El legado

Resumen

Lenin propició la convergencia de las luchas nacionales y sociales para unificar la acción de los asalariados con los oprimidos. Alentó el derecho a la autodeterminación en Europa Oriental en un escenario de revoluciones y expectativas socialistas. Clarificó, con las sublevaciones de Asia, una estrategia antiimperialista de centralidad de la periferia y protagonismo popular. 

El agravamiento de la opresión nacional fue un rasgo destacado por Lenin en su teoría del imperialismo. Estimó que esa sumisión era un efecto de la disputa que libraban las grandes potencias por el dominio del mercado mundial. Para acaparar el botín de la periferia recortaban la soberanía de los países dependientes o impedían el logro de esa meta.

El líder bolchevique expuso ese diagnóstico en un libro que inspiró numerosos estudios (Lenin, 2006). La dimensión económica y geopolítica de ese escrito fue detalladamente estudiada, pero su análisis de la problemática nacional quedó relegado. Ese ámbito involucraba un terreno decisivo de la estrategia concebida por Lenin para erradicar el capitalismo.

Para el fundador de la URSS la resistencia al despojo imperial de la periferia podía apuntalar la lucha por el socialismo, si convergía con la dinámica revolucionaria del proletariado. Por eso promovía el empalme de los oprimidos de las regiones dependientes con los explotados del centro. Auspiciaba estrategias para que los asalariados —agrupados en su época en organizaciones socialistas— coincidieran en una misma acción, con los sujetos embarcados en defender (o construir) los Estados nacionales de la periferia. 

Para leer entrevista de Claudio Katz sobre los resultados de las elecciones presidenciales en Venezuela: Entrevista a Claudio Katz: “Con o sin actas, Estados Unidos quiere el petróleo de Venezuela” – (hueleaazufre.com)

Entrevista a Claudio Katz: “Con o sin actas, Estados Unidos quiere el petróleo de Venezuela”

Lenin deducía la lógica de ese acople de la propia naturaleza del capitalismo, que no sólo nutre su funcionamiento de la plusvalía extraída los asalariados. La reproducción de ese sistema multiplica diversas formas de opresión (género, raza, edad, cultura, religión), que agravan los padecimientos de las minorías. De esa dominación emergen identidades políticas en recurrente conflicto con el capitalismo, que el dirigente comunista propiciaba encauzar hacia un desemboque socialista.

A principios del siglo XX, el avasallamiento de los derechos nacionales era más gravitante que las sujeciones de género, raza o cultura. Por esa razón, Lenin centró su acción política en ese plano. Describió cómo se retroalimentaba la conciencia nacional y social de los pueblos, cuando los trabajadores forjaban lazos de unidad con los sectores comprometidos en la lucha por la soberanía (Day; Gaido, 2012). Propuso distintas tácticas para apuntalar esos vínculos, a fin de superar las tensiones que obstruyen la coexistencia de distintas lenguas, tradiciones y costumbres. Resaltó que la tarea primordial de los socialistas era contrarrestar la enemistad entre los pueblos que fomentan los imperios (Lenin, Ed. 1920). 

“Remarcó la validez de esa pretensión para los pueblos oprimidos y distinguió ese anhelo del nacionalismo imperante en las potencias dominantes. Con esa mirada resaltó el significado contrapuesto del concepto de ‘Patria’ en las dos situaciones”

Autodeterminación en Europa del Este 

Lenin dedujo inicialmente su tesis de convergencia de la lucha nacional y social de lo ocurrido en Europa Oriental. La desintegración de tres grandes imperios (austro-húngaro, ruso y otomano) inducía a muchos pueblos de esa región a exigir el reconocimiento de sus mancillados derechos nacionales. Anhelaban forjar sus propios Estados y esperaban lograr la aceptación internacional de esos organismos. 

