinado, conocido y evaluado en profundidad. Quizás no resulte casual que su homólogo español, menos “chic” y más grisáceo, el publicista de best sellers hoy admirador del generalísimo Francisco Franco, Pío Moa, también haya pasado en sus tiempos de acné juvenil por ese singular y exótico “maoísmo a la europea”.
La defensa a muerte de la política colonialista, racista, exclusivista, islamofóbica y pronorteamericana del Estado de Israel, que Bernard-Henri Lévy no se cansa de rumiar, sea en la prensa francesa, sea en el grupo Prisa del estado español del que es columnista regular, llega hasta tal punto que al despuntar el año 2006, en una conferencia pronunciada durante el mes de enero en el Council on Foreing Relations de New York (institución fundada por el magnate David Rockefeller), dictaminó que “El antiamericanismo es el nuevo antisemitismo”, homologando e identificando las críticas hacia la política imperialista de Estados Unidos con la ideología antisemita. ¡Vaya disparate! Según ese desvergonzado, caprichoso y forzado criterio, el pensador judío estadounidense Noam Chomsky, que ha publicado decenas de libros cuestionando al imperialismo norteamericano, sería… ¡un antisemita!
Si este tipo de planteos desopilantes —y su defensa desfachatada del racismo, el neocolonialismo y el imperialismo occidentales— los gritara en una cantina un parroquiano borrachín demasiado entrado en copas se generarían inmediatamente risas condescendientes o burlas en voz baja. Pero quien los promueve, aplaudido por la extrema derecha francesa y difundido por toda la sociedad oficial europea, es nada menos que el
anticomunista Bernard-Henri Lévy, quien se otorga prestigio presentándose como alumno de… Jacques Derrida, el padre de la “deconstrucción”. ¡Oh casualidad! Por eso el viejo François Furet tuvo tan mala suerte en su carrera anticomunista, aunque se esforzara por aliarse con su escudero alemán. Con semejantes copilotos y un equipo de mecánicos tan poco serio, nadie va a ganar un rally, por más que cuente con los papiros prestigiosos de las conservadoras academias de la antigua capital del siglo XIX, como la llamaba Walter Benjamin.
En términos de historia intelectual, tanto la escuela anticomunista alemana de Nolte y su pandilla de cómplices carentes de escrúpulos políticos, éticos y científicos, como el elenco antimarxista de Furet, Bernard-Henri Lévy y consortes franceses, se han nutrido de lo que habitualmente se conoce como la corriente ideológica del “anti
totalitarismo” que equipara, livianamente, comunismo y nazismo.
La exiliada en Estados Unidos Hannah Arendt publicó Los orígenes del totalitarismo en 1951, en plena caza macartista de brujas. Cuando en Estados Unidos se perseguía inquisitorialmente a Charles Chaplin, a Bertolt Brecht, a Howard Fast, se hacían juicios mañosos contra toda la intelectualidad sospechosa de simple “progresismo” y se reprimía duramente al movimiento obrero y sindical, además del mundo cinematográfico. Una época donde se censuraron y prohibieron en Estados Unidos más de 30.000 libros (retirándolos de bibliotecas y librerías), mientras se controlaban las conversaciones privadas, las reuniones familiares, los encuentros de amigos… y mucha gente que nunca había leído dos páginas de Marx y jamás había visto ni siquiera en una librería las tapas y portadas de El Capital, terminaba encarcelada “por las dudas”. Todo legitimado mediante juicios amañados, acusaciones falsas, delaciones forzadas y anónimas, testimonios infundados, interrogatorios “irregulares” y secretos, coronados por las célebres listas negras (prohibiciones con fines de persecución ideológica y control del pensamiento). Una auténtica caza de brujas que inspiró la obra de Arthur Miller Las brujas de Salem [1952].
