Conceptos para explicar la transición hegemónica (II)
El fracasado belicismo del Pentágono ilustra la crisis del sistema imperial, frente a la ausencia del antiimperialismo en el heterogéneo Sur Global. La carencia de sustituto recrea la fallida unipolaridad sin contrapartes multipolares definidas, en un marco de oleadas derechistas que no tienen fronteras y socavan la armonización de la gestión global.
Agresores y defensores
En el plano geopolítico, la presentación habitual de la transición hegemónica remarca el contraste entre la agresividad militarista del Norte y la disposición pacifista del Sur Global. Ese contrapunto tiene una sólida base en el registro de la reacción estadounidense frente a su declive. La primera potencia intenta contrarrestar ese retroceso con incursiones militares y exigencias de alineamiento. Con esa actitud el Pentágono ha sido el impulsor, responsable y causante de las grandes tragedias humanitarias de las últimas décadas.
Pero esa política belicista exacerba los gastos improductivos, perpetúa el protagonismo de los proveedores de armas y agrava las trampas de la hipertrofia militar. Aunque el remedio elegido es peor que la enfermedad, a Estados Unidos no le queda otra opción para preservar su primacía internacional.
Para leer la primera parte de este ensayo:
La primera potencia perpetró una desgarradora intervención en el Gran Medio Oriente para manejar el petróleo, doblegar las rebeliones populares y someter a sus rivales. Comandó el desangre de la Primavera Árabe, facilitó el terrorismo yihadista y consumó la demolición de tres Estados (Irak, Libia, Afganistán).
En la actualidad es el principal sostén de las masacres que implementa su socio israelí. La Casa Blanca financia y apuntala la limpieza étnica de los palestinos, para reforzar su control del Medio Oriente, mediante el esquema sionista de anexiones y Apartheid.
Para leer ensayo sobre colonialismo: El colonialismo, un cáncer que debe ser erradicado en el siglo XXI. I Parte –
El colonialismo, un cáncer que debe ser erradicado en el siglo XXI. I Parte
Estados Unidos fue también el gestor de la guerra de Ucrania, desde que intentó sumar a Kiev a la red de misiles de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que rodea a Rusia. Para afectar la estructura defensiva de su rival promovió la revuelta del Maidán, incentivó al nacionalismo contra Moscú y apuntaló las hostilidades en el Donbass. Buscó entrampar a su adversario, en un conflicto destinado a imponer la agenda del rearme en toda Europa.
Los resultados de esa dinámica militarista han sido invariablemente adversos. El fracaso en Irak y la derrota en Afganistán abrieron el camino para las ventajas que tiende a lograr Rusia en la guerra de Ucrania. En el prolongado enfrentamiento de trincheras, la supremacía de tropas y recursos de Moscú desgasta a Kiev.
En el otro escenario bélico del momento, Israel no puede lidiar con la variedad de frentes abiertos. Intenta desenvolver una interminable guerra en Gaza, Cisjordania y el Líbano, provocando a Yemen, atacando a Siria y amenazando a Irán. Pero el descontento interno, el malestar con el alistamiento y el derrumbe de la legitimidad internacional corroen a la sociedad israelí. En todos los conflictos, Occidente afronta la misma dificultad con poblaciones desacostumbradas del servicio militar obligatorio y reacias a cargar con los costos del belicismo.
Las adversidades de la OTAN en los campos de batalla afectan con especial dureza a los socios de Estados Unidos, que receptan la monumental factura del gasto militar. Europa está sufriendo con inusitada gravedad ese impacto y Alemania es la principal afectada por esa subordinación. La guerra de Ucrania privó a su aparato productivo de la energía barata provista por Rusia y el encarecimiento de ese abastecimiento deterioró la competitividad del principal motor de la Unión Europea.
