Lenin

Resumen

Posteriormente Lenin maduró la distinción entre vertientes conciliatorias y radicales del nacionalismo e introdujo la geopolítica socialista para incluir la defensa de la URSS. Rechazó el padrinazgo de la socialdemocracia, el internacionalismo abstracto del antinacionalismo y las insuficiencias del austro-marxismo. La descolonización confirmó sus previsiones, que tuvieron gran corroboración en América Latina.

Padrinazgo socialdemócrata

La batalla antiimperialista de Lenin se desenvolvió durante mucho tiempo dentro de la II Internacional. Ahí confrontó con los sectores que criticaban las luchas populares en la periferia. Las vertientes más conservadoras de ese espectro (Bernstein, Van Kol, David) rechazaban esos levantamientos, observándolos como reacciones primitivas y adversas a la civilización.

El líder bolchevique elaboró su estrategia socialista para las regiones dependientes en frontal rechazo a esas posturas. Objetó el eurocentrismo, denunció las tropelías imperiales y se opuso a la distinción entre modalidades regresivas y benévolas de la dominación colonial, que la derecha socialdemócrata realzaba para justificar su aval al colonialismo.

Para leer la primera parte de este ensayo.

El legado antiimperialista de Lenin (I)

Lenin compartió esa conducta con varios integrantes de la izquierda (Mehring, Luxemburg), que subrayaban la importancia de la acción solidaria con los pueblos despojados. Esas iniciativas sumaban fuerzas a la lucha común contra el enemigo imperial y facilitaban la maduración de la conciencia socialista entre los trabajadores metropolitanos. Esa movilización conjunta apuntalaba los intereses de todos los oprimidos sin distinción de nacionalidades.

La polémica con las vertientes pro colonialistas de la II Internacional incluyó también críticas al embellecimiento socialdemócrata del libre-comercio. Más categóricos fueron los cuestionamientos a la idealización de un modelo modernizador de Occidente, que ocultaba el virulento despotismo de los administradores coloniales (Losurdo, 2010).

“Destacó [Lenin] que los movimientos de liberación nacional socavaban la supremacía de todas las potencias involucradas en el conflicto. Realzó esa connotación positiva del nacionalismo antiimperialista, en su confrontación con el regresivo nacionalismo de los centros”

En estos debates, Lenin comenzó a enjuiciar el viejo postulado socialista que concebía la liberación de las colonias, como un corolario de la erradicación del capitalismo en las metrópolis. Destacó la creciente gravitación de la lucha popular en la periferia y señaló que el devenir socialista emergería de éxitos revolucionarios en ambos polos.  

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, el líder bolchevique subrayó la enorme incidencia de la lucha antiimperialista, en la derrota de los gobiernos comprometidos con la masacre bélica. Destacó que los movimientos de liberación nacional socavaban la supremacía de todas las potencias involucradas en el conflicto. Realzó esa connotación positiva del nacionalismo antiimperialista, en su confrontación con el regresivo nacionalismo de los centros. Con esa mirada ponderó —en 1916-1917— los levantamientos en Irlanda, China, Irán, Turquía y la India y profundizó su elaboración del antiimperialismo socialista.

Para leer el ensayo del Profesor Alejando López sobre el nacimiento del concepto del Tercer Mundo: ¿Cuándo nació el tercer mundo? – (hueleaazufre.com)

¿Cuándo nació el tercer mundo?

Internacionalismo abstracto

Lenin buscaba superar la simplificada acepción del internacionalismo que prevaleció hasta principios del siglo XX. Esa visión contraponía el interés común de los trabajadores (“proletarios del mundo uníos”) con todas las variedades del nacionalismo. Remarcaba el carácter avanzado del primer planteo, frente a la estrechez del segundo y reivindicaba a los asalariados emancipados del patriotismo, frente a la perdurable rivalidad de cada burguesía con sus competidores de otros territorios. 

Lenin objetó ese reductivo contrapunto entre el internacionalismo y el nacionalismo, que impedía distinguir las fuerzas políticas progresivas y regresivas en confrontación en cada escenario. Señaló que ese reconocimiento era indispensable para apuntalar la intervención socialista. 