Por supuesto, en el campo del racismo y el apartheid contra la población afrodescendiente del sur de los Estados Unidos, McCarthy no innovaba nada en la década de 1950. El Ku Klux Klan y sus herederos hacía largo tiempo que linchaban, segregaban y perseguían población negra sin que nadie se horrorice ni se espante. En ese rubro todo seguía y todo siguió como era (y sigue siendo) habitual y “normal” en Estados Unidos. Y eso no es ningún invento “antiamericano”, como alertaría presurosamente Bernard-Henri Lévy. Alguien tan insospechado de antiimperialismo como el ex presidente estadounidense W. J. “Billy” Clinton, en abril de 1997, se vio obligado a pedir públicamente perdón porque en su país “En los años sesenta [década de 1960, N.K.] más de 400 hombres de color de Alabama fueron utilizados como cobayos humanos”. Se trataba del caso en que estos cuatrocientos ciudadanos afrodescendientes, enfermos de sífilis, no fueron curados a propósito para experimentar con ellos. Si eso sucedía una década después del macartismo… imaginemos durante un minuto lo que sucedía durante el sombrío reinado del senador McCarthy…
Pero ni Hannah Arendt ni la escuela del “anti-totalitarismo” que en ella se inspira (en Estados Unidos y Europa Occidental) jamás se animaron a focalizar y profundizar sus análisis adoptando como principal objeto de estudio las persecuciones del senador Joseph Raymond McCarthy y sus tropelías anticomunistas, xenófobas y racistas, destinadas a lograr el control total y absoluto de la población. Cuando Arendt lo menciona, en un bodoque pesadísimo de 620 páginas, es tan sólo en una brevísima y microscópica nota al
pie de apenas… ¡tres renglones!21. Sencillamente: vergüenza ajena. No casualmente el historiador de las ideas y la cultura política Doménico Losurdo ha caracterizado esta cruzada “anti totalitaria” como un producto directo de la guerra fría y del anticomunismo, así como desmenuzó la pretensión de homologar comunismo y nazismo como “artificiosa”, “impostada”, “ideológica” y, como ya señalamos, “una adaptación a la Guerra Fría”22.
Algo similar a esta impostura intelectual y su consiguiente capitulación ideológica de Hannah Arendt le sucedió a otros intelectuales europeos exiliados en Estados Unidos. Repentinamente se volvían “anti-totalitarios” y denunciaban “el despotismo oriental”, concentrándose prioritariamente en la cruzada contra el comunismo (el caso menos conocido que el de Arendt pero altamente sintomático es el del ex comunista alemán Karl August Wittfogel, antiguo miembro de la Escuela de Francfort, ex marxista, ex militante, cooptado y reclutado en Estados Unidos para la cruzada más fanática del anticomunismo).
En Los orígenes del totalitarismo, ese inmenso librote de 620 páginas, donde la reflexión de Arendt sobre el antisemitismo resulta medular, no aparece ni una sola mención a… Henry Ford, uno de los paradigmas arquetípicos de Hitler, Rosemberg, Goebbels, Himmler, von Schirach, Baldur von Schirach y el resto de los jerarcas nazis23.
¡Ni un renglón, ni una nota al pie en 620 páginas! Silencio absoluto. Y eso que, a esa altura, Hannah Arendt estaba escribiendo desde Estados Unidos, con todas las bibliotecas que se le ocurriesen visitar y todas las librerías al alcance de la mano. ¿Sería tal vez muy difícil de encontrar y por lo tanto analizar la herencia de Henry Ford en la cultura política de Estados Unidos? Sospechamos que no. Antonio Gramsci, quien nunca pisó suelo estadounidense, no dudó un segundo en focalizar su mirada sobre Henry Ford y el “fordismo” a la hora de identificar y reflexionar sobre el paradigma del “americanismo”. Y eso que sus célebres Cuadernos de la cárcel fueron escritos casi dos décadas antes que viera la luz el texto famoso de Hannah Arendt… (su cuaderno 22, sobre “Americanismo y fordismo”, fue redactado en 1934, 17 años antes que saliera de imprenta la obra de Arendt).
A la hora de juzgar el racismo supremacista predominante en Estados Unidos, la esclavitud y el sometimiento de la clase trabajadora afrodescendiente junto con el antisemitismo del que Henry Ford fue un ardiente precursor, la obra presuntamente “anti totalitaria” de Arendt deja oír… un escandaloso silencio.