“En esa región [América Latina] Estados Unidos disputa un botín de materias primas que necesita controlar. No puede ejercer predominio global sin exhibir primacía en su Patio Trasero. Por esa razón retoma la doctrina Monroe, despliega tropas con el pretexto de erradicar el narcotráfico y exige el alineamiento diplomático contra Rusia y los palestinos”
En el otro rincón del planeta, Japón tiende a sufrir un efecto semejante con la OTAN del Pacífico, que el Pentágono auspicia para hostilizar a Beijing en el Mar de China. Washington transfiere nuevamente a Tokio y a Berlín los costos del armamentismo. Tiene una larga experiencia en esa descarga, desde que sostuvo su moneda en los años 70 con la inconvertibilidad del dólar y con los acuerdos Plaza en el decenio posterior. El amoldamiento del yen y del marco a las necesidades del billete norteamericano fue un recurso que la Reserva Federal renueva en el siglo XXI.
El Norte imperial
El comando estadounidense continúa definiendo la geopolítica del Norte Global. ¿Pero cuál es la dinámica orientadora de ese proceso? También aquí los conceptos de transición hegemónica y Norte-Sur Global resultan insuficientes. Para comprender lo que sucede hay que recurrir al concepto general de imperialismo. Ese dispositivo es utilizado por la primera potencia para garantizar el funcionamiento del capitalismo y expropiar a la periferia a favor del centro.
Ese instrumento opera a pleno en América Latina. En esa región Estados Unidos disputa un botín de materias primas que necesita controlar. No puede ejercer predominio global sin exhibir primacía en su Patio Trasero. Por esa razón retoma la doctrina Monroe, despliega tropas con el pretexto de erradicar el narcotráfico y exige el alineamiento diplomático contra Rusia y los palestinos.
Pero también allí prevalece la ausencia de resultados. Estados Unidos no impone el sometimiento del pasado y no logra disuadir la presencia de China en la región. Frente al avance de la Ruta de la Seda, Washington intentó erigir una muralla defensiva con el proyecto competidor de América Crece. Al cabo de varios años esa iniciativa no despunta y se mantiene a años luz de la Alianza para el Progreso, que Estados Unidos impulsó en los 60 para contener la revolución cubana.
El imperialismo explica la política seguida por Estados Unidos, pero ese concepto no es pertinente en cualquier acepción. Importa su variedad contemporánea, que es muy diferente a las modalidades precedentes. Se distingue nítidamente de los imperios precapitalistas de Antigüedad, del imperio informal británico del siglo XIX y del imperialismo clásico de la centuria pasada, signado por la guerra mundial entre potencias que disputaban primacía. Tampoco es apropiada la imagen del imperio global de clases y estados transnacionalizados que algunos teóricos difundieron en los años 90.
Lo que prevalece desde la segunda mitad del siglo XX es un sistema imperial jerárquico bajo el estricto comando de los Estados Unidos. Es una estructura con socios europeos, que mantienen cierta autonomía alterimperial en su viejo entorno colonial y con apéndices coimperiales, que cumplen con el mandato del Pentágono en distintas regiones del mundo (Israel, Australia, Canadá). Esta alianza controla el orden mundial y sus integrantes zanjan divergencias internas con procedimientos económicos, financieros o diplomáticos, sin recurrir nunca al dispositivo militar.
El sistema imperial situado en el epicentro del Norte Global hostiliza con gran agresividad a sus enemigos, adversarios y víctimas. Esa belicosidad refuerza, a su vez, la transición hegemónica que genera la crisis del sistema imperial. La equivalencia entre el poder económico y militar que detentaba Estados Unidos a mitad del siglo pasado se ha diluido. La primera potencia perdió supremacía económica, pero mantiene el liderazgo militar e intenta infructuosamente utilizar ese instrumento para sostener su conducción del orden global.
“el Sur global es una articulación geopolítica muy heterogénea. El comando imperial que prevalece en el Norte no tiene contrapartida simétrica en su anverso. El Sur es hostilizado por el militarismo de la OTAN, pero no es ajeno a otras modalidades de la dominación externa”
El Sur distante del antiimperialismo
La presentación del Sur Global como un conglomerado defensivo es genéricamente cierta. Esa configuración resiste las agresiones de su contraparte. En las tremendas sangrías de Yugoslavia, Irak, Afganistán, Ucrania o Palestina, Washington arrastró a sus aliados del Norte, frente a las posturas no beligerantes del otro campo. La nueva guerra fría se desenvuelve siguiendo la misma secuencia.
