Conceptos para explicar la transición hegemónica (I)

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La mutación histórica en curso es frecuentemente asociada con la transición hegemónica y el despunte del Sur en desmedro del Norte global. La crisis del capitalismo neoliberal efectivamente potencia el declive económico de Estados Unidos y el ascenso de China. Pero la comprensión de ese viraje exige el uso de otros conceptos de raíz marxista. 

La llegada de Trump a una segunda presidencia de Estados Unidos confirma el drástico cambio en el escenario mundial. El avance de la derecha, la intensificación de las guerras de Ucrania y Medio Oriente y la proximidad de dramáticos conflictos comerciales entre las principales potencias acentúan las convulsiones de los últimos años.

Para evaluar esta traumática coyuntura en función de las grandes mutaciones subyacentes, algunos analistas del espectro progresista utilizan dos términos muy en boga: la transición hegemónica y la reconfiguración del Norte y el Sur Global. Ambas nociones han ganado centralidad para retratar la época actual.

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El legado antiimperialista de Lenin (I)

La transición hegemónica tiene cierto parentesco con la tesis del auge y caída de los imperios, que concibe la historia contemporánea como una secuencia de liderazgos seculares y sustitutos desde el siglo XVI. Recuerda que las ciudades italianas fueron seguidas por Holanda, que posteriormente irrumpió Gran Bretaña y más tarde se impuso Estados Unidos. Contraponen ese listado de potencias victoriosas con el agrio destino sus decaídos rivales (Portugal, España, Alemania, Japón).  

La actualización de esta mirada recurre al concepto de sucesiones hegemónicas, para indagar el cambio en curso. Postula que China obtendrá la conducción del sistema mundial haciendo valer su primacía económica, su incidencia territorial, su gravitación militar o su astucia geopolítica. 

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El legado antiimperialista de Lenin (II)

Pero la novedad de este reemplazo podría también radicar en cierta distribución del poder global. Una gestión multipolar concertada sustituiría al excluyente predominio unipolar del pasado. La transición hegemónica involucraría en ese caso, una reversión del mando que ejerce el Norte global sobre sus pares del Sur. El nuevo protagonismo de Oriente incluiría consensuadas modalidades de globalización inclusiva.

Ese histórico despegue del Sur en desmedro del Norte es interpretado en un sentido económico o político y no geográfico. Contrapone grados de desarrollo y no localizaciones en el mapa planetario y por esa razón Australia es situada en el Norte y Marruecos en el Sur.

Esta nueva dualidad entre ambos polos reemplaza el esquema precedente del Primer, Segundo y Tercer Mundo. En esa divisoria se inscribía a los países capitalistas desarrollados, a las naciones ubicadas en el denominado campo socialista y a los conglomerados de la periferia. La implosión de la URSS provocó un reordenamiento de ese trípode, en torno a dos articulaciones globalizadas del Norte y del Sur que reconfiguran el escenario internacional.

¿Pero alcanzan esos dos ensambles para comprender la mutación en curso? ¿Es suficiente el concepto de transición hegemónica para esclarecer esa transformación? ¿O se requieren otras nociones para dar cuenta del viraje actual? La evaluación de estos interrogantes exige varias precisiones en el terreno económico, geopolítico y prospectivo.

Contraste de rumbos

En el plano económico la transición hegemónica es un proceso muy visible en el declive de Estados Unidos y sus socios occidentales. Ese descenso está determinado por el retroceso económico de la primera potencia, que en las últimas décadas ha sido el epicentro de agudas crisis financieras. 

Esas turbulencias complementan la regresión competitiva de la industria estadounidense, que está muy afectada por su decreciente productividad. Por esa razón se afianza en la Casa Blanca la tendencia a recrear el proteccionismo y a rehuir la suscripción de nuevos tratados de libre comercio. Washington sabe que en esos convenios perderá frente a Beijing.

“La transición hegemónica en el plano económico se verifica también en el polo opuesto de China, que ha logrado impactantes avances en las últimas décadas. Esos resultados se explican por estrategias asentadas en cimientos socialistas, complementos mercantiles y parámetros capitalistas”

El retroceso industrial norteamericano ha incrementado la tradicional tensión entre los sectores globalistas de las costas y los segmentos americanistas del interior del país. Esa división de las clases dominantes se acentúa junto a la pérdida de preeminencia económica de la primera potencia.

La misma fractura era gestionada en el pasado con periódicos reequilibrios que renovaban el predominio estadounidense. Pero el declive se arrastra desde hace décadas y no fue contenido con el globalismo de Clinton, el expansionismo de Bush, la sintonía neoliberal de Obama, el proteccionismo del primer Trump y el fallido neo keynesianismo de Biden.

Esa regresión no equivale a un ocaso en flecha de la economía estadounidense, que continúa protagonizando periódicas recomposiciones. La primera potencia usufructúa del señoreaje del dólar, la centralidad de Wall Street, la gravitación de las empresas digitales y la relevancia internacional del complejo industrial-militar. Pero su crisis de largo plazo erosiona la primacía que exhibió durante mucho tiempo.