“La pensadora polaca [Rosa Luxemburgo] rechazaba todas las variedades de separatismo nacional, argumentando que introducían divisiones en la clase obrera y fracturaban la unidad del sujeto protagónico de la transformación socialista”

El forjador de la URSS cuestionó las formulaciones internacionalistas genéricas (“abajo las fronteras”) de las vertientes más radicales del antinacionalismo (Piatakov, Pannekoek, Strasser). Esas posturas descalificaban cualquier óptica nacional subrayando la invariable superioridad del análisis de clase (Galissot, 1987). Lenin planteó que esas posturas impedían la intervención política de los socialistas, deteriorando las chances de la izquierda para forjar frentes impulsores del proceso revolucionario. (Kohan, 2011: 309-313).

La principal discusión en este campo, opuso al líder bolchevique con su principal aliada contra el conservadurismo socialdemócrata. La coincidencia de Lenin con Luxemburgo en esa batalla contrastó con las disidencias que los separaban en la cuestión nacional. La pensadora polaca rechazaba todas las variedades de separatismo nacional, argumentando que introducían divisiones en la clase obrera y fracturaban la unidad del sujeto protagónico de la transformación socialista. Señalaba que aceptar las demandas nacionales implicaba convalidar fracturas del proletariado, amoldadas al diseño fronterizo y a la consiguiente gestión estatal de las clases dominantes (Luxemburg, 1977).

Lenin coincidía en contrarrestar las divisiones por nacionalidad de los trabajadores, con una política internacionalista de organización inclusiva en los partidos, que omitiera la diversidad de orígenes. Pero también señaló que la aceptación de las demandas nacionales era indispensable para establecer alianzas con otros sectores oprimidos. Subrayó que la convalidación de esa petición era decisiva para empalmar las luchas nacionales y sociales, en una convergencia de los oprimidos con los explotados.

El líder bolchevique destacó el caso de la secesión noruega de Suecia (1905) —objetada Luxemburg— para ejemplificar, cómo la fraternidad obrera entre ambos países había facilitado una resolución pacífica del anhelo de independencia (Lenin, 1974a). Remarcó también la convivencia en Suiza, como un ejemplo de respeto entre comunidades, práctica del plurilingüismo y compatibilidad de acciones comunes de la clase obrera.

El principal argumento que contrapuso Luxemburg, giraba en torno a la imposibilidad práctica de las separaciones nacionales en un estadio avanzado del capitalismo. Ejemplificaba esa inviabilidad con el caso de Polonia, afirmando que la burguesía de ese país estaba económicamente integrada a Rusia y que la ruptura de ese entrelazamiento no entrañaba beneficios de ningún tipo. 

“…el avance de un proceso revolucionario [para Lennin], exige alcanzar conquistas que abran escenarios de radicalización ulterior. Subrayó la importancia de desenvolver dinámicas de emancipación social a partir de las conquistas nacionale”

Rosa estimaba que el Estado nacional ya no era indispensable para el desarrollo burgués que adoptaba formas supranacionales, dejando atrás las anacrónicas modalidades del capitalismo nacional. Por eso entendía que demandar el derecho a la autodeterminación era un desliz metafísico, propio de la intelectualidad pequeñoburguesa. Muchos teóricos socialistas compartían esa crítica a las “micro nacionalidades” resaltando su inviabilidad práctica (Radek, Bujarin, Görter), mientras que otros dirigentes mantenían cierta ambigüedad frente al tema (Trotsky). 

Lenin se distanció de esa senda postulando la inconsistencia de presagiar lo que resultaba posible o imposible en ese plano. Aceptó que la nueva dimensión económica de los procesos de acumulación afectaba la multiplicación de los Estados nacionales. Pero también destacó que esa limitación no definía cuán factible era la concreción de la soberanía en esas formaciones. Remarcó que sus oponentes confundían ambas dimensiones, sin notar qué el avance de un proceso revolucionario, exige alcanzar conquistas que abran escenarios de radicalización ulterior. Subrayó la importancia de desenvolver dinámicas de emancipación social a partir de las conquistas nacionales.