Esos capítulos sorprendentemente ausentes, esas páginas vergonzosamente en blanco, esos silencios ensordecedores, hacen crujir las sobrecargadas páginas de Los orígenes del totalitarismo. Semejantes obstáculos epistemológicos y políticos no responden a una supuesta “falta de información” o ausencia de familiaridad de la autora (y su escuela) con el tema tratado. Eludamos los eufemismos: lo que se trata es, simple y llanamente, de complicidad.
¿O Wittfogel se olvidó de repente en Estados Unidos de todo lo que había investigado en Francfort cuando llegó a denunciar, por comunista, en plena caza de brujas macartista, a uno de sus antiguos camaradas? ¿O Arendt no se sorprendió de que Henry Ford, símbolo internacional de la cultura moderna e industrial norteamericana, haya sido
21 Arendt, Hannah, [1951] (1999): Los orígenes del totalitarismo. Madrid, Taurus. p.442, nota al pie 36.
22 Losurdo, Doménico (2019): El marxismo occidental. Cómo nació, cómo murió y cómo puede resucitar. Madrid, Trotta. pp.113-114.
23 Ford, Henry [1920] (1961): El judío internacional. Barcelona, Mateu.
adoptado explícitamente como ejemplo arquetípico e incluso haya sido galardonado por el mismo Führer Adolf Hitler?
Lo cierto es que para intentar comprender esos tropezones y transacciones ideológicas de Hannah Arendt podría argumentarse que no le quedaba más remedio que “negociar” con la ideología imperante en Estados Unidos a inicios de la década de 1950. En cambio, medio siglo después, resulta realmente insostenible continuar manteniendo la misma línea hermenéutica, cuando ya el clima ideológico había cambiado notablemente. Nos referimos, por ejemplo, al libro El totalitarismo. Historia de un debate de Enzo Traverso, quien vuelve a insistir con la homología de comunismo y nazismo, haciendo notoria y significativa abstracción de los genocidios ingleses, franceses y estadounidenses sobre todo el mundo colonial24.
De Arendt, pasando por Wittfogel hasta llegar a Traverso, la escuela “anti totalitaria” —quizás incluso contra sus intenciones originarias— resulta acompañada por ciertas amistades indeseadas.
No debemos olvidar que Ludwig von Mises, en su odio anticomunista y en su oposición al “totalitarismo”… no duda ni le tiembla el pulso al reivindicar los supuestos méritos de un régimen de violencia extrema, anticomunista, como el fascismo de Benito Mussolini.
En uno de sus libros considerado “clásico” por sus partidarios de la “escuela austríaca”, titulado Liberalismo (publicado en 1927 y reeditado infinidad de veces, hasta llegar a 2015, sin modificar nunca una coma o un punto), Ludwig von Mises declara, sin ruborizarse, lo siguiente: “No se puede negar que el fascismo y todas las tendencias dictatoriales análogas están animados por las mejores intenciones, y que su intervención ha salvado por el momento a la civilización europea. Los méritos adquiridos por el fascismo permanecerán por siempre en la historia [subrayados de N.K.]”25. Tengamos en cuenta que, en nombre del “anti totalitarismo”, el publicista austríaco formula esta declaración enaltecedora del fascismo cinco años después de que Mussolini tomara el poder en Italia y un año más tarde de ser apresado Antonio Gramsci.
Paradojas de la historia cultural mediante, tanto el converso francés (Furet), como sus socios anticomunistas alemanes (encabezados por Nolte), ambos inspirados en el “anti-totalitarismo” de la guerra fría, culminaron revolcados en el mismo lodo de los revisionistas neonazis, sin por ello despegarse de los economistas neoclásicos, padres del neoliberalismo, incluso en su versión “austríaca”, la más extremista. Todos de derecha desaforada, invariablemente defensores abiertos del empresariado y el partido único del capital imperialista, pero con leves matices entre ellos. Por su furia desbocada contra cualquier recuerdo, real o imaginario, del comunismo y la bandera roja, sin duda Furet y Nolte se encuentran mucho más cercanos al elenco del negacionismo neonazi de lo que ellos mismos se imaginan, pues en no pocas obras (individuales o compartidas) han tratado de minimizar el genocidio hitleriano, haciéndolo derivar de manera extravagante de supuestas y delirantes “influencias asiáticas”.
