Ciencia y soberanía: la biotecnología cubana al servicio del pueblo. I Parte

Soberanía. En medio de las difíciles condiciones por las cuales atraviesa el país, agravadas por el recrudecido bloqueo económico de los Estados Unidos y la crisis económica mundial, las instituciones de la ciencia cubana persisten en su encargo de trabajar para la salud del pueblo y buscan vías creativas para garantizar los insumos indispensables para producir, crecer y desarrollarse.
Desde los primeros años de la Revolución cubana, el comandante en Jefe, Fidel Castro, vislumbró que el futuro de desarrollo soberano de la isla pasaba por ser una nación de mujeres y hombres de ciencia.
Durante décadas, la inversión pública sostenida en la formación y creación de las capacidades científicas y tecnológicas posibilitó el surgimiento y consolidación, entre otros sectores, de un inmenso polo biotecnológico, con capacidad de producir medicamentos y vacunas únicos de su tipo en el mundo.
Un polo tecnológico que fue clave, también, para producir tres vacunas propias en contra de la covid-19 y salvar incontables vidas dentro y fuera de Cuba.
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En medio de las difíciles condiciones por las cuales atraviesa el país, agravadas sobre todo por el recrudecido bloqueo económico de los Estados Unidos y la crisis económica mundial, las instituciones de la ciencia cubana persisten en su encargo de trabajar para la salud del pueblo y buscar vías creativas para garantizar los insumos indispensables, producir, crecer y desarrollarse.
Sobre las vacunas cubanas contra la COVID-19, el modelo cubano de economía de la ciencia y los retos y oportunidades que enfrenta el sector biotecnológico cubano en la actualidad, conversamos con la Dra. Belinda Sánchez Ramírez, directora de la Dirección de Inmunología e Inmunoterapia del Centro de Inmunología Molecular (CIM) y parte del equipo de investigadores del proyecto de vacunas Soberana.
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—José Ernesto Nováez Guerrero: Vamos a comenzar hablando de tu experiencia en el Centro de Inmunología Molecular (CIM) y los proyectos en los que estás trabajando ahora.
—Belinda Sánchez Ramírez: Desde que me gradué en la Universidad laboro en el Centro de Inmunología Molecular y ya tengo 32 años cumplidos ahí. Es una institución dedicada fundamentalmente al diseño de terapias para el tratamiento del cáncer, pero también nos hemos extendido a buscar terapias para la cura de otras enfermedades crónicas no transmisibles, algunas autoinmunes y crónicas como la ateroesclerosis y el Alzheimer.
En estos momentos soy la directora de la Dirección de Inmunología e Inmunoterapia, encargada de las investigaciones básicas/aplicadas en el CIM. Es decir, somos el grupo que diseña y genera, a partir de estudiar la literatura científica mundial, las nuevas moléculas, siempre relacionadas con el crecimiento de los tumores, o con el apagamiento del sistema inmune, buscando lograr el ataque de las nuevas drogas a los tumores.
De manera que nosotros hacemos terapias dirigidas a esas moléculas. Pueden ser anticuerpos monoclonales, vacunas de distintos formatos y plataformas y además de eso, moléculas inmunoreguladoras para el tratamiento de esas dolencias.
Eso es lo que hacemos, y vamos desde la generación de los nuevos productos, las nuevas moléculas, hasta las pruebas clínicas fase uno, es decir, las primeras pruebas en humanos que demuestren que el producto puede o no ser potencialmente bueno y no tóxico. Los pasos siguientes los hacen los colegas de la dirección clínica que continúan con los ensayos Fase 2, 3 y 4.
—Fuiste parte de uno de los múltiples equipos que durante la pandemia se puso en función de buscar un candidato vacunal o varios para hacerle frente a la COVID-19. Específicamente fue en el caso de las tres vacunas SOBERANA.