“Destacó [Lenin] el contrasentido de apuntalar la independencia de dos colonias británicas (India y Egipto) y objetar el mismo anhelo para dos naciones agobiadas por la opresión del zarismo (Ucrania, Finlandia). Para superar esa inconsistencia convocó a razonar con un criterio político uniforme de batalla contra la opresión”

El dirigente bolchevique recordó también, que ninguna nación tiene derecho a oprimir a otra y que ese principio de igualdad debía guiar la política socialista. Resaltó que al segmento más consciente de los trabajadores puede resultarle indiferente la nacionalidad de su explotador, pero que ese desinterés no se extiende a todo el proletariado y menos aún al resto de los oprimidos. Observó que el desconocimiento de esa sensibilidad refuerza el comando burgués de los movimientos nacionales. Evaluó escenarios específicos, definió tácticas con el barómetro general de la lucha contra la opresión y convocó a evitar los razonamientos que reducen la política a un mero reflejo de tendencias económicas (Lenin, 1974b).

Lenin atribuyó los errores de Luxemburgo a su unilateral involucramiento en batallas políticas locales contra el nacionalismo polaco. Estimó que esa confrontación le impedía notar cuán desacertada era una postura que colocaba a los socialistas en bandos afines al opresor imperial ruso. Observó que ese posicionamiento era el más negativo de todos los posibles (López, 2010). 

El dirigente bolchevique polemizó con su interlocutora subrayando la contradicción de promover la lucha antiimperialista en la periferia y negarla en la cercanía europea. Destacó el contrasentido de apuntalar la independencia de dos colonias británicas (India y Egipto) y objetar el mismo anhelo para dos naciones agobiadas por la opresión del zarismo (Ucrania, Finlandia). Para superar esa inconsistencia convocó a razonar con un criterio político uniforme de batalla contra la opresión. 

Autonomía cultural 

Lenin desenvolvió una tercera polémica con la vertiente austro-marxista, que encaró el problema nacional en el peculiar escenario de un imperio austro-húngaro, integrado por numerosas naciones, lenguas y culturas (italianos, eslavos, rumanos, polacos, rutenos, etc). Los principales teóricos socialistas de esa región reconocían la legitimidad de las demandas de esas formaciones y rechazaban la objeción de Luxemburg a esos anhelos. 

Pero a diferencia del líder bolchevique, los austro-marxistas no convalidaban el simple derecho a la autodeterminación. Propiciaban favorecer la integración de esa diversidad de pueblos en una federación, para preservar en forma voluntaria los enlaces que el decadente imperio mantenía por la fuerza. Bauer proponía una organización multinacional contrapuesta a la separación en conglomerados nacionales diferenciados (Bauer, 1986: tercera y cuarta parte).

Este planteo apuntalaba la autonomía cultural en el marco del viejo imperio, negando la autodeterminación efectiva que convalidaba Lenin. Era un planteo muy emparentado con la singular articulación de naciones que imperaba en ese territorio. La idea de preservar esos enlaces nunca prosperó, porque la eventual federación se diluyó con la misma celeridad que colapsó toda configuración austro-húngara, en el escenario bélico de principios del siglo XX.   

Lenin consideraba que la propuesta de autonomía cultural soslayaba la disyuntiva real de aprobar o rechazar las demandas de autodeterminación. Con esa abstención no se definía la progresividad o regresividad de los proyectos en juego y los socialistas quedaban a la defensiva frente a sus activos rivales del nacionalismo. 

El líder bolchevique entendía que, para disputar la conducción de esos movimientos la izquierda debía asumir una decidida actitud de sostén de la soberanía. La autonomía cultural no resolvía los problemas en debate y aportaba una insuficiente guía para aportar soluciones a los dilemas en juego. Soslayaba de hecho la distinción entre el legítimo nacionalismo de los oprimidos y el asfixiante nacionalismo de sus opresores. 

