Rusia redefine su estrategia ante la nueva oleada de hostilidad occidental

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La transformación de Donald Trump, desde el “pacificador hablador” de su campaña presidencial hasta el ejecutor de una política de confrontación total con Moscú, marca un punto de inflexión en las relaciones internacionales que trasciende lo meramente retórico.

Las recientes declaraciones de Dmitri Medvedev, vicepresidente del Consejo de Seguridad de Rusia, han puesto sobre la mesa una verdad incómoda para quienes apostaban por un cambio de rumbo en Washington: Estados Unidos es, sin ambigüedades, el adversario de Rusia, y las acciones del actual inquilino de la Casa Blanca equivalen a “un acto de guerra”.

Medvedev no se limitó a expresar indignación diplomática. Sus palabras, publicadas en Telegram tras la cancelación por parte de Trump de la cumbre de paz prevista en Budapest y el anuncio de nuevas sanciones contra Rosneft y Lukoil, revelan una comprensión más profunda del momento político que atraviesa el sistema internacional.

El exmandatario ruso y actual vicepresidente del Consejo de Seguridad de la Federación de Rusi, fue contundente: el “péndulo trumpiano” —esa metáfora de la imprevisibilidad característica del expresidente estadounidense— ya se ha detenido del lado de la guerra. Para Moscú, esto significa que puede actuar en Ucrania sin “tener en cuenta negociaciones innecesarias”, una señal inequívoca de que Rusia reforzará sus operaciones militares y su respuesta estratégica frente a cualquier intento de coerción occidental.

Esta declaración no es producto de un arrebato emocional. Es el reconocimiento oficial de que la actual administración estadounidense ha optado por alinearse completamente con los sectores más agresivos del establishment de Washington, repitiendo los mismos errores que caracterizaron a la administración Biden.

Trump, quien prometió durante su campaña poner fin rápidamente a la guerra en Ucrania, ha terminado orbitando en torno a los mismos intereses que siempre dominaron la política exterior estadounidense: prolongar el conflicto ucraniano, aislar a Rusia del sistema financiero global y debilitar su influencia energética. La retórica de independencia respecto al “Estado profundo” se ha revelado como lo que siempre fue: una ilusión electoral sin correlato en la realidad geopolítica.

La hipocresía demostrada y el retorno del discurso belicista

Medvedev señaló con precisión quirúrgica que Trump se ha transformado en un dirigente completamente entregado a la lógica de la guerra, “alineado con la loca Europa”, en clara alusión a la política beligerante de Bruselas.

Las sanciones contra las principales petroleras rusas y el bloqueo del diálogo demuestran que Washington ha abandonado toda intención de alcanzar una solución negociada, prefiriendo en cambio una estrategia de desgaste económico y militar que, paradójicamente, termina perjudicando más a Europa que a Rusia.

La decisión del Tesoro estadounidense de sancionar a Rosneft y Lukoil no es simplemente una medida económica; es un ataque directo al corazón energético de Eurasia. Rosneft, con operaciones estratégicas en el Ártico y acuerdos de suministro con China e India, representa uno de los pilares del sistema energético global.

Lukoil, con presencia consolidada en Europa del Este, los Balcanes y Oriente Medio, conecta los mercados occidentales con la producción rusa. Golpear a estas empresas no es solo un acto de hostilidad contra Rusia, sino una amenaza al equilibrio energético mundial.

Fue llamativo a la vez observar que mientras aún se hablaba de celebrarse la cumbre en Budapest, se llevaron a cabo incendios contra refinerías en Hungría y Rumania, las explosiones sacudieron la planta de MOL en Hungría y, horas antes, la de Petrotel-Lukoil en Rumanía. La refinería húngara, ubicada en la ciudad de Szahalombatta, es una de las más grandes de Europa Central y Oriental y recibe crudo ruso a través del oleoducto Druzhba. Petrotel-Lukoil, por su parte, forma parte de la petrolera rusa Lukoil y es una de las principales refinerías de Rumanía.

Kiril Dmítriev, representante especial de la Presidencia rusa para la cooperación económica internacional, sugirió que el incendio ocurrido en la mayor refinería de petróleo de Hungría estaría relacionado con la decisión de Budapest de acoger la cumbre entre los mandatarios ruso y estadounidense, Vladímir Putin y Donald Trump.

