Drones, descolonización y Françafrique: la guerra por el Sahel

El conflicto que hoy vive el Sahel va más allá del terrorismo, los recursos o los drones. Se trata de la posibilidad —real, concreta— de que una parte de África rompa definitivamente con los grilletes de su pasado colonial.
“Sin África, Francia no tendrá historia en el siglo XXI”
—François Mitterrand, 1957
Una nueva guerra sobre el viejo mapa colonial
En los últimos meses, el ejército de Malí ha sido blanco de una serie de ataques con drones que han causado víctimas entre soldados y civiles. Sin embargo, estos ataques no son hechos aislados. Responden a una lógica de desestabilización que se inscribe en una lucha mayor: la puja por el control del Sahel, un espacio cada vez más decisivo en la geopolítica africana.
Desde una mirada panafricanista, esta escalada no se puede comprender sin analizar el papel de la Alianza de Estados del Sahel (AES), el retroceso de la influencia francesa en la región, y la creciente participación de actores como Argelia, cuyo rol oscila entre el interés nacional y la subordinación estratégica a los designios franceses.

La Alianza del Sahel: un frente panafricano en defensa de la soberanía
“La AES representa una ruptura con el colonialismo institucionalizado que nos impusieron durante décadas”
—Ibrahim Traoré, presidente de transición de Burkina Faso
La AES, conformada por Malí, Burkina Faso y Níger, nació como un pacto de defensa mutua frente al yihadismo. Pero en menos de un año se transformó en una confederación política, económica y militar con aspiraciones de largo alcance.
Desde su creación en 2023, la AES desafía abiertamente a la CEDEAO, la Unión Africana y los intereses de Francia y EE.UU. en el continente. Ha suspendido el uso del franco CFA, comenzó a coordinar planes de educación con contenido descolonizador, y apunta a la creación de una moneda común y un banco central regional.
Según datos del Instituto de Estudios de Seguridad (ISS), el comercio interno entre estos países se incrementó un 27% en 2024, principalmente a través de acuerdos bilaterales fuera del sistema financiero controlado por Francia. En palabras del general maliense Assimi Goïta:
“Nuestra unión no es sólo militar, es civilizatoria. Es nuestra segunda independencia.”
Los drones como punta de lanza de una guerra no declarada
Los ataques con drones han causado al menos 86 muertos entre septiembre de 2023 y marzo de 2025, según cifras recopiladas por la Misión de la ONU en Malí (MINUSMA). Uno de los más graves fue el del 22 de enero de 2024 en la base militar de Léré, donde murieron 23 soldados y 11 civiles, cinco de ellos menores.
Malí ha denunciado que estos ataques son ejecutados por “enemigos exteriores que colaboran con elementos internos traidores”. Aunque no se han publicado pruebas oficiales, el tipo de drones utilizados —entre ellos, el Bayraktar TB2 y modelos de origen israelí— sugiere una red logística internacional.
Un informe de African Center for Strategic Studies concluyó que es muy probable que estos ataques cuenten con inteligencia satelital y apoyo externo. No son acciones de insurgencias improvisadas.
Françafrique 2.0: control financiero, desinformación y guerra híbrida
Francia retiró sus tropas de Malí, Burkina Faso y Níger, pero no ha renunciado al control del Sahel. Ahora opera a través de empresas energéticas (como TotalEnergies), financieras (como BNP Paribas), ONGs y campañas de desinformación mediática.
Según cifras del Ministerio de Economía francés, el 22% del uranio que abastece las centrales nucleares de Francia proviene de Níger, y más del 60% de su producción en África Occidental se extrae en zonas bajo disputa.
El mecanismo del franco CFA sigue vigente en al menos 14 países africanos. En 2024, se estimó que Francia retuvo más de 8.700 millones de euros en reservas monetarias africanas depositadas en el Tesoro francés, según el Banco de Francia.
Desde el panafricanismo, esta dependencia se considera una forma de recolonización financiera. Como dijo Thomas Sankara:
“El que te da de comer, te impone su voluntad.”

