Un Putin reelecto que no tiene respiro: la guerra en Ucrania y el ataque terrorista

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Repaso por las problemáticas que Vladimir Putin deberá enfrentar en su nuevo mandato como presidente de Rusia. Los desafíos económicos.

El pasado domingo 17 de marzo, la Comisión Electoral Central de la Federación de Rusia confirmó que, con un 87% de los votos, Vladimir Putin conquistó su reelección presidencial. El organismo informó también que la participación electoral fue de un 73%. Nikolái Jaritónov, del Partido Comunista, obtuvo un 4% de los votos, seguido por Vladislav Davankov del Nuevo Partido Popular con 3,86%, y Leonid Slutski del Partido Liberal Democrático de Rusia, con el 3%. 

Reducidos en su volumen electoral, ninguno de las tres fuerzas políticas de la oposición se oponen a la operación militar especial de las Fuerzas Armadas rusas que desató la guerra contra la OTAN hace dos años atrás, señalando, incluso, que la legitimidad de los objetivos estratégicos de Putin superan a su ya apabullante caudal electoral.

En agosto de este año, Vladimir Putin cumplirá un cuarto de siglo en el centro de la política rusa. Ex miembro de la KGB, su primer cargo público fue en 1990, cuando asumió como director de relaciones internacionales de la Ciudad de San Petersburgo. Nueve años después, asumiría como Primer Ministro de Boris Yeltsin. Éste último, acorralado por las denuncias de corrupción y por la grave situación socioeconómica, le dejaría a Putin la presidencia de la Federación de manera interina.

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La implosión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y el cambio en el sistema sociopolítico que aconteció a inicios de la década del noventa constituyó una verdadera catástrofe. Al igual que en la Alemania Oriental, el advenimiento de la “sociedad de mercado” fue una verdadera calamidad para los millones de ciudadanos de a pie, que vivieron un brutal aumento en el costo de la vida diaria, incluida una enorme escasez de alimentos en las góndolas de los mercados. 

El desarme económico, tecnológico, industrial y político del gobierno de Boris Yeltsin, en línea con las políticas neoliberales y tratando de ser un obediente aliado de los Estados Unidos, implicó en el ciclo 1990-1999 una caída del 45% del PBI de la Federación de Rusia.

Con la llegada de Vladimir Putin, Rusia vivió un refortalecimiento geopolítico. La contundente respuesta de Moscú en la segunda Guerra de Chechenia sirvió como el plafón de legitimidad que lo llevó a reordenar el complejo sistema político ruso —con 89 entidades federales— en torno a su figura y ganar sus primeras elecciones presidenciales con el 53% de los votos. 

Su mano firme y, también, su habilidad negociadora, han hecho que esos niveles de legitimidad nunca hayan sido verdaderamente puestos en cuestión. Hasta los más importantes señores de la guerra chechenos, musulmanes y separatistas, se han alineado en su liderazgo y han ido a Ucrania a combatir en su nombre, de indudable vinculación con el cristianismo ortodoxo ruso, una de las fuentes ideológicas de su nacionalismo panruso. Putin no es sólo un hombre. Putin es la personificación de una fuerza social que alinea a la casi totalidad de actores económicos, políticos y estratégicos del país.

Del Heartland al giro “sin límites” a Oriente

A partir de su potencialidad energética y militar, y de su ubicación geoespacial, el proyecto económico, político y social que orientó al putinismo era el de la construcción de la “Unidad Económica Euroasiática”, una iniciativa estratégica vinculada a la idea de posicionar a Rusia como la Heartland de la teoría del geógrafo y estadista británico Halford John Mackinder.

Allí, se visualiza a los territorios de la Federación de Rusia como el pivote entre Europa Occidental —Alemania— y el Extremo Oriente —China— para construir el amenazante “Imperio de la Tierra”, la única fuerza capaz de doblegar al “Imperio del Mar”, es decir, el espacio geopolítico del Atlántico Norte, dominio primigenio del Capital Angloamericano que conduce los destinos económicos mundiales desde hace más de 200 años.

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A partir de sus enormes capacidades energéticas, respaldadas en un potente complejo militar-industrial heredado de la URSS, Putin ensayó durante años un entendimiento con las potencias europeas. Pero la salida del poder de Ángela Merkel determinó un desplazamiento de los ya tensos marcos de entendimiento con la Unión Europea. 

La llegada del socialdemócrata Olaf Scholz determinó un silencioso, pero profundo, giro geopolítico en Berlín hacia Washington, mucho más amigable desde la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca en 2020. El multilateralismo globalista relanzó el G7 como el espacio para el entendimiento atlantista, y alineó a Rusia como un importante eslabón a atacar en la guerra por “ganar el siglo XXI” a China.

Así, para Rusia, quedan pocas dudas. Muchos de sus analistas coinciden en afirmar que el motivo estratégico que determinó la guerra en Ucrania fue extraño a ese territorio, y tuvo que ver con la inminente puesta en marcha del gasoducto Nord Stream II, destinado a proveer desde el Mar Báltico energía barata al complejo industrial germano-francés.

Autores: Paula Giménez y Matías Caciabue/ El Destape

Para leer el artículo original: Un Putin reelecto que no tiene respiro: la guerra en Ucrania y el ataque terrorista | El Destape (eldestapeweb.com)

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