Cumbre de Ministros de Defensa en Abuja: seguridad africana, ausencias y tensiones geopolíticas
La Cumbre de Ministros de Defensa africanos, celebrada en Abuja en 2025, puso en evidencia las tensiones que atraviesan África Occidental y el Sahel en torno a la seguridad regional, la soberanía y la cooperación internacional.
Entre el 25 y el 27 de agosto, se reunieron jefes de defensa y ministros para discutir la creación de una doctrina continental, activar mecanismos conjuntos y establecer un foro permanente de coordinación. Lo que sobre el papel prometía consolidar una voz colectiva quedó atravesado por contradicciones fundacionales: la ausencia de Burkina Faso, Malí y Níger —Estados que forman la AES y se distanciaron formalmente de la CEDEAO— dejó una “silla vacía” simbólica y política; el liderazgo nigeriano se enfrentó a sus propias fragilidades internas; y la insistencia en la cooperación internacional subrayó la dificultad de traducir retórica de autonomía en capacidades materiales efectivas. Esta nota examina qué se discutió y decidió en Abuja, pone en perspectiva ausencias y propuestas, contrasta discursos con hechos verificables y plantea por qué la verdadera disputa es por el derecho a definir —y sostener— una doctrina africana de seguridad que responda a prioridades nacionales, reglas regionales y, sobre todo, a la protección de la población.
Abuja pretendió cerrar una brecha histórica: instalar una doctrina continental de defensa diseñada y dirigida por africanos. Pero la ausencia de la Alianza de Estados del Sahel (AES), las tensiones internas de Nigeria como país anfitrión y la persistente influencia de socios externos convirtieron la cumbre en un pulso sobre quién define la seguridad en el continente.
Ausencias y fracturas: el caso de la AES
La “silla vacía” de la Alianza de Estados del Sahel (AES) —representada en la no concurrencia de Malí y Burkina Faso, con Níger presente solo a nivel limitado— no fue un gesto meramente protocolario. Constituyó un acto político que evidenció la disputa por la legitimidad en la gobernanza de la seguridad en África Occidental. Rechazo simbólico al liderazgo convocado por Nigeria y desconfianza en los marcos institucionales tradicionales dejaron claro que la ambición de “hablar con una sola voz” se enfrenta a realidades políticas divergentes y a proyectos estratégicos alternativos en curso.
La AES ha demostrado que es posible responder a la inseguridad sin depender de tutelas externas, articulando fuerzas conjuntas, intercambio de inteligencia y control territorial. Estas ausencias subrayan los límites del monopolio de definición de seguridad que CEDEAO y Nigeria buscan mantener y obligan a repensar formatos inclusivos que respeten la soberanía de todos los actores. En la práctica, la ausencia actúa como un veto político: al no asistir a un foro clave, los países de la AES no legitiman conclusiones, no colaboran en la construcción doctrinal y limitan la uniformidad operativa de cualquier arquitectura continental.
Operativamente, los costos son concretos: la efectividad de una fuerza regional depende de reglas comunes, canales seguros de transmisión de datos, acuerdos de sobrevuelo y acceso logístico. La exclusión de actores que controlan corredores fronterizos críticos genera huecos en despliegues, cobertura territorial y coordinación logística. No obstante, la AES ha avanzado institucionalmente: la creación de una fuerza conjunta de unos 5.000 efectivos, con medios aéreos, inteligencia y logística propia, refleja un intento de consolidar una arquitectura alternativa de seguridad basada en soberanía, control territorial y narrativa anti-intervencionista.
Al margen del simbolismo, existe un efecto directo sobre la población. La violencia en la región sigue cobrando vidas y desplazando personas: las estimaciones periodísticas y de seguimiento humanitario consignaron miles de muertes y millones de desplazados en periodos recientes, un recordatorio brutal de que la disputa institucional no es un debate abstracto sino que incide en la protección de civiles y en la provisión de ayuda. Mientras se negocian mandatos y platean vetos, comunidades enteras sufren la fragmentación de rutas humanitarias, la pérdida de coordinación en evacuaciones y la debilidad de mecanismos de rendición de cuentas ante abusos. En suma: la “ausencia” no sólo reconfigura poder militar, también reconfigura la vida cotidiana de millones.
