Relación entre neoliberalismo, capitalismo de vigilancia, fascismo, neofascismo, posfascismo y ciberfascismo EXCLUSIVO
Neoliberalismo. Un aspecto que merece nuestra especial atención, es el referido al denominado capitalismo de vigilancia y su relación con dos categorías adicionales: posfascismo y ciberfascimo.
El capitalismo de vigilancia, es un concepto desarrollado por la investigadora Shoshana Zuboff (2020), que lo resume como un proceso evolutivo que producen cambios duraderos y sostenibles en la lógica de acumulación capitalista, que procede de la implementación de nuevos métodos de producción y consumo, que eleven no sólo la generación de riqueza, sino que derivan en controles institucionales, a través de la información sobre los procesos de cognición profunda, que se adelantan mediante el uso de las herramientas que viene generando la cuarta revolución industrial. El capitalismo en esta fase, produce “mutaciones” que buscan monetizar cada “me gusta”, cada reproducción de video, cada búsqueda que se desarrolla mediante las herramientas tecnológicas más actuales.
Hay, en este sentido, un nuevo “plusvalor”: las preferencias surgidas del análisis de los algoritmos aplicados a la Big Data, que se nos presenta a través de las RR. SS. Ese “plusvalor” es una apropiación silenciosa de nuestras preferencias. El Capitalismo de Vigilancia obtiene todo de nosotros (gustos, referencias, preferencias, repulsiones, intereses), mientras se mantiene “oculto” para la mayoría de la población, en cuanto al ¿Qué hacer? con esa información obtenida.
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Todo esa inmensa data, en primera instancia fue empleada por empresas como Google (pionera en su aplicación), facebook o Apple, para lograr mejoras en el mercadeo y la producción de ganancias, en la modificación de productos industriales, usando la información recabada por las interacciones que los ciudadanos desarrollan al bajar (o instalar) las aplicaciones que se comercializan (Instagram, Tik Tok, X —antiguo Twitter— entre otras más). Pero luego, ha pasado a constituirse en un poder mucho más fuerte que lo conocido hasta ahora.
Han terminado creado un “mundo paralelo”, un “nuevo orden tecnológico”, en donde se pretende ya no sólo incidir sobre los patrones de consumo y la relación de generación de beneficios monetarios, sino que además, sobre el uso, control y dominio de esa Big Data, inducir cambios actitudinales en el compòrtamiento y la percepción de la realidad.
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Se ha construido una operación, que cada vez más ha quedado en evidencia, mediante la cuál estos actores corporativos, se han transformado en un Suprapoder, que comienza a “competir”, en términos de dominación y control, con los mecanismos coercitivos que caracterizan a los Estados, como instrumentos de orden y obediencia. En palabras de Zuboff (Zuboff, 2020:71): …“en general, el auge del capitalismo de la vigilancia traicionó las esperanzas y las expectativas de muchos netizens («ciudadanos de la red»), que creían en la promesa de emancipación atribuida al nuevo hábitat interconectado en red”.
El neoliberalismo alimenta al capitalismo de vigilancia, crea la situación adecuada para su desarrollo y aceptación, bajo la premisa de un mayor “impulso a la libertad”, mediante palabras claves como conectividad e internet abierta. El precio que debe “pagar el ciudadano de la red” por la accesibilidad a la información y al uso de plataforma de información, es muy alto. El mayor sacrificio es el de la “libertad” y esto resulta paradójico, pues uno de los elementos discursivos que más impulsa el pensamiento neoliberal, es precisamente el que más limita: “la libertad colectiva”.
La construcción de ese discurso, que además se vincula con el posfascismo, como un fenómeno político que tiene raíces en sus antecesores epocales (el fascismo clásico y el neofascismo), es de tal manipulación, que hace posible la inoculación de formas de “odio”, que se materializan en el concepto ya esbozado y explicado de sentimiento hostil. El posfascismo es una creación del nuevo tiempo geopolítico del capitalismo especulativo y financiero, como sus antecesores es un engendro de las propias perversidades del sistema.
Hay que entender, que el fascismo clásico fue una reacción a la crisis de funcionamiento de la sociedad decimonónica y de sus esquemas socioproductivos. La manera como se incubaron los rasgos característicos del fascismo, tales como la violencia extrema, el odio a la diferencia (o irrespeto a la alteridad), la identificación de un “enemigo común” al cuál proyectar todo el sentimiento hostil y la expresión más extrema (el instinto hostil), desde el cual se actúa con total extremismo y coerción hacia el otro, fue trabajado progresivamente. El “odio” hacia los judios, que centraliza la acción violenta del fascismo italiano y alemán, tuvo una sistemática construcción, que poco a poco, fue generando las condiciones que terminaron en los horribles crímenes cometidos en la primera mitad del siglo XX.