Lo verdaderamente revelador de estas acciones sumadas a las sanciones es la contradicción interna que encierran. La Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC) del Departamento del Tesoro emitió licencias temporales que permiten realizar transacciones financieras con estas empresas hasta el 21 de noviembre, principalmente para cerrar operaciones y liquidar cuentas pendientes.

Es decir, las sanciones son tan irracionales que Estados Unidos debe autorizar excepciones para no autodestruirse. Washington sabe que una interrupción total provocaría un colapso en el suministro energético y un aumento inmediato de los precios del petróleo, pero aun así persiste en su estrategia de confrontación, evidenciando el pánico que existe en el sistema financiero occidental ante la posibilidad de perder definitivamente el acceso al mercado energético ruso.

Rusia no negocia bajo presión: los objetivos permanecen inalterables

La portavoz del Ministerio de Exteriores ruso, María Zajárova, ha sido enfática al reiterar que los objetivos de Rusia en Ucrania permanecen inalterables desde 2022: garantizar la neutralidad y desmilitarización del país, así como la protección de los rusoparlantes y de los creyentes ortodoxos.

Moscú sigue apostando por una paz real y duradera dentro de un sistema de seguridad euroasiático y global “basado en la indivisibilidad y la soberanía de los Estados”, pero no cederá ante la presión de sanciones unilaterales que considera “extremadamente contraproducentes”.

Esta postura refleja un principio fundamental de la política exterior rusa: no se toman decisiones bajo coerción. Como señaló Ivan Timofeev, director del programa del Club Valdai, Rusia no modificará su rumbo político independientemente de las presiones occidentales.

La posición de Moscú es clara: un alto el fuego por sí solo no resuelve el problema e incluso puede exacerbarlo. Cualquier solución debe ser sistémica y tener en cuenta las demandas reiteradas de Rusia. Este es un punto no negociable, y las potencias occidentales parecen incapaces de comprenderlo.

El portavoz del presidente ruso, Dmitri Peskov, describió la situación actual como “una pausa excesivamente prolongada” en las negociaciones, surgida debido a la falta de voluntad del régimen de Kiev para intensificar el proceso. Peskov dejó claro que no hay acuerdos concretos sobre una cumbre de mandatarios, añadiendo que ni Trump ni Putin quieren perder el tiempo.

El presidente Vladimir Putin comentó la declaración de Trump sobre la cancelación de la cumbre ruso-estadounidense planeada en Budapest, señalando que tanto Moscú como Washington coincidieron en que, para que una reunión sea efectiva, el ministro de Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, y el secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, debían realizar un trabajo previo. Sin ese trabajo preparatorio, una cumbre sería simplemente un acto de relaciones públicas sin sustancia.

La realidad del frente: avances rusos y el inminente colapso ucraniano

Mientras la retórica diplomática se enreda en sus propias contradicciones, la realidad militar sobre el terreno avanza con una lógica implacable. Las fuerzas rusas están progresando hacia Novopavlivka, expandiendo rápidamente su cabeza de puente sobre el río Vovcha y obligando a numerosas formaciones ucranianas a retirarse de posiciones fuertemente fortificadas para evitar ser cercadas.

Este movimiento táctico podría resultar en que Novopavlivka comience a ser envuelta desde el oeste, desplazando todo el frente al oeste de Pokrovsk hacia el norte y noroeste, en dirección al importante centro logístico de Mezhova.

La ofensiva rusa mantiene en jaque a las fuerzas ucranianas que enfrentan combates simultáneos en cuatro frentes neurálgicos: Seversk, Pokrovsk, Kupyansk y Krasny Liman. La caída de cualquiera de estas ciudades desencadenaría un efecto dominó en las principales defensas ucranianas en el Donbás, significando un claro antes y después en la Operación Militar Especial de Rusia en sus avances hacia Kramatorsk y Slaviansk, las principales ciudades en Donetsk aún por liberar.