Lenin propuso convalidar esa demanda y avaló el derecho de secesión de todas las naciones que reclamaban esa independencia. Identificó esa petición con un legítimo deseo de autodeterminación de los conglomerados nacionales. Remarcó la validez de esa pretensión para los pueblos oprimidos y distinguió ese anhelo del nacionalismo imperante en las potencias dominantes. Con esa mirada resaltó el significado contrapuesto del concepto de “Patria” en las dos situaciones. Contrastó la connotación emancipatoria del primer caso con el propósito opresor del segundo. Situó la dinámica progresista de la resistencia antiimperialista, en las antípodas del curso reaccionario de sus contrincantes.  

Pero Lenin adoptó esa postura de apoyo a las naciones oprimidas con muchas prevenciones. Situó ese sostén en una perspectiva socialista, impugnando el apoyo a esas causas con otros propósitos. Advirtió que la lucha por gestar nuevos Estados nacionales —manteniendo o reforzando el escenario capitalista— entrañaba crecientes frustraciones para los desposeídos. Señaló que la conquista de la soberanía sin erradicar al capitalismo, perpetuaba un sistema de explotación adverso para las mayorías populares.

Lenin conceptualizó la autodeterminación como un derecho condicional y no absoluto. Asignó relevancia a esa meta cuando apuntalaba la unidad de la clase obrera con los pueblos oprimidos. Pero resaltó la inconveniencia de esa demanda cuando obstruía esa convergencia. Ese obstáculo era especialmente motorizado por las grandes potencias, para generar enfrentamientos entre pueblos con demandas nacionales exacerbadas o artificiales. 

“Lo que Lenin aceptaba para el ámbito general de las naciones oprimidas, lo objetaba en forma categórica para el propio campo de la clase obrera. En ese terreno no avalaba la segmentación por parentescos idiomáticos o culturales. Polemizó con la intención de una influyente corriente judía de conformar organizaciones autónomas, dentro de la propia estructura socialista”

En esos casos, en lugar de facilitar la convergencia de luchas contra el enemigo imperialista, el reclamo en juego reforzaba el poder imperial y la fractura del campo popular. Por estas razones, Lenin señaló que la defensa genérica del principio de autodeterminación, no equivalía a su aprobación indistinta. Cada circunstancia exigía una evaluación política concreta.

El líder bolchevique remarcó que la aceptación del derecho a la separación nacional no implicaba apoyar cualquier cisma. Recordó que la concreción del ideal socialista no transitaba por la multiplicación de Estados nacionales, sino por un proceso opuesto de convergencias federativas. Destacó que la fuerza del reclamo estribaba en su incentivo a la lucha y no en la meta de incrementar el número de Estados existentes. Por eso observó que en pocos casos los socialistas debían apoyar la separación. 

Ese rechazo a las escisiones era más contundente en la propia esfera de la clase trabajadora. Lo que Lenin aceptaba para el ámbito general de las naciones oprimidas, lo objetaba en forma categórica para el propio campo de la clase obrera. En ese terreno no avalaba la segmentación por parentescos idiomáticos o culturales. Polemizó con la intención de una influyente corriente judía de conformar organizaciones autónomas, dentro de la propia estructura socialista (Bund). Lenin señaló, que en ese campo correspondía apuntalar los principios cohesionadores del internacionalismo proletario.

Toda la política del dirigente comunista se sostenía en dos pilares: un diagnóstico de proximidad de la revolución y una expectativa de construcción acelerada del socialismo. El primer cimiento lo inducía a debatir en forma enfática con todos sus compañeros, que observaban con desconfianza (o rechazo) a los movimientos nacionales. Destacaba que, en el torbellino revolucionario esas organizaciones operaban como aliados, en una batalla común contra las grandes potencias. Por el segundo basamento, objetaba cualquier introducción de modalidades separatistas dentro de la clase trabajadora. Entendía que afectaban el proyecto de una sociedad igualitaria centrada en la superación de las disparidades nacionales.