¿Argelia como herramienta de Francia? La sombra del neocolonialismo tras el desierto
“Francia no colonizó Argelia: la absorbió como una extensión de su propio cuerpo imperial.”
—Achille Mbembe, filósofo camerunés
Para comprender el papel de Argelia en el actual conflicto en el Sahel, es necesario volver atrás casi dos siglos, al 5 de julio de 1830, cuando Francia desembarcó en Argel y comenzó una de las colonizaciones más violentas y profundas del siglo XIX. A diferencia de otras colonias africanas, Argelia fue considerada territoire français (territorio francés) y no una colonia de ultramar. Esto implicó una ocupación militar permanente, desplazamientos forzados, expropiación masiva de tierras y una sistemática destrucción de estructuras sociales y culturales indígenas.
Durante 132 años, Argelia fue gobernada como una prolongación de la metrópoli. Millones de hectáreas de tierra fértil fueron entregadas a colonos europeos (los pied-noirs), mientras la mayoría árabe y bereber vivía en condiciones de pobreza, marginación legal y represión política. La población indígena no tenía ciudadanía francesa plena, ni acceso equitativo a la educación ni a la representación institucional. Todo esto generó una resistencia acumulada que estalló en 1954 con el inicio de la Guerra de Independencia.
Una independencia ganada con sangre… y seguida por una dependencia funcional
La independencia de Argelia en 1962, tras ocho años de guerra y más de un millón de muertos, fue un hito continental. Pero no fue una ruptura completa. A pesar del discurso antiimperialista del Frente de Liberación Nacional (FLN), Francia logró conservar una influencia decisiva a través de acuerdos de defensa, privilegios económicos, redes de inteligencia y una élite poscolonial formada en universidades francesas.
Como señala la historiadora Malika Rahal, “la Argelia independiente no escapó del marco mental ni del diseño institucional heredado del colonizador”. Esto es evidente en la estructura del Estado argelino, fuertemente centralizado y con vínculos persistentes con el aparato militar francés, incluso después de la nacionalización del petróleo y el gas en los años 70.
En los últimos años, esta ambigüedad se ha profundizado. A pesar de mantener un discurso no alineado y nacionalista, Argelia ha suscrito múltiples acuerdos energéticos con empresas francesas —como Engie, TotalEnergies y EDF— que aseguran a París una cuota privilegiada en la explotación de gas argelino.
Argelia en el Sahel: mediador disfrazado o instrumento estratégico
En el contexto actual del Sahel, Argelia se presenta como mediadora. Pero desde la mirada panafricanista, ese rol resulta sospechoso. El “Plan de Paz Saheliano” que propuso a fines de 2024 fue rechazado por los gobiernos de la AES, que lo consideraron una maniobra para frenar su avance soberanista.
El propio presidente de transición de Burkina Faso, Ibrahim Traoré, declaró en enero de 2025: “Argelia se ha convertido en la voz de París cuando ésta ya no puede hablar directamente.”
A ello se suma la firma del acuerdo entre Sonatrach y Engie para la exploración de gas en la región del Sáhara, cerca de la triple frontera con Níger y Malí. Esa zona es estratégica no sólo por sus recursos, sino por su posición geopolítica como corredor energético y militar.
Además, informes del Centre Français de Recherche sur le Renseignement (CF2R) han revelado que Francia mantiene enlaces operativos con sectores del aparato militar argelino, lo que refuerza la idea de una colaboración encubierta. La reciente expulsión de diplomáticos argelinos de París por presunto espionaje da cuenta de tensiones dentro de esa alianza, pero no rompe su lógica estructural.
La paradoja argelina: ¿nación descolonizada o pivote del neocolonialismo?
La posición de Argelia genera una paradoja difícil de ignorar. Un país que fue símbolo de la lucha anticolonial africana —admirado por líderes como Amílcar Cabral, Patrice Lumumba o Nelson Mandela— hoy es visto por muchos como un factor de freno al proyecto panafricanista del Sahel.
Este giro no se explica sólo por decisiones de Estado, sino por la lógica de una élite político-militar que, a pesar de su retórica nacionalista, sigue ligada a los intereses y al capital francés. Una élite que, como en otros países africanos, teme perder privilegios si triunfa un modelo verdaderamente emancipador.
“La historia no se repite, pero rima. Francia usó a Argelia como plataforma para dominar el Magreb; hoy la usa como coartada para debilitar al Sahel.”
—Nii Akuetteh, analista ghanés de relaciones internacionales
La lucha por la tercera independencia africana
“La verdadera descolonización será económica, cultural y mental, o no será”
—Kwame Nkrumah
El conflicto que hoy vive el Sahel va más allá del terrorismo, los recursos o los drones. Se trata de la posibilidad —real, concreta— de que una parte de África rompa definitivamente con los grilletes de su pasado colonial.
La AES representa un nuevo paradigma de soberanía africana. Un intento de construir instituciones propias, sin tutelajes, sin militares extranjeros en su suelo y sin bancos europeos imponiendo agendas.
Francia, al igual que otras potencias, percibe este proceso como una amenaza existencial. No porque peligre su seguridad, sino porque peligra su control histórico sobre África. Por eso, la guerra en el Sahel no es una guerra local. Es una batalla por el futuro del continente.
*Beto Cremonte, Docente, profesor de Comunicación social y periodismo, egresado de la UNLP, Licenciado en Comunicación Social, UNLP, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política. FPyCS UNLP.
Fuente: PIA Global / Beto Cremonte

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