La decisión de no asistir se inscribe también en un realineamiento mayor: la AES ha buscado apoyo y legitimidad externa en actores no occidentales, y no es anecdótico que esa estrategia haya incluido aperturas hacia Rusia y proveedores alternativos de apoyo militar. Ese reacomodamiento tiene consecuencias políticas y prácticas: erosiona la capacidad de la región para presentar un frente único frente a proveedores externos, multiplica los ejes de influencia y hace más complejo el diseño de políticas comunes que excluyan condiciones que los propios Estados no están dispuestos a aceptar. La ausencia, por tanto, no es sólo rechazo a un anfitrión específico; es manifestación de un mapa de lealtades y proveedores alternativos que transforman la estructura de poder regional.
La seguridad regional como eje central
Si hubo un punto en el que convergieron los discursos, fue la cuestión de la seguridad. La inseguridad crónica en África Occidental y el Sahel se ha transformado en el prisma desde el cual los Estados de la CEDEAO justifican la mayoría de sus decisiones y políticas. En la Cumbre de Abuja, esta preocupación fue explicitada con fuerza: desde los discursos de apertura hasta las conclusiones del documento final, la referencia constante fue a la necesidad de fortalecer las capacidades militares conjuntas, reactivar la coordinación frente a los grupos armados y contener el impacto de la salida de socios occidentales como Francia y Estados Unidos de territorios estratégicos del Sahel.
Los datos son elocuentes. Según el informe “Global Terrorism Index 2024”, cuatro de los diez países más golpeados por la violencia se encuentran en África Occidental: Nigeria, Burkina Faso, Malí y Níger. Solo en 2023, Burkina Faso concentró más del 25% de las muertes causadas por ataques terroristas a nivel mundial, superando incluso a países en guerra abierta como Afganistán o Siria. Esta cifra se traduce en un dilema político mayúsculo para la CEDEAO, cuya legitimidad interna se erosiona si no logra ofrecer respuestas concretas a sus poblaciones frente al avance del terrorismo, las masacres intercomunitarias y el colapso de la seguridad rural.
El foco puesto en la seguridad revela, además, una contradicción latente en la Cumbre. Mientras los gobiernos de Nigeria, Ghana y Costa de Marfil insistieron en la necesidad de fortalecer la cooperación con socios internacionales, particularmente con Estados Unidos y la Unión Europea, hubo un silencio casi absoluto respecto a las experiencias alternativas que están ensayando los países de la Alianza de Estados del Sahel (AES). Malí, Burkina Faso y Níger han demostrado que es posible reestructurar la lucha contra el terrorismo sin depender de tutelas externas, impulsando la construcción de un ejército conjunto saheliano, el intercambio directo de inteligencia y la expulsión de tropas extranjeras que durante más de una década no lograron reducir los niveles de violencia.
En Abuja, la narrativa oficial evitó reconocer este punto. El comunicado final de la Cumbre, en su sección dedicada a seguridad, subrayó “la importancia de mantener y fortalecer la colaboración con socios internacionales en la lucha contra el terrorismo y el crimen organizado transnacional” (ECOWAS, 2025). Esta mención, aparentemente neutra, es en realidad significativa: en lugar de impulsar una estrategia de seguridad autónoma y africana, la CEDEAO reafirmó su dependencia de apoyos externos, manteniendo un modelo que ya ha demostrado ser ineficaz en el terreno.
La cuestión nigeriana tuvo un peso particular en esta discusión. Nigeria atraviesa una de las peores crisis de seguridad de su historia reciente: la insurgencia de Boko Haram y sus facciones derivadas en el noreste, la violencia de bandas armadas en el noroeste, los conflictos intercomunitarios en el centro y el recrudecimiento del separatismo en el sureste. El presidente Bola Tinubu, anfitrión de la Cumbre, utilizó su discurso inaugural para insistir en que la inseguridad no es solo un problema nacional, sino un “desafío regional que amenaza la estabilidad y el desarrollo de toda África Occidental”. Sus palabras sirvieron para justificar la necesidad de mantener un eje securitario fuerte en la agenda de la CEDEAO, pero también dejaron en evidencia que el peso de Nigeria como potencia regional está hoy condicionado por sus propias fragilidades internas.
El silencio en torno a la AES y a los resultados concretos de la cooperación militar entre sus miembros fue quizás la mayor omisión. En menos de un año, Burkina Faso, Malí y Níger han mostrado que la coordinación directa entre ejércitos africanos puede frenar ofensivas insurgentes en regiones fronterizas como Liptako-Gourma. Sin embargo, la Cumbre prefirió reforzar el marco de la “Ecomog” (Mecanismo de Defensa y Seguridad de la CEDEAO), que ya ha demostrado limitaciones operativas, sobre todo porque depende del financiamiento europeo y del entrenamiento estadounidense.