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, Lenin redobló su apuesta revolucionaria, avizorando la perspectiva inmediata del socialismo. Por eso reforzó su sostén de las demandas nacionales, con pocas prevenciones frente a la eventual utilización imperialista de esas exigencias. Conectó el derecho a la autodeterminación nacional con el derrotismo revolucionario y alentó en Europa, una batalla unificada contra la guerra de los pueblos contra todas las potencias. En esa confrontación apostó a un devenir anticapitalista, acelerado por la convergencia de las luchas nacionales y sociales.

El giro a Oriente

El continente asiático fue el segundo campo de aplicación de la estrategia leninista. Esa localización fue coherente con la potencialidad revolucionaria, que el líder bolchevique siempre asignó a esa región. En 1908 ponderó la intensa lucha en Turquía, India e Irán (Persia) y en 1912 resaltó la revuelta democrática de China (Rodríguez, 1970). En 1913 evaluó que la revolución avanzaba en Asia a un ritmo más acelerado que en Europa y cuando estalló la guerra, destacó el efecto estimulante de la conflagración sobre las sublevaciones en Oriente. Desde ese momento sustituyó su tradicional atención de la problemática nacional al interior del imperio ruso, otomano o austrohúngaro por la dinámica de esa temática en Asia.

Lenin registró el alejamiento de la perspectiva revolucionaria en Europa y el traslado de ese horizonte al continente asiático. Su creciente valoración de las revueltas en las colonias sucedió a esa constatación.

Este cambio se verificó en los cuatro Congresos de la III Internacional que sucedieron a la victoria bolchevique. En el primer evento (1919) se mantuvo la vieja sugerencia de un proceso de liberación de las colonias en Oriente, como simple consecuencia del éxito socialista en Europa. Luego de la victoria en Rusia se apostaba a una sucesión de triunfos en Occidente encabezados por el proletariado alemán. Pero en el Segundo Congreso (1920), la batalla contra el capitalismo fue significativamente extendida al continente asiático. Allí emergió la tesis de un proceso combinado de iniciativas de la clase obrera en el Viejo Continente, con arremetidas de los pueblos de Oriente.

El diagnóstico de un próximo fin del capitalismo se mantuvo invariable, pero esa erradicación comenzó a vislumbrarse como un resultado mixturado de batallas anticapitalistas en el Este y luchas antiimperialistas en el Oeste. En los dos Congresos posteriores, Lenin registró el alejamiento de la perspectiva revolucionaria en Europa y el traslado de ese horizonte al continente asiático. Su creciente valoración de las revueltas en las colonias sucedió a esa constatación.

Pero no sólo registró la mudanza de la cuestión nacional a Oriente. También formuló una concepción más elaborada del antiimperialismo contemporáneo (Munck, 2010), evaluando distintas modalidades de convergencia del nacionalismo con el socialismo. Tendió a reemplazar la noción de autodeterminación nacional utilizada en Europa Oriental por el concepto más contemporáneo de liberación nacional (Ortega, 2017). Elaboró, además, nuevas ideas en los debates de la Internacional, mediante fructíferos intercambios con el dirigente comunista M.N. Roy de la India.

Una reflexión inicial giró en torno a la intensidad y el alcance de los movimientos revolucionarios en Oriente. Lenin respondió con cautela al diagnóstico de Roy, que asignaba a esa irrupción una proyección sustitutiva del protagonismo europeo, en la batalla por el socialismo.

Para el líder bolchevique, la nueva relevancia del antiimperialismo asiático completaba la continuada centralidad del proletariado europeo. Pero coincidía con su interlocutor, en destacar que la potencialidad revolucionaria de Oriente había sido minusvalorada por la socialdemocracia. La vieja idea que Europa exportaría hacia la periferia el éxito del socialismo quedó desechada.