Pero esa constatación no esclarece lo que está en juego, porque el Sur global es una articulación geopolítica muy heterogénea. El comando imperial que prevalece en el Norte no tiene contrapartida simétrica en su anverso. El Sur es hostilizado por el militarismo de la OTAN, pero no es ajeno a otras modalidades de la dominación externa.
A China no le cabe hasta el momento ningún epíteto imperial. Captura los excedentes de la periferia aprovechando sus ventajas productivas e impone su dominación económica sin recurrir a la fuerza. Esa modalidad de supremacía la ubica fuera del casillero de las potencias imperialistas.
El gigante asiático no despacha tropas al exterior, evita involucrarse en conflictos militares y mantiene una gran prudencia en su política exterior. En todos los campos desenvuelve una estrategia defensiva, en las antípodas de su virulento rival estadounidense. Privilegia el agotamiento económico de su competidor y su única intervención militar relevante frente a Taiwán, apunta a resguardar sus fronteras.
Pero ese status alejado de la tentación imperial no se extiende a Rusia, que algunos analistas sitúan en el Sur, otros en el Norte y muchos en el limbo. Moscú afronta la hostilidad externa haciendo valer su poderío militar en todo el espacio pos soviético. Desenvuelve un doble papel de acosador y acosado, utilizando amenazas, disuasiones e incursiones directas.
Rusia se ubica fuera del sistema imperial, no integra la escudería del belicismo occidental y debe lidiar con la presión norteamericana. Pero no limita su reacción a la mera defensa. Apuntala los intereses de grupos dominantes internos con acciones que desbordan sus fronteras, enviando tropas a Siria y mercenarios al África. Fue amenazada por la OTAN en Ucrania y respondió con una injustificada invasión. Esa reacción ilustra los rasgos de un imperio en gestación, fuera del radio hegemónico del Norte global.
Variedades menores del mismo comportamiento exhiben las potencias intermedias, que bordean el sistema imperial, sin integrarlo y sin confrontar con él. Esas formaciones priorizan su acción en el entorno próximo con acciones subimperiales, para disputar primacía con sus rivales de la zona. Es el caso de Turquía (y probablemente de la India), pero no de Brasil o Sudáfrica, que se mantienen alejados de la tentación bélica. Las numerosas situaciones de mandantes regionales que atropellan a su propia periferia (Rusia a Ucrania, Turquía al Kurdistán, Arabia Saudita al Yemen) retrata la ausencia de un mero bloque defensivo y enemistado con el Norte.
“Los BRICS no guardan el menor parentesco con Bandung, los No Alineados o la Tricontinental. La gestación de organismos que retomen esa plataforma antiimperialista es una asignatura pendiente, que apenas despunta con iniciativas como el ALBA. Esta carencia determina, a su vez, la preponderancia actual de una transición hegemónica divorciada de los intereses populares”
En el mismo conglomerado del Sur Global se ubica también el grueso de la periferia atropellada por Estados Unidos y sus socios. América Latina comparte ese destino con África y la mayor parte de Asia. Los integrantes de ese espacio, no cuentan con las vallas defensivas construidas por sus pares intermedios para contener los avasallamientos imperiales.
Esta diversidad de situaciones en el Sur Global no sólo difiere con el comando que ejerce el Pentágono en el Norte. También evidencia la ausencia de un contraste entre actores imperialistas y antiimperialistas. El belicismo de la OTAN no confronta con una contraparte decidida y simétrica.
Aquí radica otra diferencia del Sur Global con su antecesor del Tercer Mundo. Los BRICS no guardan el menor parentesco con Bandung, los No Alineados o la Tricontinental. La gestación de organismos que retomen esa plataforma antiimperialista es una asignatura pendiente, que apenas despunta con iniciativas como el ALBA. Esta carencia determina, a su vez, la preponderancia actual de una transición hegemónica divorciada de los intereses populares.
El Norte invariablemente unipolar
La mirada convencional presenta la transición hegemónica como un proyecto político en disputa entre dos adversarios: el Norte unipolar y el Sur multipolar. El primer contrincante se desenvuelve concentrando el poder mundial en torno a la supremacía estadounidense. El mandato de Bush y la alianza occidental que lo acompañó para demoler Irak es la imagen más acabada de esa centralización. Luego del colapso de la URSS, esa matriz parecía un dato definitivo de un escenario mundial signado por el “fin de la historia”.