La transición hegemónica en el plano económico se verifica también en el polo opuesto de China, que ha logrado impactantes avances en las últimas décadas. Esos resultados se explican por estrategias asentadas en cimientos socialistas, complementos mercantiles y parámetros capitalistas. 

“El colapso financiero del 2008 ilustró esa dimensión y ha dejado una secuela de agudo temor, que reaparece ante cada desplome significativo de Wall Street. Esas tensiones agravan el resurgimiento de la inflación y el descontrol de la deuda pública, en un modelo que introdujo desigualdades sociales sin precedentes en la última centuria”

China quedó enlazada con grandes réditos a la globalización, porque retuvo el grueso del excedente generado en el país. Desenvolvió un modelo que prescinde de las adversidades del neoliberalismo y la financiarización. Ese desarrollo no habría sido factible si el capitalismo hubiera sido restaurado en su plenitud. En el gigante asiático se forjó una importante clase capitalista, que no logró hasta el momento el control del Estado y esa obstrucción facilitó el despegue de la nueva potencia.

Ese ascenso derivó también en una relación muy desigual con el grueso de las economías periféricas. China acumula beneficios a costa de ese segmento, absorbiendo plusvalía y renta de las regiones más relegadas del mundo.  

La lógica de las asimetrías 

El ascenso de China y el declive de Estados Unidos están condicionados por la dinámica del capitalismo neoliberal que enlaza a ambas potencias. Las dos operan en torno al modelo globalizado, precarizado, financiarizado y digital, que en las últimas décadas sustituyó al esquema keynesiano previo.

El modelo actual confirma la vigencia de una nueva etapa de funcionamiento diferenciado del capitalismo que genera enormes desequilibrios. El colapso financiero del 2008 ilustró esa dimensión y ha dejado una secuela de agudo temor, que reaparece ante cada desplome significativo de Wall Street. Esas tensiones agravan el resurgimiento de la inflación y el descontrol de la deuda pública, en un modelo que introdujo desigualdades sociales sin precedentes en la última centuria.

Como ese esquema exacerbó además la competencia por el lucro, la tragedia del cambio climático se intensifica con sus terribles secuelas de sequías, inundaciones e incendios. Ninguna de esas calamidades será resuelta con las fantasiosas expectativas que ha despertado la Inteligencia Artificial. Ese dispositivo se desenvuelve rodeado de un gran peligro de sobreinversión y consiguientes burbujas tecnológicas.

Los neoliberales ignoran esos desequilibrios y sus adversarios heterodoxos los perciben, atribuyendo su impacto a la ausencia de regulaciones. Pero se quedan sin palabras cuando esas intervenciones no aminoran las tensiones que pretendían erradicar. A diferencia del marxismo, no reconocen que esas crisis son inherentes al capitalismo actual. Este sistema erosionó la norma de consumo estable con la precarización y el desempleo y acentuó la sobreproducción con inmanejables presiones competitivas. 

“Dentro de la misma etapa neoliberal se ha introducido un giro hacia el intervencionismo, el proteccionismo y la promoción de la inversión pública. Ninguna de estas tendencias modifica el declive productivo de Estados Unidos frente al avance chino”

Tampoco notan que el propio capitalismo induce el decrecimiento porcentual de la tasa de ganancia con aumentos de la inversión y potencia la hipertrofia financiera, con sus devastadoras secuelas de especulación.

Pero lo más relevante de esas contradicciones para la transición hegemónica es su impacto sobre el epicentro estadounidense del capitalismo neoliberal. Ese efecto supera la incidencia de las mismas tensiones sobre el modelo de gestión regulada que impera en China. Por esta diferencia, el gran cambio de política económica que sucedió a la crisis del 2008 se localizó en Washington y no en Beijing.

El neoliberalismo persiste en Occidente luego del rescate estatal de los bancos en quiebra, pero convive con una renovada presencia del Estado. Dentro de la misma etapa neoliberal se ha introducido un giro hacia el intervencionismo, el proteccionismo y la promoción de la inversión pública. Ninguna de estas tendencias modifica el declive productivo de Estados Unidos frente al avance chino.

Los cambios de la última década tampoco alteraron el patrón económico general de bajo crecimiento de Occidente, ascenso de Oriente y reducida expansión global. Ese trípode persiste en una etapa neoliberal más signada por la turbulencia que por el estancamiento. 

En los últimos cuatro decenios no se ha registrado una Onda Larga ascendente, ni tampoco otra descendente. Predominó una mixtura de desenvolvimiento, que contrasta con el postulado de repetición regular y tónicas uniformes que sugieren los ciclos Kondrátiev. La hipótesis de una onda ascendente quedó desmentida por el magro comportamiento económico de Estados Unidos, Europa y Japón y el pronóstico inverso de una secuencia descendente ha chocado con el intenso crecimiento de China y sus vecinos.