El sujeto social de la revolución fue el segundo tema de evaluación conjunta. Roy destacó la gravitación de los sectores medios y el significativo protagonismo de los campesinos, desafiando el fuerte precepto de invariable liderazgo proletario. Lenin prefirió insistir en la retroalimentación conjunta de ambos sectores, señalando que una variedad de sectores oprimidos tendía a ocupar un lugar preeminente, en las regiones con reducido desarrollo de la clase obrera. 

Esa atención fue a su vez coherente, con los primeros señalamientos del rol de otros segmentos oprimidos en los países centrales. La sujeción racial padecida por los afroamericanos en Estados Unidos fue especialmente considerada, en los debates que buscaban clarificar las dinámicas revolucionarias que complementaban la acción de la clase obrera (Anderson K, 2010).

“El nacionalismo conservador promovido por los grupos capitalistas locales fue contrastado con su equivalente radicalizado de los sectores oprimidos. La tónica conciliatoria de los segmentos acomodados fue contrapuesta con el ímpetu combativo de las organizaciones populares”

Tipos de nacionalismos 

Bajo la directa inspiración de Lenin, los primeros Congresos de la III Internacional establecieron una estratégica diferenciación entre distintos tipos de nacionalismos (VVAA, 1973). Destacaron, ante todo, el abismo que separa a los embanderados con esa causa en las potencias centrales y en los países periféricos. Contrastaron el nacionalismo de opresión prevaleciente en el primer grupo con el nacionalismo de resistencia predominante en el segundo. Ese contrapunto quedó ratificado como punto de partida para cualquier evaluación del antiimperialismo. Esa caracterización clarificó la total oposición del sentido que asume el patriotismo en ambos tipos de países.

Pero el principal avance en esas deliberaciones no giró en torno a ese presupuesto, sino a la distinción observada dentro de los movimientos de los países dominados. El nacionalismo conservador promovido por los grupos capitalistas locales fue contrastado con su equivalente radicalizado de los sectores oprimidos. La tónica conciliatoria de los segmentos acomodados fue contrapuesta con el ímpetu combativo de las organizaciones populares. 

Para precisar esa diferenciación se generalizó el uso de dos términos —nacionalismo democrático-burgués y nacionalismo revolucionario— que ilustraban el comportamiento disímil de esas dos vertientes. Los dos ejemplos más representativos de ambas modalidades en esa época, eran la revolución por arriba que lideró Kemal Atatürk en Turquía y la revolución por abajo que motorizaron Zapata y Villa, en México. 

También esos conceptos emergieron de la interlocución de Lenin con Roy, con diferencias de matices en el significado de ambas nociones. Mientras que el dirigente de la India omitía la colaboración de los comunistas con las corrientes nacionalistas, el líder bolchevique sugería explorar alianzas para la batalla contra el opresor imperial. El debate derivó en una síntesis plasmada en la convocatoria a forjar el frente único antiimperialista, en todos los países sometidos a la sujeción imperial.

Los textos aprobados en esos encuentros apuntaron a incentivar convergencias con el nacionalismo revolucionario y a promover cautelosos acuerdos con su par democrático burgués. Destacaron que la distinción entre ambas vertientes nunca estaba predefinida y debía clarificarse en la propia lucha. Los auspiciantes del antiimperialismo socialista propusieron distintas guías de acción, para concretar esa política frente a sus potenciales aliados, socios o rivales del nacionalismo.

Lenin y Roy convergieron en postular el apoyo a los movimientos de liberación nacional que exhibieran un perfil efectivamente revolucionario. También resaltaron que ese sostén no implicaba la fusión o disolución de los comunistas, que debían consolidar su propio perfil. 