Los fracasos posteriores de la Casa Blanca demostraron las falencias de esa creencia, desmentida por la profunda crisis del sistema imperial. La imagen del proyecto unipolar como un destino inexorable perdió preeminencia, pero la pretensión norteamericana de dominación global persiste. Como esa meta se asienta en la simbiosis del capitalismo actual con el resguardo yanqui, la perspectiva unipolar reaparece una y otra vez.
“En algunas versiones esta mirada es inscripta en los procesos históricos de recambio del poder de una potencia a otra, que determinan los cambios en los ciclos sistémicos de acumulación. Se supone que esos períodos han regido la dinámica del capitalismo desde la gestación de ese régimen en el siglo XVI”
El invariable liderazgo norteamericano es objetado y relativizado por los autores próximos al liberalismo crítico, que advierten contra la dinámica autodestructiva del belicismo estadounidense. Proponen contrarrestarlo con estrategias de autocontención y repliegue negociado, siguiendo el sendero que transitó Inglaterra en el siglo pasado.
Pero esa propuesta omite la conducción norteamericana de un sistema imperial que Gran Bretaña nunca gestionó. Desconoce la carencia de un sustituto para la custodia del capitalismo global. Como el traspaso a Europa o a Japón no es factible, la primera potencia no tiene a quién pasarle el mando.
El enfoque que propone alivianar la protección que ejerce el Pentágono del sistema mundial, relativiza también la gravitación de la violencia en el sostenimiento del capitalismo. Por eso rehuye el término de imperialismo, que es habitualmente identificado con el uso de la fuerza. Opta por la noción más vaga de hegemonía, que prioriza la incidencia de la ideología en la perpetuación del orden actual.
La propuesta de administrar el declive de Estados Unidos se asienta en la lógica general de las sucesiones hegemónicas y en su cimiento histórico, que es la tesis del auge y declive de las potencias. Como presupone la inevitabilidad de ese curso, promueve atemperarlo con una sabia gestión del ocaso. En algunas versiones esta mirada es inscripta en los procesos históricos de recambio del poder de una potencia a otra, que determinan los cambios en los ciclos sistémicos de acumulación. Se supone que esos períodos han regido la dinámica del capitalismo desde la gestación de ese régimen en el siglo XVI.
El postulado básico de esta visión es muy controvertido. Asigna al desenlace del comando mundial entre potencias competidoras una gravitación dominante de todos los acontecimientos históricos, en desmedro de otros determinantes de ese devenir. Le atribuye además al capitalismo un pasado de cinco centurias, que omite la presencia, combinación o primacía de otros modos de producción (tributarios, feudales, esclavistas) en ese prolongado período.
Esta evaluación de la dinámica histórica privilegiando el reemplazo de potencias rectoras en el sistema mundial, recobra periódica influencia como explicación del curso geopolítico. Tuvo gran incidencia en los años 80, cuando el resurgimiento económico de Japón fue percibido como una amenaza a la preeminencia de Estados Unidos. El nacimiento de la Unión Europea suscitó una impresión del mismo tipo e instauró durante cierto tiempo la imagen de un nuevo competidor en Bruselas de la supremacía de Washington.
Las dos expectativas se disiparon confirmando la centralidad unipolar del comando imperial norteamericano. Pero esa constatación es ahora revisada en contrapunto con el desafiante chino y el despunte general del Sur Global.
“Con esa modalidad, la traumática mundialización actual quedaría transformada en una globalización inclusiva y provechosa. Esta agraciada variedad de la multipolaridad sería muy diferente a todas las coyunturas de equilibrio del poder, que en el pasado sucedieron o antecedieron a los desenlaces bélicos entre las potencias competidoras”
Multipolaridades opresivas
La tesis de la transición hegemónica incluye dos dimensiones complementarias. Por un lado, es una interpretación del devenir geopolítico en curso y por otra parte, en su acepción progresista es una propuesta de gestación de un orden mundial más auspicioso.