Neonazismo y negacionismo
Entre los “tanques pensantes” y las clases dirigentes y dominantes de Europa Occidental y Estados Unidos de Norteamérica, durante las últimas décadas han jugado un
24 Traverso, Enzo [2001] (2016): El totalitarismo. Historia de un debate. Buenos Aires, EUDEBA. pp.22-30.
25 Mises, Ludwig von [1927] (2015): Liberalismo. Madrid, Unión Editorial. p. 87.
rol fundamental estrategias y prácticas geopolíticas abierta y violentamente pro imperialistas. No es casual que estas estrategias y prácticas hayan abandonado anteriores ademanes y poses “pacifistas”, “republicanas” y “liberales” para coquetear abiertamente con posicionamientos neofascistas y apologéticas que intentan minimizar al nazismo cuando no simpatizan abiertamente con esta corriente.
De ninguna manera resulta aleatorio que en los últimos años grupos nazis tradicionales, neonazis aggiornados, falangistas, franquistas, fascistas y todo el coro supremacista que los rodea hayan alcanzado visibilidad social, legalidad electoral, “tolerancia” absoluta por parte de las burguesías anteriormente identificadas con el republicanismo burgués y desfachatada promoción mediática. Tanto en Europa Occidental, en países y repúblicas europeas de la antigua órbita soviética convertidos fanáticamente al anticomunismo (con ingreso eufórico en la OTAN [NATO]), así como también en el seno de Estados Unidos, el gendarme principal del imperialismo occidental, cuna del macartismo.
Este alarmante resurgir supremacista y neonazi, justificador o inclusive defensor abierto de políticas imperialistas, colonialistas, racistas, xenófobas y genocidas, ha sido históricamente precedido en el caso estadounidense por las viejas teorías fundamentalistas del “Destino Manifiesto” y la “Doctrina Monroe”, la apologética supremacista de la raza blanca occidental y norteamericana del Judío Internacional de Henry Ford, así como por la corriente más cercana a nuestro tiempo del negacionismo y “revisionismo”. Estas últimas vienen intentando negar, poner en discusión y, si no queda más remedio, justificar el feroz y brutal genocidio nazi-fascista-franquista perpetrado, primero, durante la guerra civil española y luego, durante la Segunda Guerra Mundial.
Entre los negacionistas estrictos, encubridores y justificadores del nazismo alemán, se destacan: Harry Elmer Barnes, David Hoggan, Austin App y Willis Carto, en Estados Unidos; Louis Darquier de Pellepoix, Robert Faurisson y Jean-Marie y Marine Le Pen, en Francia; David Irving, en Inglaterra, entre muchos otros estafadores intelectuales, en su totalidad, antimarxistas fanáticos y descontrolados anticomunistas. A todos ellos puede agregarse el español Pío Moa, exótico y patético ex izquierdista, convertido en un vulgar escriba de literatura de shopping que ha logrado fama divulgando hagiografías comerciales del generalísimo Francisco Franco. Negacionista a ultranza de las masacres en el estado español, Moa constituye una versión degradada y periférica, de segunda marca, en comparación con los negacionistas nazis.
Estos representantes literarios del paleolítico inferior son acompañados por “estrellas” del parnaso político mediáticamente más reconocidos como Mateo Salvini en Italia, la agrupación neofascista Vox en el estado español; la ultraderechista Frauke Petry en Alemania; el extremista Geert Wilders en los Países Bajos; el hijo de un nazi y él mismo neonazi Jörg Haider (ya fallecido) de Austria, entre muchos otros devotos admiradores de la cruz svástica, el cuero negro y la camisa parda.
Si los primeros intentan perfumar y suavizar con la escritura la mugre nazi, inocultable y pestilente aunque cerremos los ojos y tapemos la nariz, los segundos se esfuerzan por aggiornar y actualizar las viejas formas fascistas de reordenamiento social en el campo de la política de Estado y los grandes monopolios mediáticos. En ambos casos —escritores y representantes políticos— el objetivo es el mismo: defender e impulsar la contrainsurgencia para intentar, vanamente, “salvar” el sistema imperialista del capitalismo crepuscular, ante la crisis inocultable del mundo unipolar.