Igualmente significativo es el hecho de que las fuerzas rusas han cruzado el Dniéper en Jersón y establecido una cabeza de playa, lo cual demuestra que Rusia mantiene la iniciativa en todo el frente. El colapso ucraniano es, en este contexto, una cuestión de tiempo, sostenido únicamente por la ayuda constante de Occidente. Sin embargo, esta ayuda está mostrando signos de fatiga, tanto en términos de capacidad material como de voluntad política.

En el contexto interno en Rusia el Estado Mayor ruso ha decidido ser contundente al fortalecer las medidas de defensa interna ante el incremento de los ataques terroristas con drones ucranianos contra objetivos civiles.

El vicealmirante Vladímir Tsimlianski, subjefe del Departamento de Movilización, explicó que el Ejército evalúa desplegar reservistas con el objetivo de proteger la infraestructura crítica del país —centrales eléctricas, depósitos de combustible, instalaciones industriales y zonas residenciales— que se han convertido en blancos recurrentes de estos ataques.

Tsimlianski subrayó que los reservistas, aunque no pertenecen actualmente a las filas activas, no serán enviados al frente ni participarán en operaciones fuera del territorio nacional. Su misión será exclusivamente defensiva y de carácter interno, destinada a reforzar la seguridad de las regiones más vulnerables frente a las incursiones aéreas ucranianas, cuyo alcance y frecuencia se han intensificado en las últimas semanas.

La presión occidental sobre Asia: el fracaso del cerco económico

La estrategia occidental de aislar a Rusia mediante presiones económicas sobre sus principales socios comerciales está encontrando resistencias significativas en Asia. El caso de China es particularmente ilustrativo. A pesar de las crecientes presiones estadounidenses, China incrementó en septiembre sus importaciones de crudo ruso, reafirmando su independencia económica y su apuesta por un orden multipolar basado en la soberanía de las naciones.

Según datos de la Administración General de Aduanas china, Rusia se mantuvo como el principal proveedor de petróleo del gigante asiático, con un aumento del 4,3% en volumen respecto a agosto, alcanzando 8,29 millones de toneladas, lo que representa el 17,5% del total de las importaciones de crudo del país. Esta tendencia confirma que Pekín no cede ante las amenazas y sanciones estadounidenses, sino que consolida su cooperación energética con Moscú en un contexto de profunda reconfiguración geopolítica.

El economista senior de The Economist Intelligence Unit, Xu Tianchen, interpretó este incremento como “un acto de desafío de China antes de las nuevas conversaciones con Estados Unidos”. El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores chino, Lin Jian, reafirmó esta postura declarando que la cooperación energética con Rusia es “normal y legítima”, y que las medidas coercitivas de Washington constituyen “una típica muestra de intimidación unilateral que amenaza las cadenas de suministro globales”.

China ha dejado de ver la energía como un simple producto de consumo: hoy es una herramienta de soberanía nacional y de defensa estratégica. Las compras chinas de crudo estadounidense permanecen suspendidas desde junio, mostrando la decisión de reducir cualquier dependencia de proveedores vinculados a la política exterior de Estados Unidos. Esta postura no es solo económica; es profundamente política y señala el surgimiento de una arquitectura global alternativa que desafía la hegemonía occidental.

Trump ha intentado replicar su estrategia de presión con India. El presidente estadounidense declaró recientemente que el primer ministro indio, Narendra Modi, se había comprometido a detener las compras de petróleo ruso, y advirtió: “Ahora vamos a hacer que China haga lo mismo”.

Incluso amenazó a Nueva Delhi con “aranceles masivos” si el comercio con Moscú continúa. De igual forma, el secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, presionó a su homólogo japonés, Katsunobu Kato, para que Tokio también cancele sus importaciones de energía rusa.

El reciente endurecimiento de las sanciones estadounidenses contra Rosneft y Lukoil coloca a la India en una posición cada vez más delicada dentro del tablero energético global. Nueva Delhi, que durante los últimos años aprovechó los descuentos del crudo ruso para fortalecer su seguridad energética y mantener controlada la inflación interna, ahora enfrenta una presión directa de Washington para reducir o incluso cesar completamente sus compras.