“Esas conclusiones signaron posteriormente el rumbo seguido por la izquierda en Asia, África y América Latina durante todo el siglo XX. Su aplicación derivó en grandes éxitos y tormentosas tragedias”

El respeto de esa autonomía fue visto como el gran test del movimiento nacionalista. La aceptación de esa condición quedó asociada con la impronta revolucionaria de esa formación y su rechazo con la inclinación democrático-burguesa. Con una estrategia centrada en esa distinción se esperaba concretar la conversión de las débiles corrientes comunistas en fuerzas protagónicas, al cabo de ese proceso de confluencia autónoma con los aliados. Con esa estrategia la III Internacional apostaba a construir en Oriente formaciones marxistas del mismo porte alcanzado en Occidente.   

La prioridad asignada al antiimperialismo en la lucha por el socialismo, la política de frentes con los movimientos nacionales y la distinción entre vertientes conciliatorias y radicales de esos agrupamientos fueron las tres principales innovaciones estratégicas que maduró Lenin. 

Esas conclusiones signaron posteriormente el rumbo seguido por la izquierda en Asia, África y América Latina durante todo el siglo XX. Su aplicación derivó en grandes éxitos y tormentosas tragedias. Lenin fue profético en la percepción de la nueva centralidad de la periferia y ofreció una brújula para los seguidores de su pensamiento.

Variedad de confluencias

El universo musulmán fue otro ámbito de experimentación de la estrategia de confluencia con el nacionalismo. La III Internacional ensayó esa aproximación desde su Primer Congreso, al organizar en 1920 el emblemático cónclave en Baku con representantes de los pueblos asiático-musulmanes, que conformaban la sexta parte de la población de la URSS. Lenin había registrado en el curso de la guerra civil la importancia de respetar esas creencias y valores. El ejército rojo logró sumarlos a sus contingentes cuando supo sintonizar con esa sensibilidad (Ridell, 2018a).

En el evento de Bakú fueron anticipados varios lineamientos del frente antiimperialista. Allí se debatió la forma de construir alianzas con las formaciones nacionalistas, para expulsar al imperialismo británico de sus posesiones de Asia. 

Esa lucha exigía establecer nexos entre los Partidos Comunistas y los movimientos de naciones integradas a las URSS o emparentados con sus vecinos de Irán-Persia, Afganistán, Siria, Turquía, Egipto, Cáucaso y Azerbaiyán. Lenin resaltó esos vínculos y buscó conectar los principios emancipadores del marxismo, con los derechos religioso-culturales del inmenso conglomerado islámico.

En las resoluciones de Bakú, los términos de la batalla contra el imperialismo británico fueron expuestos en un lenguaje afín a las tradiciones de ese universo (Ridell, 2020). De la misma manera que Lenin resignificó en forma positiva el concepto de Patria para las naciones oprimidas, el enviado del Comintern a ese encuentro convalidó el uso de las palabras “guerra santa” para confrontar con el colonialismo inglés. En esa exploración emergió un laboratorio de los procesos de descolonización de la segunda mitad del siglo XX.

“Lenin no dudó en aceptar la vigencia de los criterios de autodeterminación, en el debut de la nueva federación soviética. Convalidó que Finlandia pudiera implementar la concreción de su objetivo independentista, a pesar de los duros efectos de esa separación para la seguridad fronteriza de la nueva articulación socialista”

Geopolítica socialista 

El triunfo de la revolución socialista en Rusia permitió transformar la cautelosa aprobación del derecho a la autodeterminación nacional, en una impetuosa estrategia ofensiva de frente único antiimperialista. La expectativa en una acelerada secuencia de victorias contra el capitalismo y la esperanza en un rápido proceso de construcción socialista fueron determinantes de ese giro. La centralidad del primer rumbo en Europa del Este estuvo mediada por la Primera Guerra Mundial y la gravitación del segundo en Oriente, quedó determinada por el despertar anticolonialista en Asia. 

Pero el triunfo bolchevique introdujo también grandes modificaciones en la aplicación del principio de soberanía nacional al interior de la naciente URSS. Lenin no dudó en aceptar la vigencia de los criterios de autodeterminación, en el debut de la nueva federación soviética. Convalidó que Finlandia pudiera implementar la concreción de su objetivo independentista, a pesar de los duros efectos de esa separación para la seguridad fronteriza de la nueva articulación socialista.