La “nueva” derecha neofascista
En las publicaciones del negacionismo nazi alemán, en las del revisionismo neofascista italiano y neofranquista españolista, así como en las del anticomunismo militante de las distintas escuelas “anti-totalitarias” (sean francesas, alemanas, norteamericanas, etc.), históricamente precedidas, todas ellas, por las doctrinas proimperialistas de Monroe, del “Destino Manifiesto” de Estados Unidos así como en los periódicos y volúmenes antisemitas de Ford, aunque delirantes y psicodélicas, las argumentaciones de los cruzados intentan hilar un mínimo discurso “teórico” (varias comillas). Con no poco eclecticismo y una gran abundancia de oportunismo pragmático, el sionismo se suma a este tren fantasma, acompañado por la simpatía pro nazi de Zelensky en Ucrania (que homenajea públicamente a Stepan Bandera, colaborador de Hitler) y la exaltación neonazi de los croatas (que enaltecen a Ante Pavelic, otro peón del Führer). A los tirones y de modo deshilachado, balbuceando de manera desprolija lugares comunes y datos históricos falseados, hundiéndose hasta la rodilla en los prejuicios atávicos más primitivos y reaccionarios, pero en todos esos casos, el sustento principal se apoya en una ideología de la extrema derecha que busca legitimar la dominación neocolonial de las grandes potencias occidentales y la superexplotación de la clase trabajadora del Sur Global.
Siguiendo ese hilo nauseabundo, en la denominada “nueva Europa” del siglo XXI emerge un conservadurismo extremista de masas, brutalmente xenófobo, islamofóbico e inocultablemente nostálgico de la contrarrevolución fascista, nazi y franquista de la primera mitad del siglo XX.
El “señuelo” para justificar la xenofobia y las aspiraciones supremacistas hace referencia a que millones de africanos, árabes, musulmanes, hindúes y asiáticos (acompañados de no pocos “sudacas” provenientes de América Latina) afluyeron en masa a las metrópolis capitalistas occidentales huyendo del hambre, la superexplotación, las guerras de conquista y rapiña y de diversos genocidios en sus sociedades periféricas de origen.
No olvidemos que la “civilizada” y “democrática” ex canciller alemana Ángela Merkel declaró a los cuatro vientos, desde Postdam, pocos días después de reunirse con el Primer Ministro de Turquía, en octubre del año 2010, que: “A principios de los años 1960 nuestro país [República Federal Alemana. N.K.] convocaba a los trabajadores extranjeros para venir a trabajar a Alemania y ahora viven en nuestro país […] Nos hemos engañado a nosotros mismos. Dijimos: «No se van a quedar, en algún momento se irán». Pero esto no es así […] Y, por supuesto, esta perspectiva de una [sociedad] multicultural, de vivir juntos y disfrutar del otro […] ha fracasado totalmente”.
La Europa “aria” y “blanca” se sintió ofendida, descolocada, incluso social y culturalmente invadida por esa fuerza de trabajo masiva de piel oscura que bien sirve para limpiar el baño y pasar el escobillón, así como para afrontar el rudo trabajo fabril, pero no para compartir la ciudadanía de la comunidad europea. En el mejor de los casos logran alcanzar una ciudadanía de segunda. Sea con los musulmanes y africanos que llegan a Francia, sea con los turcos y sirios que van para Alemania. La Europa oficial, occidentalista y eurocéntrica hasta la médula, durante décadas autoconvencida que había dejado por fin atrás la eugenesia y limpieza étnica nazi como un bochornoso “pecado de juventud”, jamás abandonó sus pretensiones de “pureza racial”. Hoy en día lo asume públicamente y sin grandes rubores. Se cayeron las máscaras y la impostura. Le molesta el olor de la carne asada al estilo musulmán y ver el metro lleno de rostros oscuros, cuando la fuerza de trabajo inmigrante se anima a dejar los suburbios de las grandes ciudades (donde es claramente marginada) y se anima, con no poco temor, a trasladarse a un espacio urbano tradicionalmente destinado para “blancos”. La rebeldía de la juventud inmigrante se hace sentir socialmente de manera cíclica y las fuerzas de represión
(policiales y militares) no dudan en asumir estrategias de contención y confrontación claramente contrainsurgentes. Todavía están demasiado frescas en la memoria el papel de la denominada “escuela francesa” de las guerras contrainsurgentes en las colonias y la represión feroz que sufrieron las insurgencias extraparlamentarias al interior mismo de la Europa occidental (en Alemania, Italia, Francia, Gran Bretaña y el estado español) desde fines de los ’60, durante todos los años ’70 y en algunos casos —particularmente en el estado español y el sur de Francia— hasta hace escasos años.