Frente a la despótica perspectiva de un dominante yanqui, fomenta una alternativa multipolar que incluya la dispersión consensuada del poder global. Alienta con esa mirada una novedosa propuesta histórica, puesto que el sistema mundial nunca fue coordinado con esa modalidad de contemporizaciones y renuncias a ejercer la primacía.
Esta iniciativa sugiere la factibilidad también de una administración de los recursos económicos que resulte conveniente para todas las partes. Propone instaurar formas de negociación que generen solo ganadores. Con esa modalidad, la traumática mundialización actual quedaría transformada en una globalización inclusiva y provechosa. Esta agraciada variedad de la multipolaridad sería muy diferente a todas las coyunturas de equilibrio del poder, que en el pasado sucedieron o antecedieron a los desenlaces bélicos entre las potencias competidoras.
Pero estas convocatorias a forjar un modelo de convivencia pacífica mundial eluden explicar cómo podría gestionarse ese esquema, con los mismos cimientos capitalistas que destruyen esa armonía. Las normas actuales de competencia por ganancias surgidas de la explotación impiden esa coexistencia y corroen todas las aspiraciones de consenso global.
Si se toma en cuenta la persistencia de esos cimientos, lo que podría emerger en esas condiciones como contraparte de la prolongada crisis del Norte Global, es un entramado del Sur con pilares semejantes a su rival. La performance efectiva de esa configuración sería en los hechos muy distante de los augurios propagandizados por sus auspiciantes.
Esa variante consagraría en los hechos el surgimiento de una multipolaridad opresiva. Esa modalidad consolidaría su amoldamiento al capitalismo neoliberal, bajo el control de clases dominantes que afianzarían sus privilegios, privando a las mayorías populares de mejoras sociales y derechos democráticos. Esa distopía ya se avizora en la tónica derechista que impera en muchos gobiernos del Sur Global.
Esas administraciones son afines a la oleada reaccionaria que actualmente salpica a todo el planeta. Esa marea ha logrado gran sustento electoral y consiguió canalizar a su favor gran parte del descontento popular con la crisis económica, la degradación social y el corrompido sistema político.
Los derechistas aprovechan la gran penetración de la ideología neoliberal. Amoldaron además su retórica y su forma de comunicación a las transformaciones de la era actual, aprovechando los resultados adversos de la lucha de clases y la continuada debilidad de la izquierda. Su expansión no implica un retorno al fascismo clásico, pero introduce formas de autoritarismo reaccionario que pueden desembocar en procesos de fascistización.
Esta marea derechista ha penetrado en todos los intersticios de la multipolaridad. No se circunscribe al Norte y atraviesa en forma transversal a numerosos países del Sur Global. Es cierto que el centro de la hoguera marrón se localiza en las grandes potencias, bajo la conducción de Trump con el concurso de Le Pen y Meloni. Pero la misma zaga se verifica con Modi, Milei, Bolsonaro u Orban en la otra franja.
La esperada divisoria entre un Norte Global reaccionario y un Sur Global progresista es puramente imaginaria. Y la inexistencia de esa polarización socava la expectativa de forjar una multipolaridad amistosa, inclusiva y avanzada. Salta a la vista la imposibilidad de construir ese modelo con furiosos mandatarios de la ultraderecha.
También en este terreno se verifica otra diferencia con la era de los No Alineados. En los años de mayor protagonismo político del Tercer Mundo, los proyectos de ese conglomerado presentaban un inequívoco perfil antiimperialista y de izquierda. Esa fisonomía no se verifica actualmente entre los gestores oficiales de la multipolaridad.
Autor: Claudio Katz
Referencias usadas por el autor:
-Las referencias, la bibliografía y el sustento teórico de los conceptos analizados en este texto pueden consultarse en: Katz, Claudio. La crisis del sistema imperial, Edición virtual, septiembre 2023 Jacobin, Buenos Aires, https://jacobinlat.com/2023/09/29/la-crisis-del-sistema-imperial-2
Huele a azufre es una plataforma digital de análisis geopolítico contrahegemónico, que busca visibilizar las voces y los discursos silenciados por el poder mediático.