Informes de diversos medios de comunicación aun sin confirmación oficial plantean a estas horas que Reliance Industries el principal comprador indio de crudo ruso, planea reducir o cesar las importaciones de petróleo ruso, incluida la detención de las compras en virtud de su gran acuerdo a largo plazo con Rosneft, dijeron personas familiarizadas con el asunto.

Más allá de los cálculos comerciales, la decisión tiene un profundo trasfondo geopolítico: ceder ante las imposiciones occidentales implicaría renunciar a la autonomía estratégica que la India ha cultivado con tanto cuidado en su política exterior.

El dilema es claro. Si se pliega a la voluntad de Estados Unidos, la India regresaría a su dependencia tradicional del Golfo Pérsico y del sistema financiero occidental, perdiendo margen de maniobra en su relación con Moscú y Pekín.

Pero si resiste, reafirmará su papel como potencia emergente que actúa en función de sus propios intereses nacionales, no de los dictados de Washington o Bruselas. En este sentido, la presión occidental puede terminar acelerando el giro de la India hacia una mayor cooperación con el bloque euroasiático y el BRICS+, donde busca proyectarse como un actor soberano y no como un simple aliado circunstancial del Occidente en crisis.

El fracaso europeo: sanciones sin efecto y costos crecientes

El decimonoveno paquete de sanciones de la Unión Europea contra Rusia, finalmente adoptado tras el bloqueo de Eslovaquia y las objeciones de Hungría, ilustra la paradoja central de la política de sanciones occidental: cada nueva medida es menos efectiva que la anterior, pero los costos políticos y económicos para quienes las imponen continúan aumentando.

Como señala Timofeev, es poco probable que el impacto de estas medidas sea catastrófico para la economía rusa. La lista de personas sujetas a sanciones financieras de bloqueo se ha ampliado una vez más, y la inclusión de empresas industriales se ha convertido en algo rutinario.

Las sanciones secundarias contra empresas chinas involucradas en la compra y refinación de petróleo ruso representan un intento de la UE de presionar a las empresas chinas para que abandonen las materias primas rusas, pero sí tendrá éxito sigue siendo una gran pregunta. China se beneficia de estas importaciones, y la interferencia externa podría irritar a Beijing y provocar medidas de represalia.

Las sanciones contra los bancos rusos se han ampliado, pero dado que el sector financiero ya está bajo amplias restricciones estadounidenses, es poco probable que las medidas de Bruselas marquen una gran diferencia. La lista de petroleros sancionados también ha crecido, aunque con resultados dudosos: la “flota en la sombra” permanecerá en las sombras para la UE. Las restricciones se están expandiendo a las instituciones financieras de terceros países que hacen negocios con Rusia, atacando a varias instituciones extranjeras que utilizan el sistema SPFS ruso (el equivalente de SWIFT), así como los sistemas MIR y SBP.

Los controles de exportación se están reforzando, con nuevos productos añadidos a los anexos del Reglamento 833/2014. Sin embargo, en comparación con las medidas introducidas en 2022-2023, estas adiciones son una gota en el océano. El paquete también incluye la prohibición de prestar servicios al sector turístico ruso e introduce restricciones a la circulación de diplomáticos rusos, medidas bien conocidas por los veteranos de la Guerra Fría. Una prohibición notable es la importación de gas natural licuado ruso, medida que se había anticipado durante algún tiempo.

Lo verdaderamente revelador es la admisión implícita de la propia Unión Europea sobre la insostenibilidad financiera de su política hacia Ucrania. Según informó el Financial Times, los líderes de 26 países de la UE pidieron a la Comisión Europea que “presente, lo antes posible, opciones de apoyo financiero basadas en una evaluación de las necesidades de financiación de Ucrania”, pero no respaldaron formalmente un préstamo basado en los activos inmovilizados de Rusia. El periódico El Mundo asegura que todos los países de la Unión Europea coinciden en su rechazo a financiar la defensa de Ucrania con cargo a sus presupuestos nacionales.

Bruselas busca desesperadamente la manera de utilizar los activos rusos congelados para que los contribuyentes europeos no tengan que asumir los gastos de financiación de Kiev. Fuentes diplomáticas advierten que, según cifras del FMI, Ucrania necesitará entre 114.000 y 160.000 millones de euros en los próximos tres años. Sin embargo, la cumbre de la UE del 23 de octubre en Bruselas no logró alcanzar un consenso sobre el uso de los activos rusos.