“Hay rasgos del fascismo (y neofascismo) que se mantienen en el posfascismo. Nos referimos esencialmente al denominado culto a tradiciones que no se adaptan necesariamente al entorno cultural propio. Así, estas tres expresiones políticas (fascismo/neofascismo/posfascismo) se unen en un tronco común, que busca identificar el hacer de la vida social, con tradiciones que responden a modelos no propios”
Ahora bien, el fascismo clásico e incluso las expresiones del neofascismo surgidas inicialmente en la posguerra (1945-1990), asumían deliberadamente su carácter violento. No lo ocultaban. Había una expresión abierta, en términos discursivos y en la ejecución de una praxiología de la violencia física. De hecho, esas formas extremas de violencia, eran socialmente aceptadas y antropológicamente reproducidas.
Por eso, no hay humanidad en los actos que llevaron a asesinar a millones de judios, gitanos, comunistas en la II Gran Guerra, así como tampoco en los asesinatos y desapariciones forzadas impulsadas por el neofascismo, en las Guerras de Independencia en Argelia o Indochina, mucho menos en las acciones represivas de la Guerra de Vietnam o Corea, o en las dictaduras del Cono Sur en las décadas de los 70 y 80, igualmente en la violencia política en Centroamérica. Fascismo y neofascismo tienen el mismo árbol violento y no se muestran con arrepentimiento por ello.
Hay rasgos del fascismo (y neofascismo) que se mantienen en el posfascismo. Nos referimos esencialmente al denominado culto a tradiciones que no se adaptan necesariamente al entorno cultural propio. Así, estas tres expresiones políticas (fascismo/neofascismo/posfascismo) se unen en un tronco común, que busca identificar el hacer de la vida social, con tradiciones que responden a modelos no propios. Hitler, Mussolini, Franco, pero también Somoza, Pinochet, Videla recurrieron a ejemplos culturales provenientes de otras tradiciones, que pretendían ser impuestas.
“El etiquetado en redes, es solo una nueva forma de esclavitud, disfrazada de ‘libertad de conexión e información’. Oculta detrás de sí, la dominación que ejerce pero sobre todo, nos oculta la profunda transformación que ejerce sobre nuestros patrones de conducta y comunicación”
Lo mismo sucede con el posfascismo, su insistencia en la asimilación de los principios de la sociedad del espectáculo es una constante. Es ver a Javier Milei, presidente de Argentina, o Bukele, Presidente de El Salvador, construir su discurso político a través del manejo de lo político “como espectáculo”, como un show de luces y colores, que sustituye el análisis profundo, por lo aparente. Pero es también entender el papel que Donald Trump juega en este momento, devenido en “líder mundial”, pero surgido de esa sociedad del espectáculo, que lo impulsa.
Otro punto común, es el impulso a la “irracionalidad”, asumida como un culto del “hacer por hacer”. La ausencia de una reflexión está asociado a la alteración de los procesos neurológicos de pensamiento crítico. Las herramientas tecnológicas impulsadas por la sociedad del espectáculo, los diversos programas y apps, que sirven para todo (organizar la frecuencia de ejercicio, registrar la actividad calórica, análisis de gastos en tiempo real, conectividad y reacciones en RR.SS.), no hacen más que sustituir procesos de interpretación, de desarrollo de habilidades del pensamiento que nos permitían, en otros momento, detenernos a analizar lo que pasa a nuestro alrededor.
Ahora no, la velocidad no sólo está en la transmisión de los datos por dispositivos celulares. La velocidad está en medio de la vida misma: debes pararte y acercarte de una vez a las RR. SS. para “conectar” con el mundo. El etiquetado en redes, es solo una nueva forma de esclavitud, disfrazada de “libertad de conexión e información”. Oculta detrás de sí, la dominación que ejerce pero sobre todo, nos oculta la profunda transformación que ejerce sobre nuestros patrones de conducta y comunicación.