Quisiera entonces que hablaras de cómo fue la experiencia de producir una vacuna en Cuba, en tiempo récord ¿Qué criterios siguieron?
—De lo primero que hay que hablar es del comandante en Jefe, Fidel Castro, como en tantos otros ejemplos, una vez más podemos decir que Fidel salvó al país. Todo fue posible gracias a que teníamos una biotecnología madura en el momento en que la pandemia llegó.
Ninguna nación que no tuviera en el momento de la pandemia plataformas tecnológicas probadas, podía plantearse a hacer una vacuna. Cuba estaba en ese caso, porque 60 años antes la ciencia se había desarrollado junto con la salud pública y, además, 30 años antes había nacido también la industria biotecnológica.
Cuando llega la pandemia a Cuba, lo primero, antes de hablar de las vacunas, es justo decir que en el mundo entero la información científica sobre el nuevo virus corrió a una velocidad extraordinaria, abierta para todos y gratis. Eso posibilitó que pudiéramos ir entendiendo, poco a poco, a qué nos estábamos enfrentando. Pero no dejaba de ser un virus nuevo, mortífero y la posibilidad de reaccionar de cada cual fue a partir de los productos que en sus países existían.
Los que no tenían drogas disponibles para el tratamiento de los pacientes, tenían que adquirirlas si podían. Pero en el caso de Cuba recurrimos a los productos que ya teníamos, que habían sido desarrollados para otras enfermedades, y cuyo mecanismo de acción permitía probarlos contra la COVID-19.
Por ejemplo, a los pacientes graves y moderados hospitalizados se les empezó a tratar con productos cubanos que habían sido desarrollados para un padecimieinto como la artritis reumatoide. Teníamos un producto en el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) que se desarrolló para la autoinmunidad, el JUSVINZA, que ya estaba en estudios Fase II en pacientes con artritis. Al ser un antiinflamatorio, y ya sabiendo por estudios internacionales que la enfermedad provocaba la muerte a partir de la inflamación exacerbada y tormenta de citoquinas, fue muy útil en el tratamiento.
El CIM contaba con un producto desarrollado y en prueba para enfermedades autoinmunes, el ITOLIZUMAB, un anticuerpo monoclonal que se había evaluado y probado para pacientes con diferentes padecimientos autoinmunes y que fue muy útil. Se salvaron muchas personas con estos.
Se usó el NIMOTUZUMAB, otro fruto del CIM. Es un anticuerpo monoclonal registrado para cinco tipos de tumores, pero al ser antiinflamatorio (el cáncer es una enfermedad inflamatoria crónica), fue muy útil. De manera que, antes de llegar las vacunas, muchos enfermos hospitalizados fueron salvados con productos de la biotecnología cubana.
Plantearnos hacer una vacuna fue algo inmediato. Es decir, llegó la pandemia a Cuba y BioCubaFarma, que es la gran organización empresarial que reúne a las entidades farmacéuticas y biotecnológicas de la isla, hizo un llamado a las instituciones a ver qué se podía hacer en tiempo récord.
El personal científico, además de dar el paso al frente para abrir laboratorios en nuestros centros y hacer pesquisas por PCR, empezó a encauzarse en el diseño de proyectos para desarrollar, al menos, una vacuna para nuestro pueblo contra la COVID-19.
Los centros llamados fundamentalmente en ese momento fueron el CIM, que aunque no trabaja infecciones, sí lo hace desde hace 30 años en el campo de las vacunas contra el cáncer, y cuenta con una vacuna registrada para el tratamiento del cáncer de pulmón.
También el Instituto Finlay, institución que es, por excelencia, quien genera vacunas pediátricas y tiene más de 30 años produciéndolas como la antimeningocócica. El Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB), especializado en el desarrollo de vacunas para la hepatitis B y otras que hacen para cáncer.