Y entonces, de la mano de la incomodidad lingüística, religiosa y étnica frente a la inmigración de piel oscura, o frente a rebeldías de naciones sin estado propio, reaparece, una vez más, el fantasma omnipresente de las reacciones políticas neofascistas, a veces presentadas con su feroz y rudimentario ropaje original y otras con aires aggiornados de “eficiencia” mercantil y fría “modernidad” parlamentaria. No es casual que estas fuerzas de extrema derecha que nunca desaparecieron del todo, aunque ahora han cobrado apoyo de masas, combinen desde la violencia callejera más desmesurada y los grupos de choque hasta la participación institucional en los regímenes parlamentarios convencionales (como el Parlamento Europeo o el Congreso norteamericano), con el guiño poco disimulado de las viejas formaciones parlamentarias y representaciones políticas clásicas de la segunda posguerra.
La “Nueva derecha”: híbrido de neofascismo y neoliberalismo extremista
Sin abandonar las precisiones conceptuales y categoriales pero acercándonos en la aproximación temporal hacia las “nuevas” derechas extremas de las últimas dos décadas (es decir, ubicándonos ya en el corazón del siglo XXI), puede haber fascismos contrainsurgentes que vuelven a intentar una respuesta capitalista frente a la crisis sistémica promoviendo discursos y prácticas centrados en la xenofobia, el supremacismo racial y el exclusivismo nacional (por ejemplo en el estado español y en Francia, donde se mezclan la islamofobia y el antisemitismo, de manera ecléctica e incluso contradictoria, sin mayor preocupación por la consistencia lógica o la coherencia política); otros donde predomina una retórica localista y secesionista (por ejemplo en el norte de Italia, donde reaparece en primer plano la xenofobia anti-inmigrante, hoy [2025] convertida en política de estado en Italia) y algunos otros donde la propaganda neonazi apela, por ejemplo, a un idealizado y melancólico “Nuevo Orden Europeo” (principalmente en países que anteriormente pertenecieron a la órbita soviética y actualmente militan un anticomunismo nostálgico del Tercer Reich y sus regímenes colaboracionistas, con la intención geopolítica de ser aceptados por el occidentalismo europeo de la OTAN). En este último caso, se apunta a una respuesta capitalista frente a la crisis de carácter continental, no sólo local. Siempre, por supuesto, más allá de todos estos matices, atributos y modelos diferenciados, apoyándose en un subsuelo compartido: la contrainsurgencia, una reacción capitalista “de choque” en contra del comunismo y la herencia inspirada en Karl Marx, es decir, dirigiendo dicha respuesta del imperialismo capitalista contra la fuerza de trabajo organizada y los movimientos de liberación antiimperialistas y anticolonialistas del Sur Global.
Y si los neofascistas, los neonazis y las “nuevas derechas” extremas varían notablemente en el tono, la retórica, el marketing, la puesta en escena y los ejes prioritarios de su propaganda política, nada muy distinto sucede con sus proyectos económicos. Todos tienen en común, reiteramos, un mismo eje de respuesta capitalista a la crisis, la promoción de medidas contrainsurgentes (activas o preventivas) contra movimientos sociales y fuerzas políticas rebeldes, así como una política “de choque” contra los derechos históricos de la fuerza de trabajo (promocionando “reformas
laborales” patronales, destrucción planificada de las pensiones, eliminación dogmática de todo subsidio estatal que no esté dirigido a las grandes empresas y bancos, etc.). Esta fauna zoológica de amplia gama teje alianzas pragmáticas en torno a dicho “programa”, tanto en Europa como Estados Unidos y en los capitalismos dependientes y periféricos. Sin embargo, estos extremistas de la ultra derecha mantienen una flexibilidad sumamente oportunista a la hora de discutir qué tipo específico de respuesta capitalista promover en el plano estrictamente económico.