El consumo es el nuevo “Dios”, y ese consumo, se nutre de la información suministrada a través del análisis de los algoritmos y el impacto que genera sobre los procesos cognitivos que se producen en la parte prefrontal del cerebro. Esta zona de nuestro cerebro concentra ciertas acciones que resultan vitales para el desarrollo permanente de un pensamiento crítico y analítico, nos referimos a procesos de toma de decisión, evaluación de opciones y sus consecuencias, control de impulsos extremos (violencia, rabia, entre otros), regulación de emociones y comportamientos, análisis de problemas y resolución lógica de los mismos.
Cuando a través del impulso de los estudios, que resultan de la inmensa cantidad de datos apropiados por el “capitalismo de vigilancia”, se pasa a construir dinámicas donde la amalgama transdisciplinaria (informática, robótica, ciencias duras, neurociencia, psicología del comportamiento, sociología política, entre otras), que permite disponer de un “plan de acción” especialmente estructurado, no sólo para lograr beneficios en términos de compra-venta, sino de modificaciones conductuales, asistimos a una situación más delicada y peligrosa.
“el ciberfascismo usa las redes sociales para propiciar —a través de las formas de interacción que implementa (me gusta, bloqueo, denuncia, restricción de acceso)— un acoso a quienes no reproducen las ideas y contenidos que se comparten o con los cuales se identifican”
Es la aproximación concreta y real al ciberfascismo, que no es más que el uso de las herramientas tecnológicas, generadas por la última revolución industrial, para incidir sobre los comportamientos y actitudes de los ciudadanos. El ciberfascismo presenta algunas de las siguientes características:
- Impulsa el autoritarismo digital, favoreciendo la divulgación y reproducción en RR. SS. de las ideas, actitudes, valores, preferencias, opiniones que sostienen una perspectiva excluyente del “otro”, que se asume extraño, deshumanizado y en la noción de enemigo, que debe ser reducido o silenciado al máximo.
- Discursos de odios y exclusión; a través del cual crean una perspectiva única del endogrupo (con el cual generan coincidencias e identidades comunes) al mismo tiempo, que incentiva la hostilidad y la deshumanización hacia quienes ubican en el exogrupo (ajenos a sus intereses). Mediante este discurso producen miedo que busca alcanzar un doble efecto: por un lado inmovilizar y, por el otro, agrupar. En cualquier de las circunstancias la polarización es su objetivo general.
- Estrategias de acoso y doxing: como parte del discurso de odio y complementario a ello, el ciberfascismo usa las redes sociales para propiciar —a través de las formas de interacción que implementa (me gusta, bloqueo, denuncia, restricción de acceso)— un acoso a quienes no reproducen las ideas y contenidos que se comparten o con los cuales se identifican. Se complementa esa acción con la publicación y divulgación de datos personales (familia, teléfonos, amigos, relaciones de trabajo) del “otro”, que es objeto de rechazo y animadversión. Con ello, el proceso de amedrentamiento, de incentivo del “silencio” del otro, a través del bloqueo cognitivo producido por la amenaza o el acoso, es alcanzado y “reduce” la capacidad de ese “otro” para formular contra-argumentaciones a las ideas impulsadas por estas formas más actuales de la violencia clásica del fascismo.
- Desinformación y propaganda: el ciberfascismo, como hermana complementaria del posfascismo y basada en la aplicación máxima de las herramientas tecnológicas de la cuarta revolución industrial, crean redes de transmisión de videos, y otros elementos comunicativos, que siendo manipulados a través de IA o con base a las preferencias surgidas de la Big Data, procura “crear” marcos interpretativos, percepciones de lo vivido, que sirvan para ampliar la base de apoyo, en función de sus objetivos de control y dominio, imposición y coacción violenta. La reproducción automática de las informaciones, mediante esas redes de comunicación, es la clave.
- Ataques que impulsan la “espiral de silencio”: el ataque a través de las redes, que se expresa a través de boicot o denuncia de contenidos, bloqueos o restricciones de transmisión de información o temas que son controlados mediante las herramientas de IA, es una manera de ejercicio de la violencia simbólica, que no es física (pero puede llegar a serlo). Es una violencia no kinésica (de contacto corporal), pero que plantea la profundización del “instinto hostil”, es decir, de la decisión de hacer daño, una decisión que se impulsa inhibiendo los controles cognitivos que se desarrollan en la corteza prefrontal. Impedir que el ”otro” no solo no transmita su parecer, sino que deje de usar la red social, construye la espiral del silencio. Eso invisibiliza “temas” y hace más factible la reproducción de las matrices de información que al control de vigilancia que ejerce el ciberfascismo le interesa generar. Así, las RR. SS., en el caso venezolano, impulsan la “matriz” del fraude electoral y crea un incentivo para elevar, a través de la estimulación insistentemente repetida en los mensajes, en los reels, en las publicaciones, el “odio” al chavismo y todo lo que representa, que pasa a constituirse en la razón de mi desesperanza, de mi frustración. Se induce un “silencio”, que apoyado en los algoritmos manejados en la Red, no deja que se transmitan mensajes que “desmonten” esas matrices de odio.