De manera que había experiencia para enfrentar la situación, y la idea entonces fue unirse para hacerlo mejor y más rápido. Todas las semanas, cada institución presentaba un proyecto, discutíamos los resultados y hacían alianzas según los intereses de cada proyecto, porque hubo varios.
El 17 de mayo, un grupo de nosotros tuvimos una reunión con el presidente Miguel Díaz-Canel. El hace un llamado, porque en realidad Cuba había sido muy efectiva en la pesquisa, en los centros aislamientos, en el tratamiento de los pacientes, pero teníamos una preocupación enorme porque estaban muriendo personas.
Ya sabíamos que las transnacionales estaban delante con el tema de las vacunas, y que, si Cuba quería vacunar a su gente, la opción era ser soberanos y tener nuestra propia vacuna. De lo contrario quedabamos en la cola, como le pasó a numerosos países, donde muchos no pudieron ni vacunarse.
Ese día el mandatario hizo un llamado a ser lo más efectivos posibles, para tener vacunas para Cuba lo más pronto que se pudiera. Fue un llamado a defender la soberanía nacional, a partir de lo nuestro. Y en ese instante hubo una recapitulación de la manera en que se realizaban los proyectos para hacer lo que consideráramos más rápido, sin perder calidad, efectividad.
—Quería solo apuntar que recuerdo que el Presidente, en una intervención pública en el Palacio de Convenciones, dijo que, mientras otros países ricos le habían podido destinar miles de millones de dólares a vacunas, Cuba solo pudo dar a las cinco vacunas 50 millones de dólares.
—Y no era posible dar más. Nosotros, para poder desarrollar las vacunas, tuvimos que parar todas las investigaciones en otros campos, aunque yo creo que eso pasó en casi todo el mundo. Tuvimos que detener otros proyectos dedicados al diseño de otras terapias para el cáncer, echar mano de todo lo que había en los almacenes y refrigeradores, y ponerlo para el proyecto Vacuna COVID-19. Así funcionan las emergencias. Con lo que teníamos fue con lo que pudimos actuar.
Y esto es uno de los ejemplos de los efectos del Bloqueo, pues para nosotros los ciclos de compra son inmensos, es decir, mientras en un laboratorio en otra parte del mundo, porque hemos estado en laboratorios en otros países, cuando pides comprar un reactivo lo puedes tener en 24 horas a veces máximo a la semana, en Cuba adquirir un reactivo para una investigación puede demorar un año.
Es decir, es muy difícil, porque muchas veces esos reactivos se hacen en Estados Unidos o en países que reciben sanciones de EE. UU. si lo venden a Cuba. Por tanto, tenemos que recurrir a terceros que, además, te ponen el precio tres veces más caro y ante una situación de emergencia como la pandemia, no puedes contar con lo que vas a comprar. Hay que contar con lo que tenemos. Hubo que ser muy efectivo en ese tema.
Todo se puso en función de esa producción de vacunas. Generamos nuestros antígenos vacunales y todas las moléculas que necesitábamos para la caracterización analítica, su liberación por control de calidad y para montar las técnicas necesarias para evaluar la calidad de la respuesta inmune ante la vacunación, en modelos animales y en pacientes con lo que teníamos. Fue un trabajo intenso, enorme, de muchas horas de consagración, pero con la convicción de que sabíamos hacerlo y podíamos hacerlo.
Además la unión entre las instituciones fue esencial para lograrlo. Porque lo que no tenía una lo tenía la otra, lo mismo en equipamiento que en experiencias, conocimientos.
—¿Qué criterios primaron a la hora de determinar qué candidatos vacunales iban a pasar de fase y cuáles no?
—Puedo explicar bien lo que estábamos haciendo en el CIM, que no se propuso hacer una vacuna propia. Sabíamos hacer vacunas, pero sabíamos que nosotros no éramos los expertos en hacer vacunas infecciosas y para niños. Lo mejor que podíamos hacer era contribuir con la tecnología, con el conocimiento en vacunología, inmunología, analítica, calidad. Podíamos, además, contribuir con las preciadas manos de nuestros investigadores.