En síntesis, la seguridad regional se reafirmó en Abuja como el núcleo de la agenda política de África Occidental, pero lo hizo desde una lógica de continuidad y no de ruptura. El discurso oficial volvió a colocar la esperanza en la cooperación con potencias externas, aun cuando la experiencia reciente muestra que ese modelo no ha reducido la violencia. La exclusión de la visión alternativa impulsada por la AES refleja, además, un trasfondo político: reconocer su éxito implicaría admitir que la CEDEAO, bajo tutela occidental, fracasó en su promesa de brindar seguridad a los pueblos de la región.

Tensiones por la participación de fuerzas extranjeras
La presencia, retirada o sustitución de fuerzas extranjeras en el Sahel no es solo técnica: reconfigura alianzas, legitimidad y opciones estratégicas. Desde 2022, actores tradicionales como Francia y la ONU han perdido terreno frente a Rusia y proveedores privados vinculados a Moscú. La retirada de tropas occidentales fue presentada por Mali, Burkina Faso y Níger como restitución de soberanía, habilitando simultáneamente la búsqueda de proveedores alternativos.
Tras años de intervenciones mixtas —operaciones antiterroristas, entrenamiento y apoyo logístico— varios gobiernos del Sahel optaron por expulsar o negociar la retirada de fuerzas europeas, sobre todo francesas. Para las juntas militares que gobiernan Mali, Burkina Faso y Níger, la salida de tropas occidentales fue presentada como una restitución de soberanía y un rechazo a la continuidad de relaciones periféricas que no habían reducido la inseguridad. En la práctica, la retirada dejó vacíos operativos, pero también habilitó a las autoridades locales a buscar proveedores alternativos. Este proceso explica por qué en Abuja la discusión sobre seguridad no puede leerse sin la mochila de circuitos militares y políticos renovados en la región.
Rusia, mediante actores estatales y privados (Afrika Corps, Grupo Wagner), ofrece entrenamiento, equipamiento y apoyo operativo. Esto fortalece capacidades tácticas, pero también genera tensiones políticas, acusaciones de abusos y competencia por recursos. En Abuja quedó claro que la cooperación internacional debe garantizar transferencia tecnológica, control operativo y autonomía doctrinal, evitando subordinación funcional y política.
El dilema para la CEDEAO consiste en equilibrar formatos multilaterales tradicionales con la coexistencia de bloques alternativos que desafían su autoridad. La coordinación efectiva requiere reglas de juego africanas: cláusulas de transferencia tecnológica, tribunales regionales para disputas, observatorios independientes de derechos humanos y mecanismos de financiación compartida. La viabilidad de una doctrina africana de seguridad dependerá de construir marcos que permitan cooperación sin subordinación y control sin vulnerabilidades internas.
Para transformar la tensión en gobernanza, hacen falta reglas de juego africanas: contratos con cláusulas vinculantes de transferencia tecnológica, tribunales de arbitraje regionales para disputas sobre concesiones, observatorios civiles independientes sobre derechos humanos en operaciones y mecanismos de financiación compartida que reduzcan la dependencia presupuestaria externa. La Unión Africana, en coordinación con RECs (CEDEAO, UEMOA) y mediadores con capital regional (Senegal, Togo), podría promover formatos donde la asistencia externa se ligue a metas de capacidad y a plazos de desenganche graduales, medidos y auditables. Ese modelo conciliador respetaría la preocupación por la soberanía mientras fija estándares que limiten abusos y dependencia.
En suma, la presencia de fuerzas extranjeras y la propuesta de la AES no son solo materias de despliegue militar: encarnan una disputa por soberanía, legitimidad y modelos de desarrollo. Abuja no logró resolver esa tensión; la puso en evidencia. La viabilidad de una doctrina africana de seguridad dependerá, por tanto, de la capacidad de articular reglas de compromiso que permitan cooperación sin subordinación y control sin reproducción de vulnerabilidades internas. Si no se construyen esos marcos, la región correrá el riesgo de fragmentarse militarmente justo cuando más necesita coordinación para proteger a sus poblaciones.
En Abuja se visibilizó un debate central: la cooperación internacional puede fortalecer capacidades, pero también puede devenir en subordinación funcional y política si no se encuadra en términos de transferencia real de capacidad, control y propiedad. Varios participantes reclamaron cláusulas de transferencia tecnológica, contenido local en contratos y autonomía doctrinal —es decir, que la asistencia no trace las reglas de empleo, acceso a recursos o condiciones políticas. Esa demanda es el núcleo de la tensión: los Estados que abogan por soberanía exigen que la ayuda no determine la agenda ni los límites operativos.