Lenin resaltó una y otra vez, que la validez del primero y la ilegitimidad del segundo no derivaba de los fundamentos étnicos, idiomáticos o culturales expuestos por ambas partes. Situó esa diferenciación en la función política de dominación o emancipación, que encarnaban ambas vertientes en los escenarios políticos de su época. Por eso realzó la importancia de esclarecer los intereses en disputa, clarificando las fuerzas sociales subyacentes en esas confrontaciones. Señaló que la mera enunciación de pertenencias patrióticas no permitía definir cuáles eran los campos que apuntalaban dinámicas liberadoras o padecimientos capitalistas.  

El fundador de la URSS asignó una relevancia primordial a la conexión de las batallas nacionales con los procesos socialistas, en las áreas de mayor fragilidad del sistema. Observó que esa endeblez se verificaba en eslabones débiles que afrontaba el capitalismo en la periferia. Al confirmar este diagnóstico en la vitalidad de la lucha popular en las colonias, también resaltó la gravitación de distintos sujetos oprimidos en los procesos revolucionarios. 

Lenin no abandonó el principio del liderazgo proletario, pero asignó creciente incidencia a los segmentos populares que encabezaban las revueltas en el mundo colonial. Su flexibilidad política quedó corroborada en este plano (Katz, 2024). Fue el primer teórico marxista en anticipar la enorme centralidad que tendrían los movimientos nacionales radicales en los ensayos socialistas de la centuria pasada.

Confirmaciones del siglo XX

El antiimperialismo articuló grandes batallas populares en África, Asia, América Latina y Medio Oriente. Lo que Lenin avizoraba como una tendencia se transformó en un pilar de la descolonización que trastocó el mapa geopolítico del planeta. En esa secuencia numerosos países conquistaron su independencia y varios emprendieron las transformaciones socialistas que auguró el líder bolchevique.

“En todos los casos se verificó la estrecha conexión de la lucha nacional y social que Lenin había presagiado. Los fuertes vínculos entre esas dos dimensiones que despuntaron en la Primera Guerra Mundial, alcanzaron una impensada magnitud luego de la segunda conflagración planetaria”

La descolonización demolió a los viejos imperios europeos, que no aceptaron la pérdida de sus posesiones de ultramar. Gran Bretaña, Francia, Holanda, Bélgica y Portugal resistieron esa amputación con operativos armados, negociaciones forzadas o frustrados intentos de cogobernar con las elites locales. 

Inglaterra se embarcó en las guerras coloniales de Malasia, Kenia, Chipre y Adén. Francia intentó la misma escalada en Indochina y Argelia. Holanda apenas resistió en Indonesia y Portugal desgastó sus menguadas fuerzas en Mozambique y Angola. Con victorias contundentes o compromisos intermedios, los movimientos de liberación nacional impusieron el desmantelamiento total de las antiguas configuraciones coloniales.

Esa secuencia también incluyó la resistencia antiimperialista contra la ocupación alemana (Yugoslavia) y la opresión japonesa (China). En todos los casos se verificó la estrecha conexión de la lucha nacional y social que Lenin había presagiado. Los fuertes vínculos entre esas dos dimensiones que despuntaron en la Primera Guerra Mundial, alcanzaron una impensada magnitud luego de la segunda conflagración planetaria.

La posguerra fue la era clásica del antiimperialismo en toda la periferia. La gravitación política de los países dependientes afloró en ese período con inédita centralidad. La demanda de independencia que Lenin proponía apuntalar, alcanzó una preeminencia sin precedentes en África y Asia. Las exigencias complementarias de autonomía productiva, desarrollo industrial y modernización educativa cobraron la misma fuerza en los países latinoamericanos, que ya contaban con el acervo de la soberanía. Esta segunda dimensión cualitativa del antiimperialismo complementó las tesis leninistas con un novedoso debate sobre la dependencia.