El dirigente comunista avaló esa costosa soberanía finlandesa con la mira puesta en un acelerado contagio europeo del ímpetu revolucionario. Esperaba afianzar el prestigio internacional del bolchevismo, con esa concesión a la voluntad nacional de Finlandia. Estaba convencido que el grueso de los movimientos de autodeterminación nacional, adoptarían un perfil favorable al socialismo a partir de ese antecedente.  

Con esa misma convicción contemporizó con la recuperación de las identidades culturales, en todas las naciones integradas a la nueva URSS. Ese despertar incluyó el reconocimiento de las lenguas locales y numerosas iniciativas de “acción afirmativa”, para superar la antigua opresión del zarismo gran ruso. 

Las naciones de Asia Central identificadas con el universo musulmán fueron particularmente impactadas por ese torbellino. Pero el reconocimiento pleno de la autodeterminación nacional chocó en esos territorios, con las exigencias de autodefensa de la URSS. Lenin convalidó distintas iniciativas para garantizar el respeto de la religión y de la autonomía cultural de esos pueblos, pero al mismo tiempo concertó acuerdos fronterizos con las potencias lindantes.

El principal tratado fue suscripto en 1920 con Atatürk, que estaba forjando el nuevo Estado nacional de Turquía sobre las cenizas del imperio otomano, en un serio conflicto con el colonialismo británico y francés. El convenio incluyó compromisos militares y diplomáticos para salvaguardar el petróleo del Cáucaso y la navegación en el Mar Negro. Ese acuerdo no atenuó el virulento autoritarismo represivo del kemalismo y el consiguiente asesinato de militantes comunistas (Claudín, 1978: 118-133). El convenio fue decisivo para salvaguardar la victoria de la URSS, pero implicó un daño a la militancia revolucionaria en Turquía.

La diplomacia soviética también ensayó una tregua con Inglaterra en la región asiática, luego de suscribir un tratado comercial que puso fin a las hostilidades entre ambos países. Ese acuerdo fue firmado, en coincidencia con el contrapuesto impulso al frente antiimperialista que promovía la III Internacional. Tenía serias implicancias para los choques del ejército rojo con el enemigo británico y también sobre dos conflictos claves de la región: la experiencia de una república soviética en el norte de Irán y la resistencia anticolonial en la India (Ridell, 2018b). El convenio fue propuesto cuando Inglaterra intentaba manejar la continuidad de su debilitado imperio, mixturando la represión con ciertas concesiones a la soberanía formal de Irak y Egipto (Machover, 2016).

En sus últimos años, Lenin debió confrontar con la disyuntiva que posteriormente afrontaron otros procesos revolucionarios. Tuvo que ensayar caminos para articular la expansión del internacional del socialismo, con una variedad de compromisos con el enemigo. Esa mixtura supuso el desarrollo de una geopolítica socialista, que combinó la preservación fronteriza con el avance del horizonte anticapitalista a escala global.

Lenin no llegó a esbozar una estrategia para lidiar con ese dilema. Pero luego del acuerdo de Brest-Litovsk con las potencias centrales —para sustraer a Rusia de la Primera Guerra Mundial— dejó establecidas las pautas de una combinación de la batalla antiimperialista con la defensa del debut socialista en su país. 

Esa mixtura implicó ciertos cambios en la efectivización del principio de la autodeterminación nacional. La entusiasta aceptación inicial de ese criterio con Finlandia perdió peso y la expectativa de que las separaciones nacionales dentro de la URSS no tendrían consecuencias fue revisado. El supuesto que las mismas naciones volverían a reencontrarse rápidamente en otras federaciones socialistas fue reconsiderado.