Lo ocurrido hasta ahora en la economía mundial más bien corrobora la dinámica del desarrollo desigual y combinado, con sus componentes discontinuos a la vista y sus verificables amalgamas en varias regiones del mundo. La mixtura más impactante fue protagonizada por China, que consumó el típico salto de las nuevas potencias que adoptan las tecnologías desarrolladas por sus antecesores. 

El gigante oriental copió esas innovaciones ahorrando el costo solventado por los gestores de esos instrumentos. Las potencias precursoras cargaron, por el contrario, con la adversidad de su reducida adaptación al nuevo escenario. El desarrollo desigual y combinado es la dinámica subyacente en la monumental transformación que registró la relación chino-americana.

Los conceptos faltantes

El declive económico estadounidense es el principal indicio, pero no el único de la transición hegemónica. El mismo retroceso se extiende a Europa y Japón y por consiguiente a toda la Tríada, que motorizó la recomposición del capitalismo en la posguerra del siglo XX. Esa regresión de los puntales de Norte Global no es uniforme, puesto que Estados Unidos descarga gran parte de su crisis sobre sus socios, utilizando el dólar, las finanzas, el Pentágono y las empresas digitales.

La asimetría está muy presente también en el Sur Global, puesto que China no afronta socios equivalentes dentro de ese entramado. Al contrario, el gigante asiático se ha distanciado de ese vecindario para convertirse en una potencia del centro, que disputa supremacía con Estados Unidos.

Otros países gravitantes del Sur Global permanecen en el status inferior de semiperiferias. Conforman el grupo de economías intermedias articuladas en torno a los BRICS, que exhiben relevancia en la provisión de energía o en la supervisión de rutas comerciales. Con ese sustento apuntalan dinámicas de desdolarización y modalidades crediticias autonomizadas del FMI y el Banco Mundial. 

Rusia mantiene el gran desarrollo de su complejo industrial-militar, pero opera como una economía asentada en la exportación de materias primas. India protagoniza un elevado crecimiento, pero preserva espeluznantes niveles de subdesarrollo. Brasil y Sudáfrica exhiben los clásicos desequilibrios de las economías dependientes.

Si los socios intermedios de China no comparten el despegue de la nueva potencia, el resto del Sur Global desconoce por completo ese horizonte. Están fuera del círculo gestor de los BRICS y persisten en África, Asia o América Latina, como el típico segmento de economías desposeídas. Son víctimas y no partícipes de la transición hegemónica. Mantienen el viejo perfil del Tercer Mundo, ocupando el escalón inferior de la división internacional del trabajo. El concepto que sintetiza su estatus no es Sur global, sino capitalismo dependiente. Son economías sujetas a un proceso de sistemática degradación. 

Su condición subdesarrollada se perpetúa mediante intensas secuencias de transferencia de valor. Por esa razón afrontan una brecha creciente con las economías que receptan el excedente drenado de sus fronteras. Esa transferencia se consuma mediante dispositivos productivos asentados en la baratura de la fuerza de trabajo, mecanismos del intercambio desigual en el comercio y convenios de endeudamiento externo que multiplican la hemorragia financiera. La teoría marxista de la dependencia expone detalladamente esa sucesión de apropiaciones que padece la periferia.

Las corrientes de pensamiento que desconocen (u objetan) ese drenaje, no logran explicar el continuado relegamiento que sufre América Latina, África, Europa Oriental y el grueso de Asia. Desconocen que la acumulación mundial de capital está sujeta a una apropiación del excedente de un polo en desmedro del otro. Esa confiscación impide achicar la brecha que separa a ambas zonas. Con la excepción clave de China (y en otro sentido de Corea del Sur), el capitalismo neoliberal ha estabilizado esa asfixiante jerarquía.

Es obvio que la economía latinoamericana se ubica en el espectro desfavorecido del orden capitalista actual. En las últimas décadas consolidó esa localización con el agravamiento de la pobreza, el desempleo y la desigualdad. Las políticas neoliberales potenciaron la primarización extractiva, la remodelación regresiva de la industria y la vieja pesadilla de la deuda.

El escenario económico contemporáneo incluye, por tanto, numerosas aristas que no encajan en el simple mote de una transición hegemónica, signada por el retroceso del Norte y el despunte del Sur Global. Los importantes elementos de veracidad de esa afirmación, sólo cobran significación si son enmarcados en conceptos más determinantes de la época actual. 

La acepción marxista de cinco nociones de ese tipo resulta indispensable para esa comprensión. Esas categorías son: capitalismo neoliberal, desarrollo desigual y combinado, centro-semiperiferia-periferia, capitalismo dependiente y transferencia de valor. Sin esos cimientos teóricos resulta muy difícil asignar a la transición hegemónica y al Norte o Sur Global, un contenido específico que esclarezca la mutación en curso.

Autor: Claudio Katz

Referencias usadas por el autor:

-Las referencias, la bibliografía y el sustento teórico de los conceptos analizados en este texto pueden consultarse en: Katz, Claudio. La crisis del sistema imperial, Edición virtual, septiembre 2023 Jacobin, Buenos Aires, https://jacobinlat.com/2023/09/29/la-crisis-del-sistema-imperial-2

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