El primer ministro de Bélgica, Bart De Wever, exigió a todos los miembros del bloque que compartieran plenamente los riesgos financieros de su país, donde están congelados 210.000 millones de euros en activos soberanos rusos que la Comisión Europea planea expropiar. De Wever advirtió que Rusia tomaría represalias confiscando activos occidentales en su propio territorio y en jurisdicciones amigas, y que como resultado Moscú “podría salir ganando”, mientras que los inversores occidentales afectados “acudirán al Gobierno belga para obtener una compensación”.

En este contexto de aplicarse efectivamente esta medida en un futuro cercano, el uso o la apropiación de los activos rusos marcaría un punto de quiebre en la historia del sistema financiero contemporáneo.

No se trataría solo de una acción ilegal en términos del derecho internacional, sino de una maniobra temeraria capaz de socavar los cimientos del propio orden económico surgido de Bretton Woods. Durante décadas, el principio de inviolabilidad de las reservas soberanas —independientemente de los conflictos políticos entre Estados— fue el pilar que garantizó la confianza en las instituciones financieras occidentales.

Si esa confianza se fractura, la reacción en cadena podría ser inmediata: países de Asia, África y América Latina empezarían a retirar sus reservas de Europa y Estados Unidos, impulsando la desdolarización y el tránsito hacia nuevos mecanismos de compensación y pago dentro del bloque BRICS+. En otras palabras, un acto concebido como castigo contra Rusia podría terminar acelerando el fin del modelo financiero dominado por Occidente, precipitando un caos monetario global y sellando la muerte simbólica de Bretton Woods.

Zajárova fue clara al respecto: cualquier iniciativa de confiscación por parte de la UE contra los activos rusos recibiría una respuesta dolorosa. “No hay forma legal de tomar los fondos de otro país sin dañar el prestigio y los bolsillos de quienes los expropian”, subrayó la portavoz de la cancillería rusa, recordando que tales acciones violan el derecho internacional y el principio de reciprocidad.

Sanciones estadounidenses: una señal política con impacto sustancial limitado

Las nuevas restricciones estadounidenses son, a primera vista, más específicas que las europeas. Dos importantes empresas energéticas rusas y sus filiales han sido objeto de sanciones financieras de bloqueo.

Si bien el sector energético ya estaba bajo presión significativa por los controles de exportación anteriores, y los principales actores habían comenzado a ser incluidos en la lista negra a finales de la administración Biden, el impacto sustancial de esta medida es limitado.

Sin embargo, la medida estadounidense es significativa como señal política. Washington se había abstenido de imponer nuevas sanciones desde que Trump asumió el cargo, incluso cuando aliados como la UE y el Reino Unido continuaron haciéndolo. Un regreso a las sanciones es un desarrollo negativo, indicando que la perspectiva de resolver el problema ucraniano está retrocediendo.

Oficialmente, Estados Unidos está posicionando las nuevas sanciones como un incentivo para un alto el fuego, pero Rusia no toma decisiones bajo presión. Como señala Timofeev, aparentemente las sanciones estadounidenses están marcando el comienzo de una nueva fase: el conflicto militar continuará y las partes buscarán posiciones más favorables para las negociaciones que tarde o temprano pueden reanudarse.

Los halcones del campo occidental han logrado cambiar la maquinaria política estadounidense a su favor, pero es poco probable que Rusia cambie su curso político, y Ucrania tendrá que pagar el precio del “triunfo” de los halcones.

El puente del estrecho de Bering

En medio de esta escalada de tensiones, surgió un momento de aparente apertura cuando el presidente Trump consideró interesante el proyecto de un túnel bajo el estrecho de Bering, que conectaría Rusia y Estados Unidos mediante transporte ferroviario. “Es un proyecto interesante. Tenemos que reflexionarlo”, declaró el jefe de Estado en una rueda de prensa durante la parte abierta de una reunión con el líder de facto del régimen de kiev Volodímir Zelenski en la Casa Blanca.