Ese replanteo se acentuó, cuando la dinámica revolucionaria en Europa comenzó a refluir y el derecho de las nacionalidades no rusas a decidir su futuro se transformó en un estandarte contrarrevolucionario. Como el propio Lenin había subrayado, el carácter condicional de esa autodeterminación fue replanteado en el escenario que sucedió al final de la guerra civil. 

En esa coyuntura la soberanía ucraniana no fue aceptada, luego de una conflictiva secuencia de peticiones, donde las fuerzas rojas y blancas levantaron el mismo estandarte de los derechos nacionales. Tampoco la separación de Georgia fue convalidada y en 1921 las tropas de Moscú ingresaron en esa región para garantizar su permanencia en el conglomerado soviético.

“Es un error soslayar el análisis de esa legítima geopolítica socialista que esbozó Lenin, con la simple crítica a las brutalidades de Stalin. Con ese procedimiento se rehúye evaluar los dilemas reales que han afrontado todos los procesos socialistas”

A partir de esas experiencias, el “derecho a la separación” perdió primacía frente al “derecho a la unión”, a veces en forma amigable y en otros casos impuesto con procedimientos compulsivos. Se ha citado con gran frecuencia la oposición de Lenin al resurgimiento del opresivo nacionalismo gran ruso que observó en Stalin. Hay muchas pruebas de ese descontento y de sus advertencias a las purgas que consumó su sucesor, avasallando los derechos nacionales con el uso del terror (Pastor, 2024).

Pero esa denuncia de la pesadilla stalinista, no elimina el conflicto que supone compatibilizar un proyecto internacional de expansión revolucionaria, con la defensa del propio territorio mediante negociaciones con el enemigo. Es un error soslayar el análisis de esa legítima geopolítica socialista que esbozó Lenin, con la simple crítica a las brutalidades de Stalin. Con ese procedimiento se rehúye evaluar los dilemas reales que han afrontado todos los procesos socialistas. 

Esa reconsideración permite un análisis más realista de la aplicación del principio de autodeterminación nacional. Su validez no depende tan sólo de la legitimidad histórica de una demanda, sino también de quién la instrumenta en cada circunstancia. Esa petición se torna negativa, cuando es motorizada por sectores reaccionarios para socavar un proyecto revolucionario (como fue la URSS) o para agredir a los regímenes progresistas de la actualidad.

La propia mirada de Lenin sobre las aspiraciones nacionales atravesó distintos momentos y estuvo sujeta a significativos cambios de escenario. Esas modificaciones incluyeron considerar con más detenimiento el papel que cumple esa demanda en situaciones contrapuestas. Puede apuntalar o socavar la continuidad de un gobierno anticapitalista o antiimperialista. Lo que Lenin insinuó para la URSS tuvo una enorme vigencia en la centuria que sucedió a su fallecimiento.

(Continuará)

Autor: Claudio Katz

Referencias usadas por el autor:

-Amin, Samir. (2001). Capitalismo, imperialismo, mundialización, en Resistencias Mundiales, CLACSO, Buenos Aires.

-Anderson, Kevin B (2010). El redescubrimiento y la persistencia de la dialéctica en la filosofía y la política mundiales, en Lenin reactivado: hacia una política de la verdad, Madrid, Akal.

-Bauer, Otto, (1986). La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia, México, Siglo XXI.

-Claudin, Fernando (1978). La crisis del movimiento comunista Tomo 1: De la Komintern al Kominform. Ibérica de Ediciones y Publicaciones

-Day, Richard; Gaido, Daniel, (2012). Introduction. Discovering Imperialism Social Democracy to World War I, Lieden, Brill Boston 

-Fernández Retamar, Roberto (1970). “Notas sobre Martí, Lenin y la revolución anticolonial”, en Casa de las Américas, núm. 59, marzo-abril. 

-Galissot, René (1987). O imperialismo e a questaro colonial e nacional dos povos oprimidos, Historia do Marxismo, vol 8, Paz e Terra, Rio de Janeiro.