- Consolidación de comunidades “cerradas”: por comunidades cerradas, debemos entender un espacio de encuentro, que al mismo tiempo es una consecuencia del “desencuentro”, es decir, permite —e impulsa y estimula— la reproducción de los mensajes, de las creaciones y herramientas usadas a través de la Big Data, con sus matrices de interpretación, pero solo para aquellos que “coinciden” en esos planes. Estos grupos, buscan entonces aumentar la “visibilidad” en las redes, logrando que el algoritmo reproduzca más y más el mensaje, pero al mismo tiempo, silencia y excluye aquellos que no reproducen. Termina creándose, en el marco de la “libre transmisión y conectividad”, un espacio de “apartheid”, que es el comienzo de una operación simbólica, cuyo siguiente paso es la “eliminación” física. Se trata de un escalamiento cognitivo, que puede —y así ocurre con el caso israelí-palestino— terminar en una acción de aniquilamiento físico extremo.
- Exaltación a las acciones e impulsos violentos: como todo se encuentra vinculado a la “exposición sensorial” impulsada desde las RR. SS., el ciberfascismo, como expresión digital del posfascismo, reproduce silenciosamente los comportamientos violentos, que son impulsados mediante la multiplicación de los mensajes, que construidos con la intencionalidad de interrumpir los procesos que en la corteza prefrontal deben establecer un “límite racional” a sentimientos de violencia, terminan generando el efecto contrario, es decir, se “glorifica” (mediante la reproducción y el compartir de los mensajes, transmitidos a través de los grupos cerrados, pero que el algoritmo visibiliza más) la violencia. No se dice “abiertamente” qué se apoya, pero la accesibilidad y la visibilización que produce la Big Data, termina por transmitir tácitamente que ese comportamiento no sólo debe ser aceptado sino emulado. Al final, se trata en el ciberfascismo de propiciar la “negación plausible”, eso es, yo no soy el culpable que la acción violenta suceda, es solo un “producto” de interpretaciones “propias” de quien ve o reproduce los mensajes de incentivo a la violencia no kinésica (la también la kinésica). Al final, esa exaltación de impulsos violentos, es una acción complementaria a la incapacidad “inducida” para discernir lo cierto de lo falso, lo adecuado de lo inadecuado, lo tolerante de lo intolerante.
- Manipulación emocional: toda la esencia del capitalismo de vigilancia, en coincidencia perfecta con el posfascismo como base ideológica, así como con el ciberfascismo como elemento concreto para la acción, se trata de una “gran manipulación”. El impulso de la simultaneidad, que propugna la sociedad 4.0, basado en el bombardeo constante y frecuente de información vaciada y transmitida, procura generar la afectación de la percepción, mediante un proceso catalizador de las emociones, pero no las amorosas, más bien las relacionadas con el “cerebro reptil”: la rabia, la frustración. La operación tiene dos ejes básicos: 1) la interrupción de la cognición compleja, esa que se debe dar a través del procesamiento crítico, el contraste entre lo que leemos y lo que sabemos, en un proceso de tesis-antítesis, que deriva en una conclusión y 2) el estímulo de las emociones basadas en la exaltación de lo hostil, que ha sido trabajado mediante un “bombardeo” constante, impulsado a través de los algoritmos, que silencian determinados temas pero visualizan otros, a partir de las “interacciones” establecidas en las RR. SS.
Esta segunda operación se concentra en ir aumentando la progresividad del comportamiento que el “neofascismo”, a través de las herramientas del ciberfascismo, busca. Se eleva la exposición del “enemigo único”, aquel que causa la rabia y la frustración, aquel que es culpable de todo lo malo y negativo, aquel que se “presenta” como responsable de la frustración que me impide avanzar. De ahí, el estímulo a lo negativo, al odio, la rabia.
Autor: Dr Juan Eduardo Romero
Huele a azufre es una plataforma digital de análisis geopolítico contrahegemónico, que busca visibilizar las voces y los discursos silenciados por el poder mediático.