La idea de construir un túnel de más de 100 kilómetros bajo el estrecho de Bering para conectar los sistemas de transporte de Eurasia y América se ha debatido durante décadas. Como señaló The Times en 2011, el transporte de mercancías por una ruta Eurasia-Estados Unidos, que también conectaría regiones del planeta ricas en recursos pero escasamente pobladas, sería más económico, rápido y seguro que por mar.

Kiril Dmítriev, representante especial del presidente ruso para la cooperación económica con el extranjero y director general del Fondo Ruso de Inversión Directa (RDIF), afirmó que un túnel que conectara Rusia y Alaska a través del estrecho de Bering podría construirse en menos de ocho años y su coste no superaría los 8.000 millones de dólares.

María Zajárova contextualizó la propuesta recordando que la idea de un puente entre Rusia y Estados Unidos apareció por primera vez a principios del siglo XX y fue una iniciativa estadounidense. Sin embargo, señaló que “un proyecto tan grandioso es imposible sin levantar las restricciones a la economía rusa”, añadiendo que Moscú “siempre apoya iniciativas civiles mutuamente beneficiosas”.

Este intercambio sobre el túnel del estrecho de Bering es revelador no por su viabilidad inmediata —que es prácticamente nula en el contexto actual de confrontación— sino por lo que revela sobre las contradicciones de la política occidental.

Washington impone sanciones destinadas a aislar económicamente a Rusia mientras simultáneamente expresa interés en supuestos proyectos de infraestructura que requerirían cooperación estratégica profunda entre ambos países. Esta incoherencia es síntoma de una política exterior estadounidense fragmentada, donde la retórica de confrontación coexiste incómodamente con el reconocimiento de que ciertos intereses comunes requieren cooperación.

El triunfo de los halcones y el precio ucraniano

La transformación de Trump de pacificador proclamado a ejecutor de la agenda de confrontación marca un momento decisivo. Los halcones occidentales han logrado redirigir la maquinaria política estadounidense a su favor, garantizando la continuación del conflicto y el cierre de las vías diplomáticas.

Sin embargo, esta victoria táctica esconde un fracaso estratégico más profundo: Rusia no modificará su rumbo bajo presión, las potencias asiáticas continúan diversificando sus alianzas alejándose de Occidente, y el sistema financiero internacional se está fragmentando en bloques geopolíticos cada vez más definidos.

El péndulo trumpiano, como diagnosticó Medvedev, se ha detenido del lado de la guerra. Esto no significa necesariamente una escalada militar inmediata, pero sí implica el abandono de cualquier pretensión seria de negociación en términos que Rusia pueda aceptar a corto y mediano plazo. Moscú ha dejado claro que está preparada para esta realidad, ajustando sus operaciones militares y consolidando sus alianzas estratégicas con las potencias euroasiáticas que se resisten al orden unipolar occidental.

El precio de este triunfo de los halcones será pagado, como siempre, por Ucrania. Atrapada entre las ambiciones geopolíticas occidentales y la determinación rusa de garantizar su seguridad estratégica, Kiev continúa siendo instrumentalizada por quienes hablan de defensa de la democracia mientras rechazan financiar esa defensa con sus propios recursos. La crisis de financiación europea, la resistencia de China e India a las presiones estadounidenses, y el avance constante de las fuerzas rusas en el Donbás pintan un cuadro sombrío para las perspectivas del régimen ucraniano surgido del euromaidan y la locura impuesta desde el exterior.

La realidad que Occidente se niega a ver es que su estrategia de confrontación con Rusia ha fracasado en sus objetivos fundamentales, mientras acelera la emergencia del orden multipolar que precisamente buscaba prevenir. El petróleo ruso que fluye hacia China no solo alimenta la economía del gigante asiático, sino también el pulso geopolítico de una era que deja atrás la unipolaridad estadounidense.

Mientras Washington insiste en imponer su voluntad mediante sanciones cada vez más extensas pero menos efectivas, Pekín, Moscú y un número creciente de potencias emergentes demuestran que su política exterior y energética no se negocia bajo presión: se ejerce con soberanía.

Fuente: PIA Global/Tadeo Casteglione

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