-Hobsbawm, Eric (1991). Naciones y nacionalismo desde 1780. Crítica, Barcelona.

-Katz, Claudio (2024). Lenin en América Latina, hoy, 29-4-2024, www.lahaine.org/katz

-Kohan, Néstor (2011). Nuestro Marx, Misión Conciencia, Caracas.

-Lenin, Vladimir (1974a). Balance de una discusión sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación (julio 1916), Anteo, Buenos Aires.

-Lenin, Vladimir (1974b). El derecho de las naciones a la autodeterminación (julio 1914), Anteo, Buenos Aires.

-Lenin, Vladimir (2006). El imperialismo, fase superior del capitalismo (Ed 1916), Buenos Aires, Quadrata. 

-Lenin, Vladimir (Ed 1920). Tesis sobre las cuestiones nacionales y coloniales para el Segundo Congreso de la Internacional Comunista:

https://www.revolucionrusa.net/index.php/17-articulos/50-tesis-sobre-la-cuestion-nacional-y-colonial-ii-congreso-de-la-internacional-comunista2

-López, Damián (2010). Futuro pasado de la nación en el marxismo clásico de la Segunda Internacional, https://www.aacademica.org/000-027/44.pdf

-Losurdo, Domenico (2010). Lenin y la Herrenvolk democracia. Lenin reactivado: hacia una política de la verdad, Madrid, Akal

-Luxemburg, Rosa (1977). Textos sobre la cuestión nacional. Madrid: Ediciones de la Torre.

-Machover, Moshé (2016). Lenin, sus herederos y la cuestión colonial, 06/02/2016, inpermiso.info/textos/lenin-sus-herederos-y-la-cuestion-colonial-ii

-Munck, Ronaldo (2010). Marxism and nationalism in the era of globalization, Capital and Class February 2010 vol. 34 no. 1.

-Ortega Reyna, Jaime (2017). Órbitas de un pensamiento: Lenin y el marxismo en América Latina Latinoamérica. Revista de estudios Latinoamericanos México jul./dic, https://doi.org/10.22201/cialc.24486914e.2017.65.56880 

-Ortega, Jaime (2024). El Lenin del marxismo latinoamericano 

https://jacobinlat.com/2024/02/04/el-lenin-del-marxismo-latinoamericano/

-Pastor, Jaime (2024). La evolución del pensamiento de Lenin sobre la cuestión nacional: autodeterminación, secesión y federalismo 

https://vientosur.info/la-evolucion-del-pensamiento-de-lenin-sobre-la-cuestion-nacional-autodeterminacion-secesion-y-federalismo/

-Ridell, John (2018a) Toward a global strategic framework: The Comintern and Asia 1919-25 (Part 1) January 4, 2018, 

https://johnriddell.com/2018/01/04/toward-a-global-strategic-framework-the-comintern-and-asia-1919-25/

-Ridell John (2018b) Should Communists ally with revolutionary nationalism?January 7, 2018, 

https://johnriddell.com/2018/01/07/should-communists-ally-with-revolutionary-nationalism/

-Ridell, John (2020). The Baku Congress of 1920 Sounded the Call for the End of Empire. September 30, 2020 

https://johnriddell.com/2020/09/30/the-baku-congress-of-1920-sounded-the-call-for-the-end-of-empire/

-Rodríguez, Carlos Rafael (1970). Lenin y la cuestión colonial, Casa de las Américas, núm. 59, marzo-abril. 

-Soler Ricaurte, (1980). Idea y cuestión nacional latinoamericanas. De la independencia a la emergencia del imperialismo, Siglo XXI, México.

-VVAA, (1973). Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, primera y segunda parte: 

https://www.marxists.org/espanol/tematica/cuadernos-pyp/Cuadernos-PyP-43.pdf https://www.marxists.org/espanol/tematica/cuadernos-pyp/Cuadernos-PyP-47.pdf

Spread the love

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *