La urgencia de reglas y límites para frenar y derrotar al fascismo digital EXCLUSIVO
Ya es evidente que las redes digitales son fuente de caos, odio y desestabilización. Son dominadas por millonarios —Musk, Zuckerberg— que las ponen al servicio no solo de sus negocios privados sino también de las tendencias ultraderechistas, como sucede en Venezuela.
¿Las redes están sujetas a obligaciones o se les tiene que permitir que naveguen sin límites, como hasta ahora?
La elección presidencial del 28 de julio en Venezuela develó planes y tramas. Más de un mes después es obvio que se intentó imponer por la fuerza un resultado, con el que sueña la derecha internacional: una supuesta victoria de un candidato derechista y proestadounidense, para manejar a su antojo el petróleo, el gas, el agua, y los otros recursos, someter a Venezuela, y acabar con ese desafío que significa la revolución bolivariana.
Prevaleció la guerra de las narrativas, desde el ciberespacio. Animados por la potencia de las redes digitales se intentó crear un clima subjetivo, una realidad paralela y ficticia, donde domina el discurso de odio, la descalificación del que piensa distinto, el fratricidio y la pérdida del sentido de pertenencia que nos une y nos identifica con la comunidad, la familia y con esa historia que nos acompaña, como las canciones de nuestra banda sonora.
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¿Cuáles son esas narrativas? La del #ActasElectorales, las que definen al presidente Maduro como un dictador, las que exponen que el único mundo posible es el que sea tutelado por Estados Unidos. Esa que dice que en Venezuela no hay futuro, ni nada que sea valioso. Esas que hacen énfasis en las calamidades que atraviesa la población en salud y servicios, ocultando las medidas coercitivas, unilaterales y criminales ejecutadas por Estados Unidos y la Unión Europea.
Elon Musk y la prepotencia de las redes digitales, cerradas y privadas
Es tanto el poder de las redes digitales, virtuales o electrónicas, que las grandes corporaciones tecnológicas ya no se conforman con dominar en los negocios. También quieren hacerse sentir en el poder político y de los Estados.
Buscan tejer un mundo a su imagen y semejanza. Algo así como un gobierno digital donde todo, o casi todo, esté bajo su influencia y poderío. Sus nombres son conocidos y forman parte de nuestra cotidianidad: Google, Amazon, Apple, Meta o Facebook y Microsoft, plataformas que comercializan con nuestros datos y se enriquecen.
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La victoria de Trump, en 2016, puso en la mira la nociva influencia de estas redes. El escándalo fue mayúsculo. Facebook usó la información de millones de sus usuarios, de manera arbitraria, para favorecer a este ultraderechista e imperialista. Las investigaciones que se hicieron llevaron a que el dueño de esa red, Mark Zuckerberg, pagara una multa millonaria y rindiera cuentas en el Congreso de Estados Unidos.
Algo similar ocurre con Elon Musk desde que compró la red X (Twitter), en 2022. Se asume todopoderoso y la utiliza abiertamente para alentar los planes de la derecha. Es noticia por sus amenazas y acusaciones contra Brasil, luego que el Tribunal Supremo de ese país cerró la empresa X, por negarse a cumplir con la legalidad.
En medio de su vanagloria, MusK dijo: “Daremos golpes de Estado donde nos dé la gana (…) golpearemos a quien queramos”, cuando Evo Morales fue derrocado en Bolivia. Este es el mismo provocador y pendenciero que abiertamente hace campañas de descrédito contra Venezuela y Nicolás Maduro, y manipula para imponer noticias falsas, desinformación y narrativas desde su imperio de redes. Su actuación es tan notoria y agresiva, que está en conflicto con Australia, Brasil, la Unión Europea y el Reino Unido, por sus campañas y por usar la red X para apoyar ensayos antiderechos y neoliberales, como Trump, Bolsonaro, Milei, Giorgia Meloni, entre otros y otras.
“Como consecuencia, [las redes sociales] han venido siendo dominadas por millonarios ultraderechistas, como Musk, Zukemberg y Bezos, y están siendo puestas al servicio de un fascismo digital, que desconoce derechos y leyes. En lugar de la utopía humana, internet remacha los clavos de un mundo distópico, de dueños y esclavos”
Tanta actuación desmedida deja ver como desde las redes digitales se desinforma y se promocionan tendencias, desde el algoritmo y los (ro)bots, para favorecer corrientes reaccionarias y hacer pasar como naturales las políticas que fomentan la desigualdad, la discriminación y el odio.
Cómo ocurrió con otras tecnologías de la comunicación, como el telégrafo, la radio y la televisión, con internet surgió la esperanza de que favoreciera el vínculo humano, la solidaridad y la democratización. Al principio, su creación respondió a los fines de una red social. Pero como explica Xan López (1), en 1990 se produce un cambio brusco cuando Estados Unidos comienza la privatización paulatina de internet. Ese paso se amplía desde principios de 2000, cuando las redes digitales actuales se comienzan a levantar. Es el caso de Facebook (2004), Twitter (2006), Instagram (2010), y otras, que navegan bajo la lógica del capitalismo y de la ciberseguridad que controla Estados Unidos.
Esas redes, son empresas para generar ganancias, con dueños, que le dan los datos al gobierno de Estados Unidos; que buscan la rentabilidad. No es un lugar seguro. Almacenan grandes intereses, quieren arrebatarle el litio a Bolivia y el petróleo de Venezuela. Como consecuencia, han venido siendo dominadas por millonarios ultraderechistas, como Musk, Zukemberg y Bezos, y están siendo puestas al servicio de un fascismo digital, que desconoce derechos y leyes. En lugar de la utopía humana, internet remacha los clavos de un mundo distópico, de dueños y esclavos.
Las reglas y límites en las redes
Es tan evidente el sesgo y la manipulación en las redes, que se ha hecho urgente ponerle reglas y límites legales, éticos y ciudadanos. El caso más obvio es el de China que dijo: aquí no entran esas redes que continuamente nos atacan. Y se inventaron sus propias rutas.
En Brasil, el Tribunal Supremo suspendió la red de Elon Musk, por no cumplir con las leyes, y reanudará el juicio sobre la regulación de las redes. Se busca establecer la responsabilidad de las plataformas sobre las publicaciones de terceros.
En junio de 2017, Alemania aprobó una ley para controlar los contenidos en las redes. En España, el fiscal de la Sala de Coordinación contra los Delitos de Odio, Miguel Angel Aguilar, reconoció la necesidad de prohibir el acceso a redes a los responsables de tales delitos.
La Unesco, agencia de la Organización de las Naciones Unidas para la ciencia y la cultura, por intermedio de su directora general, Audrey Azoulay, pidió dialogar para regular las empresas de redes digitales y “limitar su papel en la propagación de información falsa en todo el mundo (…) y ayudar a que internet sea un espacio seguro”.
Cabe referir la detención en Francia de Pavel Durov, dueño de Telegram, acusado de no colaborar con la justicia y por facilitar, desde la red que comanda, delitos de terrorismo, tráfico de drogas, fraude y pedofilia. Según Inna Afinogenova (2), periodista del programa La Base, la detención de Durov expone tres asuntos urgentes. Primero, la revisión sobre el derecho a la libertad de expresión en la era digital. Segundo, la soberanía y los derechos digitales. Cómo construir una alternativa en un espacio dominado por grandes empresas capitalistas. Y tercero, la geopolítica, ¿por qué Telegram y no otras empresas que tienen sus cuarteles generales en California?
¿Se puede legislar sobre medios y redes?
En Venezuela, la Constitución nacional garantiza en su artículo 57 la expresión libre del pensamiento, las ideas y las opiniones. Luego, el artículo 58 establece que la comunicación es libre y plural, pero añade: “comporta los deberes y responsabilidades que indique la ley”.
El debate sobre la necesidad de legislar en materia de comunicación se da en Venezuela, desde principios de 2000, porque el aparato mediático —radio, televisión y los periódicos— intentó hacer valer su capacidad de influencia y favorecer a las fuerzas contrarias a los cambios del gobierno bolivariano. Fue el momento del protagonismo de RCTV, Venevisión, El Nacional… manteniendo un ataque agresivo y permanente contra el presidente Chávez.
“El tema está en conjugar libertad de expresión y de comunicación con soberanía digital, para evitar que el poderío de las redes se utilice para atentar contra la democracia y generar odio, caos y desestabilización política”
Hay antecedentes muy claros y categóricos en la aprobación de leyes creadas para avizorar convivencia y una democratización de la información y la comunicación. Están la Ley de Responsabilidad Social en Radio, Televisión y Medios Electrónicos, Ley Resortes; La Ley de Telecomunicaciones, la Ley de Ejercicio del Periodismo, la Ley de la Comunicación del Poder Popular (diciembre, 2015), y la Ley contra el Odio, por la Convivencia Pacífica y la Tolerancia, de 2017 (3).
¿Los medios masivos y las redes son sujetos de obligaciones? ¿Se puede legislar sobre las redes digitales? La respuesta es… Sí. Por tanto, si eso se admite entonces puede entenderse que se establezcan unas reglas explícitas, una regulación, fijada dentro de los límites del marco de la Constitución nacional. De ese modo, se señalan los parámetros de actuación ciudadana, y desde luego para los medios y redes que cumplen una misión social y pública. En síntesis, los medios son sujetos de obligaciones y no sólo pueden argumentar la posibilidad de ejercer unos derechos.
Por la soberanía digital
El reto hoy es establecer reglas y límites a unas redes digitales que lucen desbocadas. Y en contraposición, ganar convivencia, paz, democracia, librarnos del odio y de la lucha fratricida, y construir un tejido social solidario. El tema está en conjugar libertad de expresión y de comunicación con soberanía digital, para evitar que el poderío de las redes se utilice para atentar contra la democracia y generar odio, caos y desestabilización política.
Salvo los casos mencionados, en este trabajo, poco se ha hecho para legislar sobre el uso y despliegue de las redes digitales. Y menos se ha hecho en América Latina donde surfean sin conocer límites.
Dice Xan López (1) que “las redes sociales pueden y deben ser gestionadas por la sociedad civil en su conjunto, ya sea por empresas o por asociaciones sin ánimo de lucro. El papel del Estado, y es un papel clave, deberá ser el de asegurarse de que se respeten unos estándares indispensables que permitan el delicado equilibrio entre la libertad individual y el interés general. En este caso, extrapolando desde el presente, podemos imaginar regulaciones para la portabilidad de las identidades digitales, incluyendo nuestros datos y redes de contactos, como ya ocurre con nuestros números de teléfono”.
Nadie dice que sea sencillo frenar y derrotar las redes que faciliten o estén al servicio del fascismo digital. Solo que hoy es esa la prioridad, para avanzar con políticas de cambio social y de justicia verdadera.
Esa meta es posible en esta Venezuela disruptiva, épica y valiente que resiste al bloqueo criminal imperialista; una reserva viva y activa de rebeldía en un mundo decadente, que cierra los ojos frente al genocidio palestino, televisado, posteado y transmitido en directo. Es posible porque la furia bolivariana es una llama encendida.
Autor: Orlando Villalobos Finol
@Discurso1 @orlandovillalobos26 orlandovillalobos26@gmail.com
Referencias
- Xan López (2024). Protocolos, redes sociales, democracia. Disponible en: https://amalgama.ghost.io/protocolos-redes-sociales-democracia/ (Consulta: 2024, agosto 3).
- Inna Afinogenova (2024). Lo que el mundo calla del CEO de Telegram. Programa La Base. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=dxA6-4XyOu4 (Consulta: 2024, agosto 5).
- 6). Gaceta Oficial de la República Bolivariana de Venezuela (2017). Ley Constitucional contra el Odio, por la Convivencia Pacífica y la Tolerancia.Disponible en: https://www.ghm.com.ve/wp-content/uploads/2017/11/41276.pdf (Consulta: 2024, agosto 6).
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