Pero nos unimos al Finlay, instituto con una gran experiencia en haber hecho vacunas para niños, en ensayos clínicos masivamente en infantes. Había un saber hacer. Unirse era la clave. Y ahí buscamos una manera de hacer más eficaz el proceso porque buscas a la gente más experimentada de cada institución y no hay quien frene un proceso así.
En el instante en que se nos hizo ese llamado por la máxima dirección del país, hubo un análisis de todos los proyectos que se habían presentado para desarrollar vacunas. Una de las cosas que determinó con cuál proyecto nos quedábamos fue que fueran los más simples pero potencialmente eficaces y rápidos de hacer.
Nunca la opción fue quedarse con uno solo, porque sabemos que la investigación es como un embudo, es la parte grande del embudo en la que tienes que hacer muchas variantes y diseños, de las cuales solo algunas funcionan en modelos animales, y de esas pocas funcionan después en el humano.
Con Vicente Vérez, director del Instituto Finlay, que ha sido de hecho el líder del proyecto de las Vacunas Soberanas y que fue el que nos reunió en el equipo de trabajo, nos veíamos prácticamente todos los días, varias veces al día, para tomar decisiones en cada momento.
En ese instante, cuando se le fue a poner nombre a las que iban saliendo, él propuso ponerles front runner 1, front runner 2, en la medida que se iban probando en la preclínica y lograban resultados para saltar a la clínica. En el caso de las vacunas Soberanas salieron Soberana 01, Soberana 02 y Soberana Plus. Incluso sobre el camino ya de los ensayos clínicos aprendimos varias cosas.
El primer ensayo clínico en Cuba con candidatos vacunales anti COVID-19 se hizo con Soberana 01, que no llegó a ser vacuna a pesar de haber sido el primero en evaluarse en nuestros voluntarios. Y debo acotar responsablemente que en mi criterio era inmunológicamente el más potente. Pero hicimos el ensayo con dosis de antígeno vacunal un poco bajas.
Nosotros estábamos caminando sobre la experiencia que el mundo iba teniendo. Nos enfrentábamos a lo desconocido sin margen para optimizar. Imagina que en mayo de 2020 decidimos cuáles serían los proyectos de vacuna y en agosto ya estábamos haciendo la mesa redonda para anunciarle al pueblo que íbamos a comenzar el primer ensayo clínico Fase I. Una cosa que normalmente se logra en diez años estábamos lográndola en pocos meses. Un reto cuando comenzamos el ensayo clínico fue definir qué dosis poner en el humano, y la utilizada en el primer ensayo clínico Fase I fue muy baja.
El antígeno de las vacunas soberanas se produjo en el CIM. Tuvimos una experiencia maravillosa de alianza con el Instituto Finlay. El CIM, justo por la práctica en hacer anticuerpos monoclonales en vacunas para el cáncer, tiene montada una tecnología única en Cuba, que es la fermentación de células de mamíferos a gran escala, la cual sirvió para producir el antígeno RBD de las Soberanas. Y el Finlay es experto en hacer vacunas conjugadas y en producción de adyuvantes, otro componente de las vacunas.
La experiencia del primer ensayo clínico con Soberana 01 fue un golpe para nuestro equipo. De manera que asumimos con toda la franqueza del mundo que el ensayo clínico no dio los resultados que necesitamos. Aunque las vacunas generaron anticuerpos en los voluntarios del ensayo, sabíamos que no eran los niveles de respuesta necesarios para proteger a la población.
Confiábamos en nuestra vacuna, pero teníamos que ajustar dosis y esquema. Esa experiencia fue útil para las que más adelante fueron a la Clínica: Soberana 02, Soberana Plus y Abdala.