“Pero la preservación del capitalismo y la consiguiente frustración popular corroboró las advertencias de Lenin, sobre la insoslayable conexión de las luchas antiimperialistas con los desemboques socialistas. Solo ese resultado permite traducir el logro de la independencia en una emancipación efectiva”

Esa discusión puso de relieve que la obtención de la independencia formal constituye tan sólo el punto de partida de las mejoras sociales, que el grueso de la población imaginaba como un corolario de la soberanía. Esta segunda meta exigió desenvolver procesos anticapitalistas que sólo se verificaron en algunos casos.

La descolonización implicó una seria derrota del imperialismo y una consiguiente pausa en la polarización económica mundial (Amin, 2001). Pero la preservación del capitalismo y la consiguiente frustración popular corroboró las advertencias de Lenin, sobre la insoslayable conexión de las luchas antiimperialistas con los desemboques socialistas. Solo ese resultado permite traducir el logro de la independencia en una emancipación efectiva.

La descolonización consagró el desmoronamiento de los viejos imperios coloniales bajo el signo del antiimperialismo propiciado por el último Lenin. No siguió la pauta de la extinción de los imperios multinacionales de Europa Oriental, considerada en los debates previos de la autodeterminación nacional. Los movimientos de liberación nacional de posguerra adoptaron el perfil anticipado por primeros Congresos de la III Internacional. 

En esas formaciones fue muy visible la diferenciación establecida por Lenin entre distintos tipos de nacionalismos. Las organizaciones antiimperialistas se ubicaron en las antípodas del soberanismo reaccionario de las metrópolis. Reclamaron el derecho a gestionar sus propios territorios en contraste con la preservación de la administración colonial. Todos los mitos sobre la supremacía de la civilización occidental quedaron demolidos con la derrota de los imperios.

Corroboraciones en la periferia

En la descolonización se verificó, también, la acertada distinción que propuso Lenin entre el nacionalismo democrático-burgués y su par revolucionario. La diferencia que en las primeras décadas del siglo XX se observaba entre transformaciones por arriba y conquistas por abajo, se extendió al grueso de las experiencias de la segunda mitad de esa centuria.

La impronta conservadora fue muy visible en el predominio burgués de la India y en la sustitución de las elites blancas por sus equivalentes de color en África. Esos sectores acomodados convalidaron la demarcación colonial de fronteras legadas por las administraciones europeas, vulnerando los derechos de autonomía de numerosas étnicas o naciones en formación. Ese avasallamiento creó las condiciones para los sanguinarios conflictos que estallaron en todo el continente, al poco tiempo de conquistada la independencia (Hobsbawm, 1991: cap 5)

Las advertencias de Lenin sobre el giro reaccionario que podían asumir las conducciones nacionalistas ante un peligro de la radicalización popular, tuvieron una primera y dramática confirmación en la masacre de comunistas chinos que perpetró Chan Kai Shek en los años 20. Ese antecedente se repitió en todas las ocasiones que las vertientes derechistas de los movimientos anticoloniales avizoraron el peligro de un gran avance de la izquierda.

Esa amenaza alcanzó un pico en 1960-70, cuando el nacionalismo radical que Lenin había detectado en Asia se extendió a Latinoamérica y África. En ese período cobró fuerza el internacionalismo tercermundista que alimentaron las iniciativas de Bandung, la OLAS y la Tricontinental. En ese universo el nacionalismo quedó pintado de rojo por su intensa asociación con las tradiciones de la izquierda. 

Pero el principal impacto de Lenin se registró en las propias filas de las organizaciones comunistas de la periferia, que adoptaron sus tesis como principios estratégicos ordenadores. La confluencia con el nacionalismo para consumar revoluciones socialistas, no dio frutos en China en la década del 20 cuando la III Internacional esbozó esos principios. Pero tuvo una exitosa aplicación veinte años después.

Vietnam fue un caso de enorme corroboración de las sugerencias de Lenin. Ho Chi Minh siempre recordó que su lectura de las “Tesis sobre las cuestión nacional y colonial” iluminó los pasos seguidos en la prolongada batalla por la independencia, la unificación y el socialismo en su país (Fernández Retamar, 1970). 