Contradicciones de Nigeria, mediación de la UA y apoyos internacionales
Nigeria buscó fortalecer su liderazgo regional, pero enfrenta limitaciones internas: insurgencia de Boko Haram y sus derivados, conflictos intercomunitarios, bandas armadas y tensiones separatistas. Aun así, el presidente Tinubu promovió la creación de un foro permanente de coordinación y doctrinas conjuntas de seguridad.
La Unión Africana actuó como mediador, articulando tres ejes principales:
1. “Silencing the Guns 2030”, para reducir conflictos mediante coordinación regional y prevención temprana.
2. Apoyo a soluciones africanas, fomentando el uso de fuerzas africanas y la soberanía regional.
3. Mecanismos de mediación y diplomacia preventiva, con participación de mediadores regionales y locales.
Principales temas abordados en la Cumbre
Durante la cumbre, los líderes militares africanos discutieron una variedad de cuestiones críticas para la seguridad del continente:
- Doctrina de defensa continental: Se propuso el establecimiento de un foro permanente de Jefes de Estado Mayor de Defensa de África para fomentar el diálogo continuo, la previsión estratégica y la coordinación operativa. El presidente nigeriano, Bola Tinubu, destacó la necesidad de una nueva doctrina de defensa basada en la confianza, el intercambio de inteligencia y estrategias coordinadas.
- Amenazas contemporáneas: Se abordaron desafíos como el terrorismo, el crimen transnacional, la piratería y la ciberdelincuencia, reconociendo que estos problemas no respetan fronteras y requieren una respuesta colectiva.
- Tecnologías emergentes: Se discutió la importancia de invertir en defensa cibernética, inteligencia artificial e innovación militar indígena, alentando a los países africanos a no ser solo consumidores de tecnología, sino también creadores y propietarios de las herramientas que aseguran su futuro.
- Colaboración público-privada: Se enfatizó la necesidad de asociaciones con el sector privado para fortalecer las capacidades de defensa, incluyendo la financiación de proyectos críticos como sistemas de vigilancia, centros de formación e iniciativas de defensa cibernética.
- Seguridad marítima: Se discutieron marcos regionales mejorados, el intercambio de inteligencia y asociaciones estratégicas para abordar amenazas como la piratería, la pesca ilegal y otras amenazas transnacionales en las aguas africanas.
Resoluciones adoptadas
Institucionalización de la cumbre: Se acordó institucionalizar la cumbre como un evento anual bajo el marco de la Unión Africana para mantener la acción colectiva en pro de la paz y la seguridad en el continente.
Próxima exposición internacional de defensa: Se firmó un memorando de entendimiento para la organización de una exposición internacional de defensa en Lagos, Nigeria, en 2026
Aunque el comunicado final aún no está disponible, estos puntos destacan el compromiso de los países africanos para fortalecer la cooperación en defensa y abordar de manera integral los desafíos de seguridad que enfrenta el continente.
Lecciones y desafíos de la Cumbre
Abuja no fue solo un foro de protocolos; fue un diagnóstico de las tensiones estructurales que atraviesan África Occidental y el Sahel. La seguridad africana ya no puede definirse exclusivamente bajo la lógica de la CEDEAO. La AES ha probado que se pueden generar respuestas autónomas frente al terrorismo, combinando coordinación militar, control territorial y gestión logística sin depender de tutelas externas.
La Participación de actores internacionales ofrece capacidades y recursos, pero condiciona la autonomía y expone riesgos de subordinación política y económica. La legitimidad de la acción africana depende de reglas de cooperación que respeten soberanía, establezcan estándares de rendición de cuentas y prioricen transferencia de capacidades.
La Cumbre evidencia que cualquier intento de construir seguridad continental debe combinar:
- Inclusión de todos los actores clave, incluyendo la AES, evitando vacíos de legitimidad u operativos.
- Autonomía frente a actores externos, con criterios claros de participación y transferencia de capacidades.
- Coordinación regional flexible, con estructuras modulares para respuestas rápidas y adaptadas a la realidad geopolítica.
- Mediación inteligente, que respete soberanía y establezca estándares de derechos humanos y rendición de cuentas.
En conclusión, Abuja fue más que una reunión ministerial: mostró la fragmentación regional, expuso tensiones entre autonomía y dependencia, y planteó la necesidad de políticas inclusivas, autónomas y sostenibles. La verdadera medida de éxito estará en la capacidad de traducir retórica en acciones concretas que protejan a los pueblos africanos y fortalezcan la soberanía estratégica del continente.
Fuente: PIA Global/Beto Cremonte

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