El CIGB tenía dos proyectos de vacunas, la vacuna Mambisa y la vacuna Abdala. El Finlay y el CIM avanzaron con tres proyectos. Repetimos que era importante que hubiese cinco porque no sabíamos si iban a triunfar los cinco, y era muy arriesgado quedarse con uno o dos candidatos. Y bueno, afortunadamente, como vivimos, tres candidatos se convirtieron en vacunas. El tiempo y la vida ya no nos permitió ni siquiera evaluar a los otros dos candidatos, pero creo que fue un récord importante.
—Vacunas que salvaron millones de vidas no solo en Cuba sino en el mundo, porque después se comercializaron a varios países. Para mí hay una cosa muy interesante en esta fase de ensayo clínico y es que, por lo menos en el caso de una de las Soberana, se hicieron ensayos clínicos de conjunto con el Instituto Pasteur de Irán.
¿Esa fue la única experiencia? ¿Hubo otras? ¿Qué resultados aportaron estos en Irán?
—De ese tipo fue la única experiencia. El Instituto Pasteur de Irán ya había tenido prácticas previas de investigación conjunta con el Instituto Finlay, y entonces ellos enseguida quisieron hacer sus ensayos clínicos con la vacuna cubana. Allí, adquirió otro nombre y se hizo un ensayo clínico Fase III con resultados muy similares al realizado en Cuba en términos de eficacia, lo cual, además, le dio mucha fuerza a los resultados nuestros, al ser obtenidos en otro país, en otro tipo de población, expuesta a diferentes variantes mutadas del SARS-Cov2, con otros antecedentes de salud y además llevado a cabo por médicos y enfermeros que no eran los cubanos.
Yo creo que eso validó mucho la investigación, junto a los más de 20 artículos científicos en revistas de alto impacto que se publicaron con los resultados de las Soberanas. También Cuba tuvo la experiencia de exportar vacunas a otras naciones y donar a otras.
No había dicho algo que creo fue el resultado más feliz e importante de esa etapa, y es que Cuba no solo pudo vacunar a toda su población en tiempo récord, sino que fuimos el primer país y uno de los pocos en vacunar a todos nuestros niños y que solo después de la vacunación los niños empezaron el curso escolar.
De hecho, somos del criterio de que el impacto que tuvo la llegada de la variante de Omicron en Cuba, tan diferente al impacto en otros países, pudo deberse, en lo fundamental, a haber vacunado a nuestros niños, un eslabón sensible en la transmisión de los virus, porque están con sus abuelitos en casa, los más difíciles de controlar. Vacunar a nuestros infantes fue algo tremendo. Y eso por la experiencia que tenía el Instituto Finlay de hacer vacunas para niños, conjugadas con un impacto inmunológico muy fuerte.
Y decir que nuestras vacunas no tuvieron nada que envidiarle a los resultados de otras en el mundo. Las respuestas demostraron que las cubanas indujeron niveles muy elevados de anticuerpos, además de ser de las más seguras, por su tecnología.
La plataforma tecnológica vacunal cubana está basada en subunidades proteicas, es muy segura a diferencia de la plataforma usada en AstraZeneca y otros, basadas en material genético. Eran plataformas inmunológicamente potentes, pero realmente muy poco probadas en el mundo, sin producto registrado hasta el momento en que llegó la covid-19.
Habían intentos, ensayos clínicos para distintos tratamientos, pero nunca se había registrado un producto y de pronto vacunar a miles y miles y miles de personas con una tecnología así fue muy arriesgado. Yo creo que había que arriesgarse, quizás, pero realmente Cuba tenía por ese lado una tranquilidad enorme y por eso también fuimos con tranquilidad a vacunar a los niños.
(La entrevista continúa en la próxima entrega).
Autor: José Ernesto Novaez Guerrero/ Al Mayadeen
@NovaezJose
Para leer este artículo en su fuente original: Ciencia y soberanía: la biotecnología cubana al servicio del pueblo | Al Mayadeen Español

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