El líder bolchevique aportó la guía para varios procesos liberadores, al señalar que en los escenarios bélicos de la periferia el antiimperialismo tenía mayor centralidad que la crisis económica capitalista, como detonante del proceso revolucionario. Esa previsión dotó a sus seguidores de un diagnóstico magistral para protagonizar los grandes hitos del siglo XX.

Verificación en América Latina

Las tesis de Lenin tuvieron otra confirmación mayúscula en un área de dominación directa de Estados Unidos. La primera potencia exhibía ese indiscutido control sobre todos los pueblos del continente americano. Por esa razón la batalla contra esta opresión fue un dato central del siglo XX.

Esa lucha estuvo presente con mayor contundencia, en las regiones de Centroamérica y del Caribe por su proximidad con el poder imperial. Allí se generó una gran tradición de liderazgos y programas antiimperialistas. Ese acervo fue primero alimentado por combates contra el colonialismo español y se afianzó en las confrontaciones con el nuevo imperialismo estadounidense (Soler Ricaurte, 1980: 33-54). En ese escenario, las contraposiciones entre el nacionalismo conservador y radical fueron más visibles y el patriotismo revolucionario desbordó los formatos de otras zonas.

Como el grueso de la región conquistó durante el siglo XIX en forma muy anticipada su independencia formal, el antiimperialismo latinoamericano nunca quedó restringido a reclamos de soberanía política efectiva. Siempre incluyó un contenido más significativo de demandas sociales y económicas. Ese perfil y la gran centralidad de la confrontación con Estados Unidos fueron dos rasgos perdurables del nacionalismo progresista en toda la región.

Los pensadores de ese espacio adoptaron a Lenin como un referente central. El líder bolchevique influyó sobre el peruano Haya de la Torre, el boliviano Fausto Reinaga, el mexicano Lázaro Cárdenas, el colombiano José Consuegra y el venezolano Rómulo Betancourt. Todos encontraron en el teórico ruso un ancla para conceptualizar su propia estrategia antiimperialista.

Pero el proceso político que más conectó a Lenin con América Latina fue la revolución cubana. Esa familiaridad provino de la enorme aplicación de las tesis elaboradas por el líder bolchevique, a una isla que combinó la lucha anticolonial, antiimperial y social en una forma muy próxima a sus enunciados.

Desde fines del siglo XIX Martí encarnó una mirada del nacionalismo jacobino muy abierta a las ideas socialistas, que anticipó el tipo de convergencias concebidas por Lenin. Ese antecedente fue completado por la dinámica de la primera revolución socialista que triunfó en América Latina. El acontecimiento que trastocó al continente se desenvolvió cumpliendo todas las pautas auspiciadas por el artífice del bolchevismo.

En Cuba se consumó una inigualada convergencia del nacionalismo revolucionario con el socialismo. La conversión del movimiento 26 de Julio en una organización explícitamente comunista se efectivizó al compás de la radicalización de esa fuerza. Su propia experiencia de lucha la condujo a asumir el sendero anticapitalista, como el único rumbo afín al logro de sus objetivos. Esa concatenación fue a su vez posible porque siempre acogió a la militancia de izquierda. La aceptación de las banderas socialistas —que para Lenin constituía el gran test del perfil nacionalista— estuvo siempre presente en el movimiento cubano y esa apertura devino en un mayor empalme posterior.

Esa convergencia pavimentó la radicalización socialista de la revolución, que desencadenó la defensa contra las agresiones estadounidenses. Esa lucha incentivó, a su vez, el intento guevarista de extender a toda la región el proceso de transformación socialista. También aquí fue llamativa la sintonía con la concepción leninista de la revolución, como un proceso internacional concatenado.

El gran parentesco político de Fidel con Lenin ha sido estudiado por numerosos autores (Ortega, 2024). Las comparaciones abarcan muchas áreas, pero el principal punto de encuentro se ubica en el abordaje de la lucha antiimperialista, como un campo de batalla central para el proyecto socialista en la periferia. En el próximo texto analizaremos las múltiples dimensiones de ese escenario. 

Autor: Claudio Katz

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