Algunas fuerzas de la derecha extrema apelan al confusionismo ideológico bautizándose como “libertarios”. Cualquier persona mínimamente informada conoce que el término “libertario” es sinónimo de anarquista, corriente primo-hermana del comunismo con la que compartió la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT o Primera Internacional). Sin embargo, así como los nazis alemanes utilizaban alegremente el término “socialista” para identificarse mientras masacraban sin piedad a todos los rojos… sin hacer mayor distinción; la “nueva” derecha extrema del siglo XXI, no tiene ningún problema en emplear un término de origen anarquista para defender la política patronal de las grandes empresas contra la fuerza de trabajo, promoviendo un estado exclusivamente represivo, pero que garantiza a rajatablas la superexplotación y la extracción salvaje y desbocada de plusvalor sin ningún tipo de ley ni códigos jurídicos. Pura “libertad económica” (para el capital) combinada con escasa o nula libertad política (para las mayorías populares y la fuerza de trabajo). Ahora bien, junto a los supuestos “libertarios” (en realidad: ultra-neoliberales, defensores fundamentalistas de las asimetrías, fetichismos e irracionalidades del Mercado), cohabitan los derechistas extremos, presuntos “proteccionistas” (por ejemplo en el caso del ala neofascista de los republicanos de Estados Unidos, liderados por el magnate supremacista Donald Trump; o, para el caso francés, en el Frente Nacional, ya institucionalizado por Marine Le Pen). En la mayoría de estos casos, ese ademán aparentemente “proteccionista”, crítico de la globalización, encubre principalmente una geopolítica de gran potencia en disputa frente al ascenso mundial de China, junto con la xenofobia frente a una fuerza de trabajo superexplotada de origen latinoamericano en Estados Unidos o africana, árabe y musulmana, en Francia.
A estas especificaciones teóricas y descripción de múltiples matices y atributos dentro de la palestra neofascista contrainsurgente, todas de tipo “macro”, que la tradición marxista y su teoría crítica aportan para comprender las respuestas del imperialismo capitalista occidental a la crisis del sistema, cabe agregar también otro tipo de reflexiones y teorizaciones complementarias, formuladas en otra escala, como las ensayadas en Austria y Alemania, primero, y en Estados Unidos después, por el psicoanalista marxista Wilhelm Reich sobre la estructura familiar y la política dirigida al plano del inconsciente logrando construir personalidades sumisas y obedientes que permiten a las formas fascistas triunfar sobre las clases trabajadoras, sus organizaciones políticas y sus proyectos emancipadores26. Procesos histórico-sociales en los cuales las víctimas —no leyendo racionalmente un programa lógicamente articulado de medidas puntuales sino a través de procesos imaginarios e inconscientes— se identifican con sus victimarios (no sólo votando y apoyando fuerzas represivas y genocidas sino incluso militando en organizaciones que atacan con virulencia y odio a su propia clase). Lo mismo vale para las reflexiones del filósofo y psicoanalista argentino León Rozitchner, quien se vale de las obras más “sociales” de Sigmund Freud, así como también de los cuerpos teóricos de Karl Marx y Karl von Clausewitz, para indagar en los pliegues subjetivos más íntimos
26 Reich, Wilhelm [1933] (1972): Psicología de masas del fascismo. Buenos Aires, Editora Latina.
(muchas veces despreciados o ninguneados por la cultura política de la izquierda tradicional) que permiten, no en el campo visible de los programas políticos y las consignas explícitas sino a niveles mucho más profundos e inobservables a primera vista, es decir inconscientes, identificarse con formas atávicas, reaccionarias, fascistas y contrarrevolucionarias en el escenario social de la lucha de clases. A las obras de Reich y Rozitchner, seguramente habría que agregar las investigaciones de Erich Fromm, quien indaga en las motivaciones inconscientes que llevan a segmentos de las clases trabajadoras a militar a favor del nazismo y el fascismo, incluso contra su propia clase, encontrando la respuesta en las tendencias a buscar vínculos secundarios como sustituto de los primarios que se han perdido27.
Las respuestas capitalistas a la crisis y las ofensivas contrarrevolucionarias de los siglos XX y XXI nunca operan en abstracto, en la órbita estilizada y esquelética de clases sociales “puras” (al estilo de los tipos ideales imaginados por Max Weber), sin anclaje histórico en diversas formaciones sociales específicas del sistema mundial.
Aquí explicitamos otro de nuestros puntos de partida, muchas veces descuidado por publicistas que sólo utilizan jerga y argot “marxista” sin comprender a fondo la metodología dialéctica de Karl Marx. El régimen capitalista, desde su misma gestación como sistema mundial, jamás ha sido plano, horizontal ni homogéneo. Se ha desplegado históricamente a través del desarrollo desigual estructurando un sistema de asimetrías, dominaciones y dependencias, donde algunas formaciones sociales (y sus estado-nación) han jugado un rol catalizador del capitalismo metropolitano en su fase imperialista mientras a otras formaciones sociales les ha tocado, desde el nacimiento mismo del sistema mundial y su división internacional del trabajo, el lugar de periferias coloniales, semicoloniales o dependientes, subordinadas a la dominación colonial del imperialismo capitalista. Por lo tanto, las ofensivas contrarrevolucionarias no sólo han emprendido sus intentos por mantener a flote el sistema mundial de explotación y opresión atacando a la fuerza de trabajo a escala global sino que también han arremetido contra las fuerzas sociales insurgentes de las colonias y ex colonias, así como de las sociedades dependientes y las naciones y comunidades sojuzgadas del Sur Global.
La contrarrevolución capitalista en la fase imperialista ha tenido como adversarios y enemigos no sólo a la fuerza de trabajo rebelde sino también a los movimientos insurgentes de liberación nacional-anticolonial. De allí que la contrainsurgencia ha sido acompañada invariablemente por un furioso racismo e ideologías supremacistas, pretendidas justificaciones seudocientíficas sobre presuntos “pueblos inferiores” y “naciones destinadas a desaparecer”, misoginia y patriarcalismo atávicos, desprecio primitivo y parroquial por otras culturas (orientalismo, antisemitismo, islamofobia, subestimación y humillación de pueblos originarios, indígenas y afrodescendientes) y fundamentalismos teocráticos (protestante o católico, aunque también sionista), revestidos con las ropas engañosas de una modernidad excluyente, occidentalista y genocida. Justificaciones, todas ellas, de los proyectos imperialistas y colonialistas, legitimadoras de sus guerras de clases y su etnocentrismo desbocado (frente a la piel oscura, por ejemplo, de las masas inmigrantes que en los últimos años fluyen hacia Estados Unidos o los países europeos, por no mencionar al masacrado pueblo palestino), de sus prácticas genocidas y de las diversas ofensivas del capital.
¿Estas últimas connotaciones, “extras”, que han acompañado cada uno de los intentos contrarrevolucionarios, forman parte del ADN de la contrainsurgencia imperialista, neonazi y neofascista, o son simples accidentes fortuitos y casuísticos, es decir, un epifenómeno accidental y prescindible? La experiencia histórica nos sugiere que
27 Fromm, Erich [1941] (1968): El miedo a la libertad. Buenos Aires, Paidos.
su reiterada y sistemática reaparición y reproducción, en cada una de las respuestas capitalistas a la crisis y en las diferentes ofensivas mundiales de la contrarrevolución del capital imperialista, constituye parte consustancial de la forma social que conocemos como régimen capitalista. Ni los genocidios, ni el racismo, ni la misoginia ni la apología occidentalista de la desquiciada y delirante “supremacía blanca” constituyen “accidentes fortuitos” ni “anomalías singulares e irrepetibles”.
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Fuente: Néstor Kohan

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